Subo con mi mujer a un taxi. El taxista no responde a mi «buenas tardes». Lleva puesta la SER y de inmediato reconozco la voz ... de Francino, uno de esos productos que no consumo. Como Broncano, Silvia Intxaurrondo, Cintora, Fortes y, en general, toda la actual Tele Sánchez, la antigua TVE. O Wyoming y Évole, en La Sexta. O las películas de Almodóvar. Él está en su derecho de hacer campaña a favor del Gobierno, del PSOE, de la izquierda, de la ¿ideología? 'woke'. Y yo estoy en el mío de no ir al cine a ver sus obras. El taxista pregunta a dónde vamos pero no tiene a bien ofrecernos quitar la radio o, al menos, bajar el volumen, con lo que nos hubiéramos ahorrado el suplicio que viene a continuación. El locutor habla de 1973 y señala que fue un año en el que ocurrieron acontecimientos históricos, como el fin de la guerra de Vietnam, con la firma de los acuerdos de París o el golpe de Estado de Pinochet en Chile. Y, cito textualmente, «fue también el año en que Carrero Blanco voló por los aires», cita que es recibida con una risita por el colaborador que en ese momento está en antena y cuyo nombre no es que no recuerde, es que desconozco y no quiero conocer. Carrero «voló por los aires»... Recuerdo que el 20 de diciembre de 1973, en el tramo final del franquismo, el almirante Luis Carrero Blanco, entonces presidente del Gobierno, fue asesinado por la banda terrorista ETA, que colocó explosivos bajo la madrileña calle de Claudio Coello. La bomba provocó que el coche en el que viajaba, un Dodge 3700 GT, saliera volando hasta caer en la azotea de una finca anexa a la iglesia donde había oído misa. A consecuencia del atentado también fallecieron el inspector de Policía Juan Antonio Bueno Fernández y el conductor del vehículo, José Luis Pérez Mogena. La muerte de Carrero es considerada clave por los analistas políticos y los historiadores, puesto que formaba parte del núcleo duro del régimen y su continuidad en el cargo habría supuesto un obstáculo -o eso se cree- para emprender la reforma política una vez fallecido el dictador. Hasta el punto de que se sospecha que la CIA pudo tener conocimiento de la acción terrorista y que no habría avisado a los servicios de inteligencia españoles para evitar que lo pararan. La administración norteamericana, en aquel entonces bajo la presidencia de Nixon, era consciente de que el franquismo sin Franco no podía ni debía perdurar y ante la amenaza de una revolución comunista se decantaba por una transición democrática controlada. Este es el contexto histórico, volvamos ahora a Francino. ¿Es razonable bromear y frivolizar con el asesinato de un hombre? Ya, ya sé la respuesta: es que era un colaborador de la dictadura, un hombre al que no le temblaba el pulso ante la represión policial, las torturas, los encarcelamientos, la restricción de derechos y libertades... Veamos. Incluso para los que nos declaramos totalmente contrarios a la pena de muerte resulta difícil rechazar su aplicación en los casos de los jerarcas nazis que mandaron a las cámaras de gas a millones de personas y desataron una guerra mundial que dejó más de 60 millones de cadáveres. ¿No tenía derecho el Estado de Israel a ajusticiar a Adolf Eichmann, uno de los principales responsables de la «solución final»? Pero en un caso y en otro hubo un juicio previo, con todas las garantías legales. Un Estado de Derecho que sentó en el banquillo y ajustició a responsables de crímenes contra la humanidad. Lo de Carrero fue otra cosa. Un atentado cometido por una banda de delincuentes sanguinarios que en los años siguientes sembrarían el terror por toda España, matando indiscriminadamente a policías, guardias civiles, militares y familiares de todos ellos, niños incluidos. Y a empresarios, periodistas, funcionarios de prisiones, ingenieros, políticos... Entonces y sólo entonces vendría el llanto y el rechinar de dientes. Pero hasta ese momento, durante el franquismo, se ve que el terrorismo etarra, o el de los FRAP, era terrorismo del bueno. Y que, después de todo, matar a un franquista no estaba tan mal. Ya saben, la doble vara de medir. Ellos y nosotros. Como las dictaduras, que si son de derechas son terribles pero si son de izquierdas... si son de izquierdas... ¿Acaso hay dictaduras de izquierdas? O las guerras, las invasiones y hasta los genocidios, que los hay de primera, y merecen la máxima atención, y los hay de segunda y hasta de tercera.
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