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Crónica negra

Las 14 horas de negociación para liberar a la rehén de Prado Negro

Un equipo de la Comandancia de Granada dialogó con el hombre que mató a su vecino y retuvo a la mujer de este hace dos meses y medio

Laura Velasco

Granada

Sábado, 6 de diciembre 2025, 07:07

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La mujer salió desconcertada de aquella casa de Prado Negro, pedanía de Huétor Santillán, en la que había permanecido secuestrada. Cruzó el umbral de la puerta, miró a la Guardia Civil, y les hizo una pregunta: «¿Esto ha sido cierto o una película?». Se encontraba en estado de shock. Los agentes la metieron en el coche y la alejaron de aquel infierno. Atrás dejaba el cadáver de su marido, que había sido presuntamente asesinado por su secuestrador cuando llegaron en coche a casa -eran vecinos-. El trabajo de la Benemérita no había acabado; aún había que evitar que el susodicho se suicidara para poder detenerlo. La negociación, la más dura que recuerdan en la Comandancia, concluyó con éxito. De aquel 10 de septiembre han transcurrido ya dos meses y medio. Ahora, el agente que lideró las conversaciones relata cómo fueron aquellas catorce horas.

Era, a priori, un miércoles de trabajo normal, pero al mediodía recibieron la llamada que lo cambiaría todo. Al principio parecía un accidente, con una colisión entre dos coches, pero cuando la patrulla de Tráfico se acercó encontró en uno de ellos a un hombre aparentemente muerto por disparos en el asiento del piloto. Los servicios de Emergencias fueron alertados de inmediato. Cuando se acercaron a intentar auxiliar al hombre, alguien comenzó a dispararles desde una casa. «Nos quedamos alucinados, no entendíamos qué estaba pasando», cuenta el negociador. Poco después de las 15.00, él y el resto del equipo ya se encontraba en el lugar.

El equipo negociador pasó catorce horas al pie del cañón. Ideal
Imagen principal - El equipo negociador pasó catorce horas al pie del cañón.
Imagen secundaria 1 - El equipo negociador pasó catorce horas al pie del cañón.
Imagen secundaria 2 - El equipo negociador pasó catorce horas al pie del cañón.

La escena era desoladora. Al parecer, un hombre llamado Pedro había estado esperando a su vecino, Juan, con el que tenía rencillas, y le chocó cuando llegó en su turismo. Después, se acercó y disparó contra él, que iba en el asiento del piloto. Murió en el acto. A su lado viajaba su mujer, Lourdes, a la que el supuesto homicida sacó del coche. La metió en su casa. «La negociación partía de una base muy mala, había empezado matando», cuenta el guardia civil. Tocaba iniciar conversaciones con él para alcanzar el objetivo principal: que la mujer saliera con vida.

Contactaron con él a través del teléfono de un amigo -no atendía llamadas de números que no conocía-. Ante la pregunta principal, por qué lo había hecho, respondió que sus motivos estaban escritos en una libreta ubicada junto al fallecido. Instalaron un círculo de seguridad y se acercaron tanto él como otro agente a por la libreta. Llevaban chalecos antibalas y un escudo. Sabían que el secuestrador tenía, mínimo, un rifle con mira telescópica. «Cuando íbamos de camino, nos dijo: os estoy viendo», recuerda. La tensión era máxima.

Fue una larga jornada en la que, finalmente, tanto la rehén como el secuestrador salieron con vida. Ideal
Imagen principal - Fue una larga jornada en la que, finalmente, tanto la rehén como el secuestrador salieron con vida.
Imagen secundaria 1 - Fue una larga jornada en la que, finalmente, tanto la rehén como el secuestrador salieron con vida.
Imagen secundaria 2 - Fue una larga jornada en la que, finalmente, tanto la rehén como el secuestrador salieron con vida.

Cogieron la libreta, regresaron a la zona perimetrada y comenzó la negociación. Los motivos que alegaba en aquellas hojas eran rencillas vecinales, por ejemplo, problemas por temas de lindes. Aquel día, los vecinos de Prado Negro ya indicaron a IDEAL que Pedro estaba obsesionado con Juan, quien incluso había dejado de sembrar para no tener problemas.

Así comenzó el diálogo, liderado por dos negociadores y respaldado por un amplio equipo de profesionales -por ejemplo, psicólogos-. Poco después se incorporó una unidad superior de la Guardia Civil. A lo largo de la jornada, el individuo tuvo que ofrecer pruebas de que Lourdes estaba con vida. Había una preocupación clara: el secuestrador no estaba solo en contra de Juan, sino de la familia en general. Por tanto, ella estaba en un serio riesgo. Además, Pedro no pedía ni dinero ni ninguna otra cosa. «Intentamos hacerle ver por todos los medios que lo que estaba haciendo no era conveniente, pero no la soltaba. Nuestra prioridad era que no le hiciera daño», cuenta el agente.

El secuestrador se comunicaba constantemente. «Hablaba, hablaba y hablaba», recuerda el negociador. La obligó a escribir durante horas sobre el papel ideas que él mismo le dictaba, una especie de reconocimiento de hechos. Ella obedeció. A la par, Pedro amenazaba con «acabar con todo» si alguien se acercaba a su casa. «Avisó de que tenía perros sueltos y si ladraban quería decir que alguien se aproximaba, que tuviéramos cuidado. También tenía cámaras instaladas. Era la peor situación posible», añade.

La noche cayó sobre Prado Negro y el hombre comenzó a hablar de su intención de quitarse la vida. Llegó, incluso, a exponerles cómo iba a hacerlo. La preocupación era máxima. «Si quería suicidarse, no iba a dejarla con vida, porque entonces ella podría romper el escrito que le había obligado a redactar, y a él le interesaba que no lo hiciera. Nuestra teoría era que si quería quitarse la vida, antes se la quitaría a ella», admite el agente.

Después de horas de diálogo, y cuando la situación parecía enquistada, se produjo un punto de inflexión. Pedro bajó la guardia y se produjo un acercamiento entre ambas partes. Accedió a liberarla, pero con una condición: el negociador principal tenía que acercarse a la casa y estrecharle la mano para sellar el acuerdo. La prioridad es Lourdes, así que con todas las medidas de seguridad posibles, el guardia civil se acercó. «Nos acercamos dentro de un todoterreno blindado. Yo llevaba casco y chaleco antibalas. Detrás de mí iban dos agentes con rifles y había otros dos francotiradores fuera. La idea era hablar con él sin que yo me bajara del coche», explica.

Lo que vivió fue, literalmente, una escena de película. El vehículo se aproximaba lentamente. Pasaron junto al coche de Juan y vieron su cadáver. Se respiraba el terror. Al llegar, podía divisarse el interior de la vivienda a través de una reja abierta. Tenía encañonada a Lourdes con un arma. «Si le quitas la pistola de la cabeza, podremos hablar», le indicó el negociador. Accedió. Abrió la puerta y la dejó salir. Eran las 3.45 horas. Ella cruzó el umbral de la puerta, miró a la Guardia Civil, y les hizo una pregunta: «¿Esto ha sido cierto o una película?». La introdujeron en un vehículo policial y se la llevaron.

Lourdes estaba sana y salva, pero la negociación no había concluido. Quedaba una segunda parte, lograr que Pedro no se quitara la vida. La conversación continuó. Todos estaban exhaustos. El trabajo dio sus frutos y el hombre se rindió. Iba a salir de la vivienda a darle la mano al negociador, lo que previamente había demandado. La condición de la Benemérita era que no saliera armado. Vieron cómo dejó la pistola, marca Glock, en la verja y salió por la puerta. Con todas las medidas de seguridad posibles, el negociador bajó la ventanilla para apretarle la mano a Pedro, que estaba desarmado. Al hacerlo, los dos agentes que lo acompañaban procedieron a detenerlo.

La segunda parte de la negociación había concluido. Habían pasado unas catorce horas desde que partió de la peor base posible: un cadáver en la puerta, una rehén y una amenaza de suicidio. Prado Negro respiró tranquila y se centró en lo más importante, apoyar a la familia tras perder a Juan, un vecino «ejemplar», siempre dispuesto a ayudar a todos los que viven en aquella pedanía de Huétor Santillán.

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