El jueves se celebra el día de la Comunitat . Los últimos años solía ser una jornada festiva. De los valencianos, no de los políticos. Porque ... el 9 d'Octubre, un día de fuerte calado institucional pero también ciudadano, no está pensado para convertirlo en diana de señalamientos ni en plataforma partidista de nadie. Al contrario, debería servir para reivindicarnos. Todos juntos. Una fiesta para creer en nosotros mismos, en la que no tengan cabida los latigazos de los tiempos de corrupciones y convulsiones políticas, ni las injerencias de otras autonomías.
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Este año, sin embargo, la celebración llega envuelta de una gran tensión: con el trasfondo de lo vivido en la dana, con las derivadas que dejó su gestión y con unas formas de ejercer la política, tras el atroz episodio, absolutamente desbocadas. La política del enfrentamiento descarnado. Algo que hace pensar que este 9 d'Octubre poco hará honor a ese llamamiento que hace el himno regional a la unidad y a la 'germanor'. Y será así porque la tremenda quiebra de principios que vivimos va a mediatizar todo lo que ocurra. Y, posiblemente, haga añicos esa pátina festiva que debería tener el día de los valencianos.
Lo estamos viviendo a diario y con intensidad. Quien lidera la política valenciana está instalado en el jaque mate. Sin concesiones. Y todo es ya una campaña electoral atroz, constante, eterna y descarnada. Barnizada, además, de pinceladas de irresponsabilidad de algunos empeñados en centrar su acción política en los señalamientos o en aprovecharlos para retorcer la situción aún más. Una decepción (si no traición) a lo que es la esencia de ser valenciano. Ese 'Tots a una veu' que ahora está siendo pisoteado por intereses ideológicos y partidistas.
Vivimos una eterna y atroz campaña electoral en la que la acción política se está impregnando de actitudes poco edificantesEl 'Tots a una veu' que representa a los valencianos está siendo pisoteado por meros intereses partidistas
En la bancada socialista, por ejemplo, hemos observado esta misma semana cómo han entrado de lleno en ese juego. Haciendo añicos el mínimo decoro institucional, han puesto en el foco en la procesión del 9 d'Octubre y la presencia de Carlos Mazón en ella, sin ser conscientes de lo poco conveniente que era hacer eso. Como bien sabrá la propia delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, sobre la que recae en buena parte las cuestiones de seguridad. Nada favorece al sosiego necesario y a la celebración de la jornada festiva, algunas declaraciones hechas desde su partido. De hecho, hasta la propia secretaria general del PSPV y ministra de Ciencias, Innovación y Universidades, Diana Morant, habló de provocación el hecho de que el presidente de la Generalitat haga lo que debe hacer: asistir a la procesión cívica del 9 d'Octubre.
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Aunque agazapada por la alargada sombra de Pedro Sánchez, Morant había comenzado una nueva etapa estas últimas semanas de acercamiento a los valencianos, quizá buscando más visibilidad y ofrecer una imagen de mayor empatía en todos los ámbitos. Algo que era clamorosamente necesario, si realmente aspira a ser la jefa del Palau. Sin embargo, al tiempo, hemos constatado cómo ha ganado enteros la radicalidad de su mensaje y el de los suyos a la hora de hacer oposición. Quizá asumiendo las formas de hacer política propugnadas desde Moncloa o, incluso, de partidos más escorados a la izquierda. Encender mechas que aviven el fuego. Algo que le aleja, ya del todo, de la política de sosiego (y a momentos constructiva) que practicó el presidente Ximo Puig. .
Si observamos ahora al PPCV, vemos cómo su líder debe afrontar el 9 d'Octubre desde la barrera de la tensión. Vivir un día clave en la vida de los valencianos con el temor al rechazo que pueda encontrar su presencia en las calles. Un rechazo que puede ser espontáneo y tremendamente lícito. Pero que también puede estar estratégicamente organizado o, al menos, caldeado desde atalayas partidistas. Una realidad, en todo caso, que demuestra la situación anómala que se está viviendo. Porque no es normal ni las amenazas, ni los improperios, ni los radicalismos... Ni que tengamos un presidente que tenga que vivir su día a día sometido a esa situación. Algo que, de forma obligada, invita a preguntarse -desde fuera de su órbita ideológica pero también desde dentro- sobre su futuro.
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Sabemos que Mazón vive en una montaña rusa, con momentos de remontada anímica y política, pero también con trepidantes descensos (a los que parece que ha ido habituándose). Un viaje, en cualquier caso, en el que lo crucial va a ser, no sólo su voluntad por continuar haciéndolo, sino la de los suyos para que lo haga. Porque, ¿qué conexión real tiene en la actualidad el votante del PP con su líder? Núñez Feijóo ata al ambiguo escudo de la reconstrucción el futuro del jefe del Palau y no parece ser una urgencia para él. Mazón, por su parte, da síntomas de que lo que quiere es seguir. Dicho esto es si debe o no hacerlo. De un sorbo y sin azucarillo.
Es domingo, 5 de octubre. La paleta de colores de la política se difumina. Los rojos se han radicalizado. Los azules, a momentos, son casi negros. Y entre ellos, emergen tonos chillones y estridentes. O lúgubres. El pantone, poco a poco, languidece y el riesgo de que la conexión de la sociedad con sus políticos se vaya a negro es cada vez mayor. La ciudadanía ya no encuentra luces.
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