Entre las expresiones que se usan a modo de muletilla popular para fingir un tono docto que, en realidad, no es sino puro pensamiento casposo, ... existe una que suele hacer gran fortuna, me refiero a la de «perdono, pero no olvido». El otro día se la leí al pobrecillo Paquirrín, pero no recuerdo a qué se refería. Este muchacho siempre me despierta compasión, aunque ignoro el motivo. Será que sus párpados caídos le conceden una tristeza bobalicona que me conmueve... En fin...
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Opina uno que si perdonas pero no olvidas esto indica que arrastras ponzoña en tu interior, acaso deseos de venganza, por lo tanto en esas situaciones detectamos escaso perdón por parte del presunto humillado. Mira, si perdonas de verdad, es que has olvidado. Lo contrario no me sirve. En las últimas semanas, a raíz del fallo que condena al fiscal general («ex», a estas alturas), el argumentario propio de papagayos que pregonan los ministros nos obsequió con otra expresión que, quizá, con el tiempo, haga fortuna hasta anclarse en el subconsciente colectivo. «Acatamos el fallo, pero no lo compartimos», o la versión de «acato el fallo, pero discrepo». En el fondo, estas palabras están emparentadas con el «perdono, pero no olvido». De acuerdo, puedes acatar pero luego discrepar. Sin embargo, cuando tantos ministros repiten el mismo mantra lo que llega a la calle es que se ciscan en los jueces y que estos, sin duda, son unas malas personas, unos pérfidos que castigan a uno de los suyos. Mayor prudencia y sensatez cabría exigir a nuestros líderes. Podrían acatar a secas y luego, desde el silencio, componer semblante compungido de máximo dolor. Pero cuando añaden la coletilla de «discrepo» o «no comparto», revelan que el culo se les quedó torcido y su estómago sufre indigestión. Estos, como el pobre Paquirrín, seguro que son de los que perdonan pero no olvidan...
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