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Los sonidos de la calle de la Reina

Los sonidos de la calle de la Reina

Es una de las vías más emblemáticas del Cabanyal, que pelea por conservar las particularidades que la hacen única

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Viernes, 6 de julio 2018

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La calle de la Reina es una particularidad dentro de la ciudad de Valencia. A lo largo se encuentra a los pies de la mejor Malvarrosa y en su parte central con el peor Cabanyal. Las calles están llenas de vidas diferentes, extrañas para el mundo pero conocidas entre ellas.

Se trata de una marcianada en la urbe que ha escapado, hasta ahora, de las perversiones de una ciudad que se hace muy grande. Una zona que nunca está suficientemente a gusto pero que despierta el orgullo de ser más del Cabanyal que de Valencia. Y si la zona ya resulta particular, cada kilométrica calle, como Progrés, Escalante, la Barraca o Dr. Lluch muestran realidades bien diferentes, caminando en la misma dirección pero sin ni siquiera mirarse.

La calle de la Reina

En la calle de la Reina se oye un valenciano tan cerrado de unos como el español castizo de otros. La gente pasea y no suele hacerlo sola, y los bancos que hay cada pocos metros nunca son individuales, sino alargados, a la sombra y a la fresca, y muchas veces llenos. La gente no está de paso, sino que vive. Manuela y Nieves están en uno de ellos y reciben con cierta alegría poder hablar para LAS PROVINCIAS porque aseguran leerlo mucho, aunque eso de la edición digital les sea lejano.

Es mediodía y Manuela tiene cosas que atender, pero Nieves, preguntada por su historia con la calle, solo insiste en contar los problemas de tráfico que se han generado por dejar la calle con un solo carril para los coches y la cantidad de calles peatonalizadas que hay perpendicularmente. Cuenta eso porque, a pesar de sus 80 años, ella sigue yendo a los sitios en coche. «Hoy he estado en el centro arreglando unos papeles de una mujer en la administración y luego he ido al abogado para resolver un problema de una ayuda que ha tenido un hombre con su grado de discapacidad», cuenta.

La rutina de Nieves siempre es resolver papeles y ayudar a otras personas. De joven, hizo la carrera de Trabajo Social y trabajó de ello toda su vida. Estuvo en el barrio del Cabanyal y también en Nazaret, y su tiempo libre lo gastó en ser voluntaria de su parroquia. Cuando se jubiló, siguió haciendo eso de forma altruista. Gestionando las farragosas historias que le llegan «porque la gente en el barrio ya me conoce». En una carpeta de plástico guarda la exenciones fiscales con carácter retroactivo que ha conseguido para una persona a la que han diagnosticado una minusvalía y una ayuda social a otra persona que no puede ni pagar la luz. «Es mi vida, no quiero estar en casa tranquila, quiero hacer esto», cuenta. Nieves no cobra nada en metálico, sino que se guarda el tanto para crear una especie de cadena de favores: «A esta persona le he dicho que como tiene un taxi, si necesito ir a Valencia con otra persona para arreglar sus papeles, pues que nos lleve gratis».

A pocos metros de allí está la Bodega de La Pascuala, símbolo inequívoco de Valencia para los locales. El lugar donde la gente se prepara para los almuerzos, donde sale un orgullo repentino por la tradición del esmorzaret valencià. Hasta hace año y medio, el local estaba en Eugènia Viñes, pero se quedó algo antiguo y pequeño. Ahora el local está hecho a medida para poder servir los cientos de almuerzos que hacen diariamente de la forma más eficiente posible. Vayas a las 12, a las 14 o las 17, atender a los medios se les hace tarea imposible. «Es que ahora estamos con todo el local lleno», esquiva el encargado. La Pascuala abre prácticamente la calle por el norte y está justo al lado de una cadena de comida rápida llena de adolescentes con gorras y música sonando en alto desde sus móviles. En la bodega, jóvenes y no tan jóvenes, relamiéndose y dando sorbos a la cerveza en la terraza. La estampa da que pensar que tal vez se trata de madurar, de cogerle pánico a la cómida rápida y cariño al almuerzo tradicional, que aunque tampoco libera las venas del colesterol, forma parte de la receta para curar mentes y corazones en estas tierras.

Radiales

Con todo lo que ha vivido la calle de la Reina, parece que esté naciendo aún. En realidad lo está haciendo otra vez. A lo largo de esta se pueden contar más de dos decenas de obras empezadas. Radiales, andamios, radios musicales sonando y obreros cantando por encima otras canciones... La zona está en plena reconstrucción desde que se anunció la paralización del plan de ampliación de la avenida Blasco Ibáñez y la mejora del barrio, que durante las últimos 15 años ha sufrido una degradación que ha llevado al límite a los vecinos y comercios de la zona.

En la calle de la Reina lo habitual es ver edificios nada habituales: hasta los kebabs se disfrazan de azulejo y colores marineros. Ante edificios a los que ni el tiempo ni la distancia ha echado un capote, ver una casa con ladrillo y con aspecto moderno, que es lo que se está haciendo con las nuevas construcciones, es lo que realmente chirría. «El Cabanyal está de moda, es la nueva Russafa», dice el empleado de una empresa del sector inmobiliario. La calle de la Reina son bares, bazares y oficinas de compra y reconstrucción de casas. Los precios bajos enmarscaran la gran inversión que necesitan la mayoría de las viviendas, muy deterioradas por el abandono sufrido por los que pensaban que su casa sería avenida o por los que huyeron cuando el ambiente se volvió más hostil. Muchas de esas viviendas serán para extranjeros, según se dice; los únicos con capacidad para asumir el estado de esas casas.

El disfraz de muchas casas está cambiando y el azulejo ya acostrumbra a temer el andamio. En una horchatería tradicional de la calle, dos hombres que trabajan por la zona aunque no viven por aquí defienden la transformación: «si son los únicos que pueden dar vida al barrio, mejor entonces», dicen. «No podemos depender de los turistas y de la poca vida que tiene la zona en comparación a hace años», se añade desde detrás de la barra.

Esa visión no la comparte Gabino (nombre falso), un chico de 23 años que vivió durante un curso en esa calle, mientras estudiaba en la Universidad Politécnica. Es la segunda vez que pasa por la calle desde que dejó la casa hace ahora un par de años. No para de señalar el lugar donde compraba las litronas y los desayunos, los básicos de cualquier estudiante. Su primer reencuentro con la calle, meses atrás, fue para entrar en la casa que dejó y que el inquilino prometió reformar para hacerla mejor. Se coló por el acceso trasero y comprobó que con él se había ido la vida de esa vivienda, que estaba exactamente igual pero completamente diferente, que en la calle en el que la gente vive, allí ya no quedaba con qué hacerlo. Y desde fuera, se ve una tela de plástico típica de las contrucciones que puede anticipar una obra futura o puede tapar las vergüenzas de las casas abandonadas.

Peluquería de caballeros Jesús

Ante las contradicciones de un barrio, para conocer el sentir del pueblo, lo mejor es acudir a una peluquería, el lugar donde se cuentan las cosas y donde toda pregunta que suscite una conversación es bienvenida. En la calle de la Reina, justo en el centro de la llamada Zona 0 del Cabanyal, hay una de ellas. Jesús conserva el cartel que pintaron a finales de los 80, cuando se quedó el negocio que regentó su padre a través de una cooperativa de peluqueros desde los 60, cuando las melenas de los Beatles provocaron un descenso real de ventas y se tuvieron que crear tendencias y cajas de resistencias para aguantar la moda. Todo volvió a la normalidad cuando John Travolta puso de moda la gomina y la cera.

«Aunque vivo por el centro de Valencia, ha pasado más tiempo aquí que en mi casa», cuenta Jesús. Y con esa autoridad, va respondiendo sin soltar las tijeras, las diferentes polémicas por las que vive el barrio. «Cuando yo empecé, este barrio tenía una vida que se perdió con el intento de prolongación, y ahora es muy dificil de recuperar», recuerda. Y entre pregunta y pregunta, también hay tiempo para el gremio: «cuando se pusieron de moda las peluquerías mixtas, yo me negué porque yo había aprendido en una barbería y dije que lo normal es que las cosas que estén bien, vuelvan. Mira ahora la cantidad de barberías con productos carísimos que se están abriendo...». Jesús corta el pelo con una precisión que impacienta. «Conmigo no vas a estar menos de 25 minutos», presume.

Con esa tranquilidad también trabaja Ángel, que se hizo del traspaso del Súper de la Reina, una pequeña tienda de ultramarinos que ha formado parte del callejeros desde hace más de cuatro décadas y que ahora se está reinventando añadiendo al catálogo productos ecológicos. ¿Es el barrio perfecto para este tipo de tiendas? «Viene gente muy diferente, pero es muy difícil sobrevivir. Primero, porque los supermercados se te comen y porque es imposible ofrecer sus precios, y segundo, porque hay mucha hipocresía: mucho 'lo nostre' mucho 'defendre el barri' y luego al primer bazar que abren, te abandonan», cuenta.

A pesar de la crudeza de la cita, Ángel es una persona que expira amabilidad. Recibe a todos los clientes con una sonrisa y su cuidado resulta enternecedor: «Una vez me preguntaron desde Sanidad si hacía servicios a domicilio. Yo hago una acción social: ¿cómo no le voy a llevar en mi tiempo libre la compra a señoras que no pueden venir porque no pueden andar?».

J. Signes
Y de repente, el mar

Al sur de la calle, está la Marina, y al este, la Malvarrosa. Dicen que el mar atempera el ambiente y suaviza las temperaturas. Y puede ser que eso sea la causa de por qué la zona es una marcianada en una ciudad que crece mucho. Porque ante el reto de un barrio que tocó fondo y aspira a ser nuevo (con la incógnita de cómo) y ante los problemas que plantean sus vecinos y sus comercios, se vive con una paz aparentemente inquebrantable.

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