Mi relación con el sueño es buena. Nos hemos respetado siempre. Yo le he dedicado el tiempo que se merecía y él me ha respondido ... proporcionándome la tranquilidad y la reparación que necesitaba. A lo largo de los años hemos ido atravesando diferentes etapas, según mis rutinas y estados de ánimo, pero ninguna circunstancia ha supuesto una alteración considerable.
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Dormir siempre me ha parecido algo fundamental y desconfío de quienes no lo sienten de igual manera, de quien no es consciente de cómo nos influyen en nuestra salud, en la vida social o en el trabajo las horas que pasamos sobre la almohada. Me he enfrentado a pocas noches en vela en mi vida, la verdad, pero cuando las he sufrido he valorado realmente la suerte que es poder conciliar bien el sueño y me he apiadado de quienes día tras día se enfrentan a la cama con temor.
Hay que reivindicar más el dormir bien como símbolo de una vida saludable y como placer indiscutible. Celebrar el bostezo, aplaudir la cabezada, animar a apagar el despertador siempre que se pueda y exigir por decreto-ley un ratito de siesta cada día.
Dormir es un lujo al que no debemos renunciar y por el que merece la pena pelear
Estoy de acuerdo con la dimensión política y social que le ha dado el escritor Isaac Rosa -que acaba de publicar el libro 'Las buenas noches', con la atractiva premisa de dos desconocidos que se acuestan juntos para poder dormir mejor-. Denuncia, por supuesto, los problemas que quitan el sueño a la sociedad de hoy en día, como la precariedad y el estrés laboral o la falta de vivienda. De su discurso hago mío lo de que «dormir es una forma de resistencia» en un mundo en el que se suele tildar como una pérdida de tiempo o como un síntoma de holgazanería. En el que incluso hay quien presume de madrugar, como si el día fuese a ser mejor por levantarse más temprano. No lo es. Lo he corroborado, ahora lo digo con conocimiento de causa porque a las siete de la mañana ya suelo estar en pie.
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Pero durante muchos años he podido retozar entre las sábanas hasta más tarde, porque mis horarios y mis obligaciones me lo permitían. Y he soportado, sin terminar de desperezarme, al que me miraba con recelo porque se despertaba a las 6 para aprovechar bien el día, o al que aseguraba orgulloso que a las 9 de la mañana ya tenía todo hecho, o al que consideraba que pasar tantas horas tumbado no llevaba a ninguna parte.
Los tiempos avanzan pero se mantiene esta obsesión con no cerrar los ojos, con aprovechar todos los minutos de los que disponemos para hacer algo supuestamente productivo, como si se fuesen a acabar las oportunidades o como si estas solo se asomasen al alba. Como si el emprendimiento estuviese reñido con el descanso, como si la realización personal no fuese compatible con el reposo y la desconexión.
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Dormir es un lujo al que no debemos renunciar y por el que merece la pena pelear. Buenas noches.
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