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J. T.
HISTORIAS CON ZAPATILLAS XVII

Medio maratón: de Copenhague a Valencia

Recorrer los 21,1 kilómetros de la capital danesa se convierten en mucho más que en una carrera: es una experiencial única que comienza al inscribirte, pasa por el Tívoli y se perpetúa en la memoria

Jesús Trelis

Valencia

Lunes, 21 de octubre 2024, 18:34

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Hace ya unas semanas de aquella media maratón inolvidable en Copenhague. Sin embargo, su recuerdo se mantiene vivo. A momentos, incluso, se acrecienta. En especial cuando uno se asoma y ve su próxima cita con los 21,1 kilómetros. Otra competición, en este caso en casa y con tintes de ser muy especial. Porque correr en Valencia siempre lo es. Y hacerlo acompañado con quien da forma a tu alma de corredor, aún más. Pero esa será otra historia, que será contada cuando toque. «Cada cosa a su tiempo, y los nabos en adviento», que dice nuestro -ingenioso, siempre - refranero popular.

La de ahora -la historia con zapatillas que aquí tienes- se va a ir escribiendo con frases que elogian , no la épica atlética de este corredor que te escribe -más bien mediocre-, sino lo fascinante que es correr en esta capital nórdica. Y, en especial, dejarte abrazar por su forma de concebir todo lo que a ella le rodea. Porque si algo tiene esa media maratón es que, pese a que uno piense que allí habita el frío, lo que encuentra es una calidez serena y constante. Sin sobresaltos y firme. Como cuando ves el fuego de la hoguera.... Allí descubres la solidez de las cosas bien hechas, de la lógica a zancadas, de la elegancia de lo simple, del retrogusto de una ciudad con guiño... Con guiños.

El entorno idílico de Copenhague hace de su media maratón algo único. J. T.

Yo los encontré constantemente. Los guiños. Los gestos. Desde que, casi nueve u ocho meses antes de la carrera, me inscribí, hasta que crucé la meta. O más allá. Porque lo que tiene esta media maratón es que te deja tan satisfecho que la disfrutas antes de correrla; pero, sobre todo, cuando has superado la meta. Y sigues corriendo esa carrera con la memoria.

Los encontré , los gestos, en la organización exquisita. Mensajes continuados desde el momento en que te sumas a su comunidad. Ánimos virtuales por las redes haciendo que la cuenta atrás se fuera sembrando de ilusión. Correos dándote detalles constantes de todo lo que iba a pasar y pasó.

Los encontré también en el mero diseño de la carrera. La media maratón, bajo el patrocinio de Nike, sinceramente es única. Te hablo de toda su imagen. Cuidada, lógica, seductora… Los colores: del negro al blanco pasando por el naranja. Su logotipo, que te empuja a seguir la flecha; a ir más rápido; a correr…. Y claro, su más que atractiva camiseta, que todavía guardo en el cajón esperando el momento mágico en la que la voy a estrenar.

Y, redoble de tambores, su imbatible medalla. Una de las más hermosas que he podido ver. Y, desde luego, que tengo en mi caja de metal, junto a otros trofeos que ha ido almacenando este loco runner. Una medalla, te decía, especial. Su forma, el metal y lo que simboliza.

Este año, con el planetario centenario grabado en ella. Un edificio ubicado en un hermoso lugar en el extremo sur de los lagos de Copenhague y que lleva el nombre del astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601). Toda una joya arquitectónica, con una gran cúpula de 23 metros... La cúpula inclinada más grande del norte de Europa.

Voluntarias preparando los dorsales, el planetario y la medalla. J. T.
Imagen principal - Voluntarias preparando los dorsales, el planetario y la medalla.
Imagen secundaria 1 - Voluntarias preparando los dorsales, el planetario y la medalla.
Imagen secundaria 2 - Voluntarias preparando los dorsales, el planetario y la medalla.

El mimo aparece hasta en el último detalle y hace que te enamores de la experiencia. Guiños llenos de seducción, que se prolongan por todos los lados. Pasa en la feria del corredor, que es amplia y completa. Con mucha gente, eso sí.

Es interesante por varios detalles que marcan. Por ejemplo, buscan mostrar su compromiso con algo tan redicho como es eso de la sostenibilidad. Porque, por ejemplo, allí te imprimen el dorsal al instante. Para no desechar papel si no vas. Pero, además, ofrecen cartelería y juegos de animación para aquellos que acompañan al corredor, aunque no corran. Y eso está genial. Pensar con quien acompaña a ese que se cree -esos días más- el ombligo de todo: quien va a correr. Es una forma de cautivar a las familias y hacer protagonistas a quienes van a convertir las calles en una fiesta.

Hay más guiños, sí. Uno que para mí fue muy mágico. El poder hacer un entrenamiento el día previo en el Tívoli, el mítico parque de atracciones. Una tirada con fines benéficos. Un entrenamiento muy suave con familias, con niños, a través de las atracciones del centro de ocio. Un regalazo increíble. De esas cosas que te dejan huella. Porque siempre podrás decir que estuviste corriendo en ese lugar donde la diversión ha hecho ser feliz a tanta gente desde que abrió sus puertas en 1843. Una fecha que le convierte en uno de los parques de atracciones más antiguos del mundo.

Y por acabar. El guiño de los guiños. La maravillosa carrera. Los maravillosos 21,1 kilómetros recorriendo una ciudad única. Hermosa. Donde el verde rompe con el agua y la luz de un sol de inicios de otoño lo abraza todo. Hay fiesta en la calle. Animación. Y hay edificios que te dicen hola con su esplendor. Y es rápida. Y con encanto. Y te da alas. Y, sobre todo, te hace sentir que has sido engullido por la magia.

Fueron 21,1 km en 1h 34 m. Ni el peor tiempo de mi historia, ni el mejor (por supuesto). Sencillamente, fue el tiempo posible. Y significó muchísimo. Porque el destino estaba mascullando otra cosa y me negué a que ganara. Y los dioses se aliaron para que cruzara la meta pese a todo. Pese a las zancadillas de los días.

Momento de la salida y de la llegada J. T.
Imagen principal - Momento de la salida y de la llegada
Imagen secundaria 1 - Momento de la salida y de la llegada
Imagen secundaria 2 - Momento de la salida y de la llegada

Sí, era especial por todo eso. Porque nunca llegué a tener la certeza absoluta de que aquello lo podría vivir. Porque esa media maratón, con la que tanto soñé, se convirtió en un reto al que llegar. Una meta que cruzar que veía muy lejos dos meses antes cuando me rompí la clavícula derecha y todo parecía teñirse de grises. Primero, tocaba recuperarse de la lesión. Después, físicamente. Y logré estar. No en mi mejor forma. Pero estar. Y la medalla ansiada se vino conmigo. Y el aliento de Copenhague. Y esa carrera que aún me abraza y en la que me acordé, zancada tras zancada, de mi amigo y compañero de fatigas corredoras. De Jens. Ya sabes de quien te hablo, porque siempre recurro a él. En el fondo, aunque aquí no corrimos juntos, sí que lo hizo. Igual que yo corro con él cuando él hace lo mismo en cualquier lugar de su Alemania. En el maratón de Colonia el otro día, por ejemplo.

Somos un equipo de dos. El equipo. Y sí. Te lo remarco y menciono de forma intencionada. Porque no puede haber historias con zapatillas en la que él no salga. Juntos alimentamos los sueños de nuestro yo corredor. Nos retroalimentamos y con ello damos zancadas por la vida. Mirando más allá de lo cotidiano. Soñando que, detrás de una meta, vendrá otra. Y sabiendo que son ellas las que dan sentido a muchas cosas. La vida en sí sólo tiene sentido si hay un por qué en el horizonte.

Yo sentí el abrazo de Jens, aunque no estaba, al cruzar la línea de llegada. Como sentí el abrazo metafórico de Copenhague. Un abrazo que sigue vivo. Como queriendo permanecer a mi lado para siempre. Como si, entre la media de la capital danesa y la de Valencia, sólo hubiese 21,1 kilómetros de recuerdos que atan una meta con otra. Como si al final, la vida fuera una carrera continua. Una cadena de medias maratones. O de zancadas. Una aventura con zapatillas. A paso firme. La mirada alta. Sacando pecho.

Seguimos corriendo juntos. Hasta el final de los finales.

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