La alerta roja volvió a desatar la inquietud. Y volvió a demostrar que debemos acostumbrarnos a esta realidad que nos pone ante una climatología extrema ... e incierta. Un tiempo en el que todo es posible (o no); en el que lo peor puede llegar (o no); en el que hay que ser determinantes (porque lo contrario ya sabemos qué acarrea); en el que es necesario establecer protocolos claros y de aplicación automática que se activen cuando llegan las alertas (porque genera estabilidad y tranquilidad); en el que debemos profundizar en una educación preventiva en escuelas y entre la ciudadanía (para que se pueda paliar la ansiedad); en el que hay que reclamar pactos y unidad política ante estas crisis (porque no hacerlo implica caos y crispación), y en el que hay que exigir a los responsables de activar las infraestructuras necesarias para afrontar las crisis climáticas, que se pongan a trabajar en ello, sin pensar en réditos personales y electorales. Lo contrario es mantenernos, de por vida, al filo del abismo. Vivir en los días amargos. De un sorbo y sin azucarillo.
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