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Esto no es una historia de superación

Esto no es una historia de superación

Pero se le parece mucho. A Gema Navarro le detectaron dos tumores cerebrales a un mes de irse de voluntaria a Etiopía. Ahora sube montañas y planifica otra vez el viaje que no pudo hacer

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Domingo, 15 de julio 2018

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- ¿Entonces no consideras que esto sea una historia de superación?

- No, yo no he tenido que superar nada. Simplemente me han pasado cosas.

Durante la hora y media en la que va desgranando su historia, Gema Navarro no se acaba de creer que sea lo suficientemente intensa como para llenar un reportaje. Sin embargo, la gente que la escucha no deja de asombrarse y de preguntarle más y más cosas. Su caso despierta más admiración que interrogantes. Pero ella los intenta callar (también para cuidarse su propio ego) con un «pues yo creo que es algo normal».

Con las luces puestas para esperar la Navidad de 2016, Gema remataba los últimos detalles de un proyecto ilusionante. Tras acabar la carrera de Nutrición y visitar brevemente los campos de refugiados de Tindouf en el Sahara, concluyó que lo suyo iba a ser ayudar en diferentes voluntariados. Su próximo destino, en poco menos de un mes, era Etiopía. Pero una tarde se fijó en que los problemas de vista y los mareos, que varios médicos le hacían acachacado a las cervicales, no remitía. Se acercó desde Petrés al centro de salud de Sagunto, le hicieron un TAC y le encontraron una hidrocefalía que le llevó en ambulancia directa al Hospital Clínico de Valencia.

Tras varios días de exploración, le diagnosticaron dos tumores cerebrales de origen y naturaleza desconocida que podrían haber sido mortales si se hubiera metido en un avión como tenía planeado. La operación era muy delicada y se hizo cargo de ella un equipo especializado. «Me dijeron que podía no pasar nada o pasar de todo», cuenta Gema.

A excepción de la Nochevieja, su familia y ella pasaron todas las Navidades en el hospital. A la madre de Gema, que padeció un cáncer poco tiempo atrás, le tenían que volver a intervenir antes de verano. El 9 de enero, un día antes de que saliera el vuelo que ya sabía que iba a perder, los médicos retiraron los dos tumores de la cabeza de Gema.

Se despertó con problemas de habla, sin poder moverse apenas y con un ojo casi inútil. La parte derecha no le respondía cómo debería. Ni pasó la nada, ni pasó el todo, sino ese impredecible término medio que cuando es médico, además de incentidumbre, suele dar miedo. Nada más lejos de la realidad, ya entonces Gema tenía una actitud particular, como si los cinco pasos de Kübler-Ross (negación, ira, negociación, depresión y aceptación) no fueran tanto para ella como para su familia.

Gema recuerda esas navidades hasta con cariño: «no paraban de visitarme y de hacerme regalos y de cuidarme. A mi me encantó, a pesar de todo lo que me estaba pasando», comenta. «Nunca sentí miedo porque me pasara algo fatal, siempre recibí las noticias con conformidad. Yo soy feliz porque esta es mi vida, y nunca he aspirado a que fuera perfecta: siempre me he sentido igual de a gusto y he sentido que lo que viniera, fuera lo que fuera, estaría bien».

Esto no es una historia de superación. Pero tiene logros como si fuera una de ellas. El sueño de Gema de ir a Etiopía tuvo que quedar aparcado. En su lugar, ya en casa recuperándose muy poco a poco y con su madre recién operada también, decidió cursar el Máster en Cooperación al Desarrollo de la Universitat de València. Fue recuperando la visión, hablando mejor, y dejando de necesitar a una persona que le acompañara a cada paso que diera.

Ha pasado un año y medio desde entonces. Ha recuperado el pulso que necesitaba para atinar las mandalas que pintaba en sus ratos libres, ha dejado de ver «todas las series que hacían» y se ha aficionado a la restauración y la decoración, además de empezar un huerto en el jardín de su casa que ya le da nísperos, melocotones, pepinos, lechugas, tomates, pimientos, aguacates y algo más. «Lo bueno de un cambio así es que es un golpe en la mesa en el que puedes reconstruir una vida completamente diferente. Una rutina nueva. Y eso he hecho», cuenta.

Ha acabado el curso del máster y acaba de poner fecha a su viaje a Etiopía otra vez: se irá de noviembre a febrero. Pusieron su nombre al proyecto en honor a sus ganas truncadas. Ahora tiene una perspectiva mucho más amplia de su misión, que ya no pasa indispensablemente por la nutrición: quiere crear un proyecto de desarrollo rural en el que, a través de los hábitos de obtención y manipulación de alimentos, las mujeres de la comunidad se empoderen.

Su último pequeño logro lo dio a conocer hace unas semanas a través de sus redes sociales. Es la foto que encabeza este artículo con un pie de foto: «Hoy hemos bajado el Barranc de la novia y hecho la Ruta de los acantilados, no sería nada del otro mundo, pero he subido antes un acantilado que las escaleras de mi casa. Eso sí, tenía 6 manos de más que ojalá tuviera cerca siempre». Sus compañeros de máster le animaron a hacer la ruta ofreciéndole no soltarle las manos para que su falta de equilibrio y su velocidad no le pasaran una mala jugada. Ella insistió en decir que no, hasta que dijo que sí. Tardaron cuatro horas en recorrer lo que habitualmente se hace en poco más de hora y media.

Y este último hito reafirma un discurso que piensa antes de soltar, pero del que no duda: «Esto me ha hecho más feliz porque me ha rodeado de gente muy buena. Mi familia y mis amigos se han volcado en mí y eso me encanta. La gente me ayuda un montón y a mi no me importa necesitar esa ayuda». Se siente afortunada de tener al lado a la gente que ha hecho que esta no sea una historia de superación.

Porque claro, esta no esa una de esas historias de superación, aunque se le parece mucho.

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