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Mayrén Beneyto llega con la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, a la fiesta que organizó Prada en el Mercado Central, en el marco de la Copa América. A su lado, Patrizio Bertelli, marido de Miuccia Prada.

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Mayrén Beneyto llega con la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, a la fiesta que organizó Prada en el Mercado Central, en el marco de la Copa América. A su lado, Patrizio Bertelli, marido de Miuccia Prada. LP
Las mil vidas de Mayrén Beneyto

Mayrén Beneyto: «Nadie que yo no quisiera me llevó al huerto»

La socialité comienza el primer capítulo de una serie de vivencias que la llevan a recordar las fiestas a las que ha asistido durante varias décadas y las anécdotas que han rodeado sus momentos más sociales

Domingo, 19 de octubre 2025, 00:55

Retrocedemos al día 21 de junio de 2007. Un coche oficial se detiene frente al edificio de Tabacalera, a espaldas del paseo de la Alameda. La multitud que espera tras unas vallas se hace hueco para asomar la cabeza y ver quién es el ocupante del vehículo. Ya han visto pasar a varios famosos y hay mucha expectación. Unos segundos más tarde, se abre la puerta y desciende Mayrén Beneyto, que en ese momento suma ya dieciséis años como concejal en el Ayuntamiento de Valencia. Para el evento más importante que celebrará la organización de la Copa América, al que asistirán un millar de personas venidas de medio planeta, la socialité ha echado el resto y ha optado por un espectacular vestido negro con un provocativo escote bañera y un pañolón de color naranja, por Valencia, todo firmado por el diseñador de moda del momento, Álex Vidal. «Me recibieron todos con un aplauso», recuerda, orgullosa. La elección de aquella indumentaria tuvo, sin embargo, consecuencias inmediatas. «Al día siguiente, Totón, la hermana de Rita (Barberá), llamó bastante enfadada a su asesora y le soltó: 'Dile a Mayrén que no tiene que ir de estrella de cine'». Y añade: «No fue la única persona en el Ayuntamiento a la que le molestó mi vestido».

Cuenta Mayrén, sentada en el escritorio de su habitación, rodeada de álbumes de fotografías que narran en imágenes mil vidas en una, que fue la única noche de aquella etapa como concejal en la que sacó toda su artillería. «En realidad, nunca pude ir por libre. No olvidaba que era concejal, y de hecho siempre iba bien vestida, pero nunca me pasaba, porque sabía que estaba trabajando, y que no podía eclipsar a la alcaldesa». Recuerda sin embargo que aquel día no fue su acompañante, como sucedió en otras galas de la Copa América, donde Mayrén iba siempre al lado de Rita Barberá. «Yo hablo varios idiomas, y ella sabía que me movía en esos ambientes como pez en el agua».

Mayrén, genio y figura, comienza el relato de su vida para LAS PROVINCIAS con las fiestas a las que ha asistido en una dilatada trayectoria personal y profesional. Un contexto en el que siempre se ha sentido muy cómoda, una faceta que a sus ochenta años sigue cultivando con placer. «Es que yo no siento que tenga esa edad, quizás sea mi defecto», asegura, en un arranque de autocrítica que rápidamente deja atrás. Porque Mayrén ha traspasado generaciones, y es un nombre escrito en letras de oro en la lista de invitados de cualquier sarao valenciano, ya sea el interiorista del momento, y que todavía no ha cumplido ni los treinta, y donde llega a ejercer de dj, o una tertulia cultural de la Orden del Querer Saber, donde la media de edad ha superado con creces la fecha de jubilación. «Hay que saber quién te invita y vestir acorde al evento. Eso sí, nunca me pondría una minifalda». Mayrén se ríe de su propia ocurrencia, ella que nunca se permite fallar, que se autoimpone una disciplina férrea. «Claro que a veces me entra la pereza y me quedaría en el sofá, pero a mí me encanta la vida, y quiero vivirla mientras pueda». Dice también que por deferencia y cariño hacia quien la invita no entiende excusar una ausencia. «Asisto a uno o dos eventos al día, y en mi agenda dejo escrito qué me voy a poner en cada uno de ellos para que tenerlo preparado».

Fiestas en Nueva York

Pero para buscar las grandes fiestas que han quedado grabadas a fuego en su memoria hay que ir hacia atrás. El rebobinado nos lleva a los años ochenta. Mayrén se ha hundido con la UCD, pero de su época como directora general de Turismo ha aprendido mucho. «Asistí varios años a las fiestas de la Hispanic Society en Nueva York, así que cuando me propusieron presidir Unicef quise organizar eventos así en Valencia. A mí no me iba lo de estar en un ropero y vender tarjetas, como hacía la marquesa de Cáceres, que sí, era una señora estupenda, pero yo quería hacer más». Estuvo diez años en el cargo, y revolucionó la organización. La primera de las fiestas se celebró en la sala Xúquer, y Jesús Barrachina fue la persona que la ayudó. «Nos dijo que servía la cena gratis, pero la sala era espantosa, así que recreamos un cabaret de París. Apagamos todas las luces, pusimos velas rojas y una especie de tren con el que salían las modelos vestidas de Loewe». Mayrén era entonces imagen de la firma y quien ocupaba la dirección de la tienda en Valencia, Mercedes Carreras, también le echó una mano. «Rifamos unas maletas de Loewe que le tocaron justo a Pepe Moreno, que había copiado un bolso de la marca». Durante aquellos años consiguió recaudar lo que nunca se había recaudado en Unicef. «Tenía problemas a la hora de colocar a la gente en una cena benéfica. Eso era lo peor, nunca había suficientes mesas, y al día siguiente estaba quien me decía que nunca más me hablaría y quien me mandaba flores. Pero lo importante era asistir. El éxito era debido a que lo hacíamos muy bien porque vivir una cena de esas era maravilloso». Actuaron artistas como Tip y Coll, María Jiménez, Mari Carmen y sus muñecos o José Manuel Soto.

Mayrén Beneyto, en una de las cenas de Unicef que organizó con muchísimo éxito. CEDIDA

Según la socialité, a aquellas fiestas había que ir muy bien vestido, los hombres de esmoquin o de negro, las mujeres de largo. «A mí me debían de haber dado una medalla, porque se movió la economía: peluqueros, modistos, tiendas, flores, decoración, manteles… Todo estaba muy cuidado, porque yo siempre digo que no puedes pedir dinero y dar pobreza». Recuerda que una vez una señora de la alta sociedad le dijo que le parecía muy feo pagar cinco mil pesetas por asistir a una cena. «Yo le contesté que estaba de acuerdo en que no viniera, pero que se le había olvidado mandarme el talón. No teníamos casi gastos, no invitábamos a nadie. Para mí era un honor pedir para Unicef». Y reflexiona sobre la desaparición de este tipo de eventos: «Ahora las grandes fiestas se han sustituido por las bodas. Al menos entonces eran galas benéficas», apunta.

Mayrén Beneyto habla de una sociedad, de «unos apellidos, que ya no están. Los Sáez Merino, los Lladró, los Suñer, los González Lizondo, los Ferri… Se peleaban por dártelo todo», asegura, y cree que ahora sólo hay una familia que ocupe ese papel en Valencia: los Roig. También se deshace en elogios de los gobernantes de la época, aunque fueran de izquierdas. Habla de la época de Lerma como presidente de la Generalitat. «Me apoyaron siempre, a pesar de que sabían que yo no pensaba como ellos». Alguna anécdota guarda de una de las primeras cenas, en las que junto a ella había varios consellers, entre ellos Rafael Blasco, entonces en el PSPV. «Se pasó la noche pendiente de otra mesa, donde estaba sentada Consuelo Císcar, a quien yo conocía porque había sido secretaria de Leonardo Ramón en mi época como política. Eran tal las risitas y las miraditas que le dije a Luis Font de Mora, entonces conseller de Agricultura: 'Levántate con disimulo y dile a Consuelo que venga a tomar café a nuestra mesa porque Rafael va a terminar con dolor de cuello».

Manuel Broseta y Sol Bacharach

No ha sido la única vez que Mayrén Beneyto ha ejercido de celestina, incluso en su propia casa, y que contará en otro capítulo. De hecho, en otra de las cenas de Unicef, la que se celebró en la Lonja, el tristemente asesinado por ETA catedrático Manuel Broseta la llamó un día antes, con todas las mesas ya listas, y le dijo: «Quiero ir a la cena de mañana, quiero sentarme en la mesa de tu amiga Mari Carmen Suñer, y voy a ir con Sol (Bacharach), que le hace mucha ilusión'. Yo no podía decirle que no, pero el problema que a mí me creaba era terrible. En aquella cena se hizo oficial la relación de Broseta con Sol Bacharach y hubo gente que dejó de hablarme».

La socialité ha hecho de la presencia en fiestas y eventos una profesión, a la que le dedica tiempo y, sobre todo, mucho rigor, además de aplicar algunas reglas que a ella le funcionan bien. A Vallejo-Nágera le preguntó cómo conseguía no aburrirse en los actos a los que iba, que eran numerosos. «Me contestó: 'Yo hago lo siguiente. Primero hablo con el de la derecha, si es interesante perfecto, si veo que no, me dirijo a la izquierda y hago lo mismo. Si no me aportan mucho, les pregunto sobre su trabajo y me cuentan su vida, y algo terminan diciéndome que me permite llegar a casa sabiendo algo más'. Yo soy de esa política». Además, tiene por norma no acaparar al anfitrión y, si hay alguien solo, acercarse para darle conversación. También cumple a rajatabla aquello de esperar para acercarse al bufé e irse pronto de los eventos. Y recuerda, ya estando como presidenta del Palau de la Música una fiesta a la que asistió la entonces ministra, Carmen Alborch. «Ni ella ni sus amigos, entre los que estaba Francis Montesinos, se iban. Por mi cargo no podía dejarme a una ministra, pero yo quería cerrar el Palau porque me encanta llegar a casa y meditar. A uno de sus amigos, que era de izquierdas, le prometí que sería amigo mío si se la llevaba a su bar. Y así terminó la noche».

Salir de casa llorada

Y, por supuesto, como regla de oro, salir de casa llorada. «A nadie le gusta ir a una fiesta a escuchar las penas de otro. Eso es de muy mal gusto». Pocas veces se ha permitido soltar una lágrima en público, más allá de la emoción que le ha embargado en algún evento religioso. Pero eso lo dejamos para otro capítulo.

Volvamos a rebobinar, ahora un poco más atrás, a finales de los años 70 y principios de los 80. Valencia está despertando tras la muerte de Franco y hay dos lugares donde se celebran los eventos de la sociedad valenciana. Después de que un decreto-ley en 1977 legalizara los juegos de azar en España, el Casino Monte Picayo se convierte en el lugar donde ver y dejarse ver. Allí actúan las grandes estrellas del momento, desde Lola Flores a Carmen Sevilla. La primera cantaba de noche y jugaba de madrugada, mientras la burguesía valenciana sacaba sus mejores pieles y las jovencitas querían conocer a un debutante Bertín Osborne. «Eran unas noches fantásticas, nos reíamos tanto…».

Mayrén Beneyto, con Eduardo Gamit y Lucrecia Pret de Sava en una fiesta en Distrito 10. CEDIDA

También Distrito 10, que se inauguró en 1982 y dos años más tarde consiguió ser reconocida como la mejor discoteca de Europa, vivió sus años dorados y los de Valencia con Carlos Llobet -padre de la concejala Paula Llobet- como director. El ambiente era «sofisticado y elitista», según relataban las crónicas de LAS PROVINCIAS de la época, y Mayrén Beneyto, la primera mujer en el gobierno de la preautonomía, concejal del Ayuntamiento de Valencia desde 1979, una de las invitadas más esperadas. «Francis Montesinos me hizo para una de aquellas fiestas de Distrito un sastre blanco y llevaba un zorro del mismo color, y recuerdo que Lola Boluda se empeñó en que tenía que ponerle al zorro los ojos azules. Amanecí con aquel traje que paraba el tráfico…».

¿Tenía éxito Mayrén entre los hombres? Ella ríe y dice que sí. De aquella época del casino cuenta que quien quería jugar no quería ligar, pero «llegó a ser complicado porque siempre venían algún noble -incluso primo del Rey- con mucho interés en que le enseñara Valencia. Pero como ya me sabía la lección les enviaba, según su rango, un coche y un guía. Y yo, muy educada, me excusaba». No quiere contar mucho más, sólo añade: «Nadie que yo no quisiera me llevó al huerto».

Según Mayrén Beneyto, hay a finales de los ochenta una época que denomina confusa. «No se sabía si estaba bien hacer galas o fiestas. Así que cuando Rita accede al Ayuntamiento se propone devolverle el brillo a la ciudad, porque Valencia había muerto». ¿En qué sentido? Lo justifica: «Los ricos tienen dinero para ir de fiesta donde les dé la gana, en Madrid o en París. Un evento así, si se sabe llevar, es alegría para todo el mundo, mueve la economía y da unas ganas de vivir enormes. Claro que no hay que derrochar, porque hay gente que se arruinó por gastarse más de la cuenta, por dar fiestas que no tocan. Si es que no es necesario, hay que saber gastar, que no es tan difícil». Y habla de aquella ocasión en la que el premio Nobel Camilo José Cela visitó Valencia para dar una conferencia en el Palau de la Música, y Rita abrió el Salón de Cristal del ayuntamiento. «Dio una cena espléndida, no por cara, sino por bonita. Apenas había treinta personas pero se fueron todos encantados».

Copa América

Cuando Mayrén vuelve a aparecer en una lista electoral, en las elecciones municipales de 1991, «vienen a pedirme que dimita de la presidencia de Unicef. Faltaría más, lo iba a hacer». Y Mayrén se adentra en el mundo de la cultura, la música o el cine. Fue años más tarde, en la Copa América (2007), cuando la concejal sintió que había llegado su momento. «Yo era la única que llevaba un cinturón de Louis Vuitton, o que tenía un bolso de Prada, o que hablaba italiano». Y entre todas las fiestas, rememora la de Prada en el Mercado Central. La firma de moda italiana participaba en la competición náutica con el equipo Luna Rossa, y en Valencia desembarcó la todopoderosa Miuccia Prada, acompañada de su marido, Patrizio Bertelli. Fueron los anfitriones de un exclusivo evento y por la escalera del Mercado Central subieron estrellas de Hollywood, como Demi Moore, casada en aquel entonces con Ashton Kutcher, personajes muy conocidos en las alfombras rojas patrias, como Rafa Medina, Carla Goyanes o Antonia dell'Atte, y los valencianos de moda, como Nacho Duato o Inés Ballester.

Mayrén Beneyto recrea la noche de fresas y champán en el Mercado Central en la fiesta de Prada en la Copa América. IVÁN ARLANDIS

Había más de un millar de invitados allí dentro. Pero lo que Mayrén desvela es que dentro del Mercado Central «hubo una fiesta privada todavía más exclusiva que la que se estaba celebrando en el resto del recinto». Las fotografías de las personalidades que acudieron a la fiesta salieron publicadas al día siguiente en todos los medios de comunicación, pero nada se coló del interior, prohibidas las cámaras y los móviles. Menos todavía de aquel reducto VIP entre los VIPs, y donde Mayrén Beneyto le pareció estar viviendo en un sueño. «A aquel reservado sólo pudimos entrar la alcaldesa de Valencia, que se llevó a su hermana Totón, y yo, que fui con mi hija Irina, y que se sentó con los hijos de Patrizio y Miuccia». Cuenta la socialité que un ejército de guardaespaldas creó un muro infranqueable para que nadie más entrara. «Ni siquiera el president de la Generalitat Valenciana o el presidente del club de fútbol más importante de España, que lo intentaron. Yo apartaba la vista, porque claro, el matrimonio Prada decidió que no pasaba nadie más».

La decoración corrió a cargo de un reconocido arquitecto, Rem Koolhaas. «Adquirieron en una subasta en Inglaterra el coro de un convento, que fue donde nos sentamos a comer, y las paredes estaban empapeladas como si fuera el Vaticano el día en que se elige un Papa. Aquello fue increíble». Había un puesto de fresas y frambuesas, otro de champán Mumm, patrocinador del Luna Rossa, y un comandante especialmente solícito con Mayrén. «'L'aereo è pronto, dove andiamo?', no paraba de preguntarme, y yo le contestaba: 'Plaza America'. Él pensaba que yo quería ir a América y me decía, 'molto lungo', y me proponía ir a Roma, a Madrid, a Venecia…». Se trataba del piloto del avión privado de la familia Prada. «Y mientras, Rita Barberá me miraba y se reía».

Relación de Rita y Mayrén

Las dos querían vender Valencia. «La alcaldesa le dijo como 50 veces a Miuccia que tenía que conocer los talleres valencianos. Yo quería que vieran de primera mano cómo era nuestra artesanía». De hecho, según Mayrén, la primera edil convenció a los directivos de la firma Hermès de que celebraran una fiesta en la ciudad en aquella época. «Eligieron el Jardín Botánico, que estaba increíble iluminado con velas, con gnomos que te acompañaban a la mesa, con mantelería y vajilla de la firma, músicos de Marruecos y una cena servida por Ricard Camarena. De Valencia, sólo estaban invitados los Boluda, Cuchita Lluch y dos matrimonios que, por lo visto, eran muy buenos clientes. Fue una de las mejores cenas a las que he asistido nunca, pero Rita Barberá finalmente no acudió porque coincidió con la fiesta del periódico Levante y eran vísperas de elecciones. Rita no se la quiso jugar pero a los directivos de Hermès no les sentó bien».

Ya saliendo de la crisis inmobiliaria que sumergió a Valencia a partir de 2008 en una ciudad mucho más gris, la joyería Rabat se animó a celebrar en una cena en el Mercado de Colón que se convertía en el nuevo distribuidor oficial de Rolex. «Presidí la mesa junto a los Rabat e Isabel Preysler, y fue una de sus primeras salidas después de morir su marido, Miguel Boyer. Tenía una educación de diez y conocía mi vida a la perfección, algo que yo siempre aconsejo para ser una invitada perfecta, saber de la persona con quien vamos a compartir mesa. De hecho, me pidió que fuese yo la que indicase en qué momento quería irme».

Cuando a Mayrén se le pregunta a cuántas fiestas cree que habrá asistido en su vida, contesta que esa respuesta no es nada elegante. «Aunque lo supiera no te lo diría», asegura.

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