Qué pensarán del nacionalismo. O de los avances de la inteligencia artificial. O del uso del glifosato como herbicida. Siempre que surgen grandes preguntas en ... el horizonte salgo a caminar en silencio y me encierro en la contemplación de los seres humanos y los paisajes que me rodean. Los contemplo como si formaran parte de una película, de un plano secuencia interminable y lentos movimientos de cámara. Procuro ver el revés de las cosas, salir de las avenidas en busca de los callejones. Darme cuenta de la ficción que es esa vida televisada y esa realidad que muchos creen, por la que están dispuestos a pelear contra otros, por la que están preparados para dar su respaldo a cualquier manipulador de turno. Porque ya estamos obligados a elegir entre lo blanco o lo negro, entre « O nosotros o el caos» que decía el personaje vestido con chaqué de aquella genial viñeta de Ramón. Al que la masa contestaba «¡El caos, el caos!» y a la que el presunto prócer respondía: «Es igual, también somos nosotros». Aquello fue unos meses antes de la muerte de Franco en la portada de la revista Hermano Lobo. Y seguimos sin avanzar mucho, la verdad. Incluso para el humor hemos de mirar atrás. Mientras se mantiene ese abismo profundo entre lo real y lo político, esa brecha en la que no hay matices, ni educación, ni discurso. Todo queda reducido a un sí o un no. A empuñar una bandera, a manipular sentimentalmente a los ciudadanos, a tirar por la vía de lo irracional. La patria, la sangre, la unidad, la grandeza, la historia. Todo eso que solo se puede nombrar desde el grito o la imposición. Esa falacia de creer que el nacionalismo basta para formar un estado, sea el que sea. Pobres de nosotros, siempre felices celebrando la confusión.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión