Borrar
Newsletter 'Revista de Valencia'

Los matrimonios que se rompen sin romperse

Elena Meléndez

Valencia

Domingo, 7 de diciembre 2025, 22:52

En la última semana he recibido de varias personas cercanas un artículo sobre el fenómeno del «divorcio silencioso» que se publicó hace días en un medio nacional. Se trata de una forma de desvinculación emocional dentro de un matrimonio, es decir, parejas que siguen conviviendo formalmente pero que han perdido intimidad, comunicación y vínculo afectivo. Una idea servida en bandeja de plata que me envían, imagino, porque consideran que estos temas son lo mío, lo humano, lo a veces incómodo y tantas veces inapropiado, la letra pequeña que se escribe en los márgenes de una hoja porque no calculaste bien el espacio. Al grano. Lo interesante es observar cómo en Valencia, especialmente entre quienes viven entre áticos y amarres, hemos convertido esta forma de ruptura en un arte socialmente respetable. Aquí no se rompe nada, aquí se descontinúa. Basta mirar de cerca a algunas de esas parejas que posan en inauguraciones del Roig Arena o cócteles en la Marina. Ella, impecable, él, relajado pero no tanto, ambos rodeados de copas de cava y sonrisas fotogénicas. Lo curioso es que suelen ser también los que pasan menos tiempo juntos fuera del marco de una foto.

Hay parejas que llevan años sin rozarse, pero siguen perfectamente coordinadas para elegir quién va a qué evento, como si fueran dos ministros repartiendo competencias.

Otros mantienen la convivencia gracias a la mascota, el perro, heredero emocional de un trono vacío. Algunos mantienen la relación por el ático, pues separarse obligaría a decidir quién se queda con la terraza con vistas a la Alameda. Y a muchos les une la agenda social compartida, ese pegamento invisible que sustituye a la pasión con sorprendente eficacia. La intimidad se convierte así en una performance y el matrimonio en alianza estratégica. Mientras tanto, el silencio se va desplegando a cada paso que dan como un pasillo de mármol brillante, frío y elegante. Y quizá todo esto funcione porque, en ciertos círculos valencianos, lo importante nunca es lo que ocurre en casa, sino lo que parece que sucede cuando alguien atrapa el momento en una instantánea.

Conozco mujeres que prefieren practicar yoga, pilates, barre o syclo, bailar, salir con amigas, hacerse un masaje, comer sushi, comprarse una crema cara o un blush de Charlotte Tilbury, ir a la peluquería, de compras, ver una serie, limarse las uñas, mirar lo nuevo de Zara en la web, hacer caca, hablar con su madre por teléfono, arreglar un armario, leer, escuchar el último disco de Rosalía, ponerse una mascarilla en el rostro, beberse una copa de vino, curiosear en inmobiliarias o preparar una tarta antes de tener sexo con su pareja. Ya no sé si se trata de pereza, desgaste, edad o el tema de las hormonas, tampoco sé si a ellos les pasa lo mismo o si continúa vigente el mito del hombre permanentemente excitado y listo para entrar en acción. Lo dudo. También sé de bastantes parejas que sus momentos de intimidad consisten en discutir sobre el termostato, ver series cada uno en su pantalla, doblar toallas, comentar el precio del aguacate, compartir memes por WhatsApp desde el mismo sofá, hacer la compra en Mercadona, pelear por la almohada buena, organizar vacaciones, decidir qué cenar durante más tiempo del que dedican a cualquier conversación emocional, criticar a otras parejas, pagar facturas, comer en silencio mientras ambos miran el móvil, discutir sobre cómo cargar el lavavajillas, comprar velas aromáticas, fingir que el trabajo lo ocupa todo, elegir peli, ir a cenas con amigos, debatir si este verano toca Formentera o Jávea. En su círculo se sabe que cada uno tiene su vida, y a veces su afecto, por otros derroteros. Pero mientras la foto salga bien y los apellidos sigan alineados, ¿para qué incomodar? A fin de cuentas, romper un matrimonio es fácil, pero romper un ecosistema social es muchísimo más engorroso. Quizá el divorcio silencioso sea, en realidad, una tradición mediterránea, como esas comidas familiares en las que uno se sienta frente a la tía a la que no soporta, pero sonríe por educación. Aquí hemos elevado la convivencia diplomática a categoría de arte. Pero ojo, no seré yo quien juzgue… La excitación es territorio privado y sagrado. Si algo, o alguien, le enciende la chispa, adelante, que para eso existe la imaginación. Lo importante es que cada cual baile al ritmo de sus propias pulsiones, sin pedir bendición ni disculpa. En un mundo tan empeñado en dictar cómo debemos querer, desear lo que a uno le plazca es, paradójicamente, el acto más elegante de rebeldía.

Si quieres seguir las entregas de 'Revista de Valencia', suscríbete en este enlace o en el apartado 'Newsletters' de la web de LAS PROVINCIAS.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Los matrimonios que se rompen sin romperse

Los matrimonios que se rompen sin romperse