El ingeniero que salva bebés de 500 gramos con incubadoras 'low cost'
Pablo Sánchez envía a países pobres su máquina portátil que 'revive' a miles de prematuros. «He visto a niños envueltos en papel de aluminio»
A Pablo Sánchez Bergasa (Pamplona, 32 años) nunca se le olvidará aquella imagen de varios bebés prematuros a los que habían envuelto en papel de ... aluminio o depositado en cajas de zapatos junto a un radiador para mantenerlos calientes y tratar de salvarles la vida. Esta escena real ocurrió en 2015 en un hospital de Sierra Leona a donde había viajado con compañeros de la Universidad CEU San Pablo, pero podía haber sucedido en cualquier sanatorio sin recursos de Nepal, Perú, Cabo Verde o Ucrania, países donde ahora opera su ONG Medicina Abierta al Mundo.
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A su regreso a España, este joven ingeniero industrial se propuso inventar una incubadora barata y fácil de transportar para suplir aquellas técnicas rudimentarias del papel de plata, la caja de zapatos e incluso otros métodos de incubación como una botella de agua caliente cubierta con una toalla junto al cuerpo del bebé.
A partir de un prototipo creado por otro ingeniero en 2015 que no llegó a cuajar, Pablo desarrolló una sencilla incubadora portátil que solo cuesta 350 euros, frente a los 35.000 de las profesionales de los hospitales españoles. «No tienen las mismas prestaciones, pero sí las esenciales», resume. Pablo la llamó In3bator (pronunciado en inglés 'incubator' por el número 3 como símbolo matemático de cubo) y hasta la fecha ya ha fabricado más de 200 cunas neonatales de bajo coste y código abierto, para que cualquiera pueda copiarlas. Más de 4.000 bebés han pasado por ellas. 4.000 vidas salvadas. Su proyecto ha merecido el Premio Princesa de Girona Social 2025.
Desde que emprendió esta altruista aventura en 2020 y con su incansable vocación «de transformar y salvar vidas», como reconoció el jurado del galardón, Pablo ha enviado incubadoras a 30 países diferentes, la mayoría en África, pero también en Latinoamérica, parte de Asia y Ucrania. «Este año esperamos mandar varias decenas más, especialmente a Etiopía con la asociación Cielo 133. Allí un orfanato con personal formado se encargará de la instalación y el mantenimiento. También tenemos en lista de espera para Camerún, Uganda, Kenia, Zambia y Bolivia», explica el joven emprendedor, que no duda en pedir cualquier «ayuda» para poder llegar a más hospitales. Las colaboraciones se pueden canalizar a través de su ONG.
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Pero sin duda Pablo guarda como oro en paño el recuerdo de la primera incubadora que tuvo un uso efectivo y que salvó a Zoe, un chiquitín que había nacido con apenas 500 gramos de peso (se considera prematuro por debajo de dos kilos) en un hospital de Camerún. «En un primer momento fue 'descartado', pero justo llegó una de nuestras cunas y el equipo médico decidió probar y colocar a Zoe en ella. Las incubadoras mandan cada dos minutos telemetrías de cómo está el bebé, por lo que yo desde aquí podía seguir la evolución. Nos dijeron que no confiáramos, que el bebé se iba a morir, así que teníamos el corazón en un puño. Pero después de mes y medio de lucha, me enviaron una foto de Zoe, ¡había sobrevivido!».
Un año más tarde Pablo convenció a dos amigos para ir al hospital, llevar un lote de incubadoras como la que permitió a Zoe aferrarse a la vida y de paso conocer al pequeño. «La madre, como muestra de gratitud, se vistió de boda para recibirnos. Me puso a Zoe en mis brazos y me dijo: '¿Cómo es que no tienes hijos? ¡Es lo mejor de la vida!'. Ese instante marcó un antes y un después en mi vida», relata emocionado antes de responder a la pregunta de la madre de Zoe. «No, no tengo hijos, tenemos hijos de forma simbólica en el proyecto, jejeje».
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La travesía del sherpa
Una de las grandes ventajas de esta especie de cuna climática es que es plegable y se puede transportar en una maleta. De hecho, uno de estos ingenios fue entregado en una remota aldea de Nepal. «Un grupo de montañeros (SOS Himalaya) se ofreció a cargarla a cuestas por caminos de montaña durante varias horas. Gracias a su esfuerzo, la incubadora llegó en buen estado a un pequeño centro de salud donde ahora está salvando vidas», relata Pablo. La noticia corrió como la pólvora hasta el punto de que sherpas de otras aldeas llevaban a bebés prematuros a sus espaldas a ese hospital, así que les enviaron una incubadora para que no tuvieran que desplazarse.
El joven navarro admite que esta iniciativa le ha hecho renacer «Es ilusionante. Es un regalazo. Y eso lo vivimos todos los que colaboramos en este proyecto. Cada incubadora, cada bebé que sobrevive… me recuerda que incluso en los momentos más oscuros puede nacer algo luminoso. Y que vale la pena luchar por ello».
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