VECTO

La sanidad era eso

Convivimos con las listas de espera como si nos fuéramos a dormir cada día. Y mucho me temo que se trasladen a los hospitales privados

Martes, 14 de octubre 2025, 23:39

Hay que celebrar que el 'nuevo' hospital Clínico de Valencia disponga de 181 habitaciones individuales, de reciente construcción, limpias y modernas, luminosas y relucientes. Se decidió ampliar el existente en lugar de edificar una nuevo. Bueno, pues ahí está. Un proyecto del anterior gobierno, que ahora remata este Consell. Las herencias gubernamentales no hay por qué cancelarlas, o rehacerlas mecánicamente, porque igual el gobierno entrante las modifica y le sale una calamidad, como con las ITV o con el hospital de Alzira. Las herencias hay que continuarlas, siempre que sean funcionales y razonables, que en eso consiste la democracia, siempre que no te leguen un monstruo verde y roñoso. Y hay celebrar más cosas en esa esfera de la que penden y dependen nuestras vidas. Tal vez las quinientas camas del nuevo hospital para agudos tras el derribo de la antigua Fe, y la remodelación del Arnau, y la reforma del García Moliner, y la ampliación del emblemático IVO (que urge), y ese hospital del Imed en el centro de Valencia (como un hotel, dicen), y el Quirón cerca de la nueva Fe, y el recién y refulgente Ascires, que es una pasada. ¿Hay algo más primario bajo las estrellas? Sanidad pública, sanidad privada, al final todo pasa por el tamiz del conseller del área, que en este caso es Marciano Gómez. Gómez viene ocupando cargos en la sanidad pública desde hace unos cuarenta años, o por ahí. Desde que entró en el Palau Eduardo Zaplana, si no recuerdo mal. Se conoce, por tanto, los recovecos de ese inmenso tinglado, a veces inabarcable. Gómez nunca había sido conseller, sin embargo. En esto le sucede como a Eusebio Monzó, que es conseller sin serlo, algún día le pondrán asiento en el Consell. Gómez, además, es médico. O sea, que dispone de una radiografía amplia de la sanidad pública, ideologías y políticas al margen.

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El conseller sabe, por tanto -y ahora yo no sé si lo sé porque hace tiempo que no piso un centro hospitalario, gracias a Dios y al inventario de santos al completo- que si acudías a algún hospital de Valencia, de los públicos y antiguos, y acababas, por esos inciertos destinos del mal que te acechaba, en algún sótano lúgubre o en algunas salas anémicas de pintura, o si discurrías por donde se apelotonaba el personal enfermo en algún mes crítico, se diría que tu cuerpo seguía ahí, entre los valencianos, pero que tu mente viajaba en el tiempo -en el tiempo hacia atrás- para quedar atrapada en un país remoto del África subsahariana o en cualquier centro hospitalario de alguna ciudad de fríos siberianos, estalinista o postestalinista. La caricatura es, en este caso, obligada. Pero es cierto que esos hospitales prestigiosos, o esos ambulatorios que han visto pasar las décadas, encierran o encerraban paredes más bien desvencijadas, pintura que ha conocido muy de lejos la época contemporánea, sillas mustias y suelos que merecen contemplar su existencia desde otra perspectiva, masas infinitas de humanos en urgencias, camas en los pasillos superpuestas en épocas decisivas y pacientes con los tubos pegados al cuerpo como si fueran señales luminosas indicativas de un mundo muy desgraciado. Esas 'superficies' contrastan, no hará falta decirlo, con la excelencia y eficacia de los profesionales sanitarios, de más arriba y de más abajo. Ahora bien: un homo sapiens valenciano, abismado por la angustia, se enfrenta de repente con unos espacios depresivos, verdosos, infelices, que ya de por sí lo sumergen en un temporal de tinieblas. Y sólo le faltaba eso, al sapiens valenciano, para contemplar los reflejos del averno.

Pero eso sucede. Y eso que 'sucede' es 'político', materia de la política. Cuestión de euros y de presupuestos públicos, y de prioridades. Un enfermo no sabe, o no tiene por qué saber, cómo se distribuye el presupuesto. Confía en sus representantes. Y si hay listas de espera, o no hay personal sanitario suficiente, o los laboratorios o las camas o las habitaciones son escasas, desde luego no se le puede achacar al paciente esa responsabilidad. Serán los gobiernos de turno los responsables de las carencias. El enfermo, en general, cumple sus obligaciones con el Estado si no es un gandul, acata las normas, y también las restricciones que se le imponen. Y pide, en esos momentos categóricos, que le retorne el trato, y que no se le invite a una demora del diagnóstico desesperante o se le conmine a profundizar en su desasosiego.

El triaje remite directamente a la ley de la selva, a la pre civilización. Se ceba en el débilLos médicos tampoco es que estén muy contentos; el otro día sus protestas sonaron en la calle

Cuestión de la política, sí. Como cuestión de la política es el triaje, que me viene al pelo. El triaje remite directamente a la ley de la selva, a la pre civilización. Se ceba en el débil. Lo vimos y vivimos en la pandemia. Sobre el triaje hay tesis doctorales muy 'técnicas', confirmando que los pacientes son mera estadística. Lo que nos viene a decir el triaje es que hay una selección previa según la cual se ha de salvar primero los más fuertes, o los más jóvenes. Los de un cierto canon fisiológico. A los otros, a los más débiles o a los que han cumplido una edad avanzada, se les condena: carne destinada al cubo de la basura. Y se les condena simplemente porque no hay médicos suficientes, o medicinas, o material sanador, o lugares habilitados, y eso, si no existen unas condiciones apocalípticas tales que hagan inviable el tratamiento bajo ningún concepto, es 'sólo' política: cuestión de la política. ¿O es que las guerras, donde se practica el triaje, las inicia el personal de a pie? Es el Estado el que salva o condena.

Contemplado desde fuera se diría que es absurdo. España posee los más altos niveles mundiales de alta velocidad ferroviaria, aunque últimamente fallen mucho los trenes. Una red sofisticada, que ya quisieran para sí otros países 'ricos'. Ah, pero resulta que las listas de espera no se acaban nunca, son infinitas. Aumentan y descienden pero siempre están ahí, como el famoso dinosaurio. El conseller Gómez dice que ha rebajado la demora. José Molins, aquí mismo, señala que ha aumentado, y no debe de ser cuestión de lingüística la divergencia. Hay 68.000 personas pendientes de una operación. Convivimos con las listas de espera como si nos fuéramos a dormir cada día. Y mucho me temo que las listas de espera se trasladen a los hospitales privados, a los que se le entregan los pacientes desviados desde lo público, con lo cual nos quedamos igual o parecido. Los médicos tampoco es que estén muy contentos, y no sólo con el cambio de los turnos por la tarde sino porque son pocos: el otro día sus protestas sonaron en la calle. En el hospital de La Ribera se ha eliminado la cirugía cardíaca. Había un equipo excelente. Un familiar y un amigo fueron tratados allí cuando el hospital era público/privado: el familiar, ya fallecido, echaba pestes del incremento de las listas de espera tras la reversión pública. Tenemos la mejor sanidad pública del mundo, dicen las izquierdas, que son muy comunitaristas, y también lo suelen defender las derechas, que no lo son tanto. Pero no estaría de más echarle unas capas de pintura, reales y metafóricas, a la sanidad pública en general. Al paciente hay que regalarle luz y abolir parte de su desasosiego, y eso incluye menos listas y menos espacios lúgubres. Y, claro, incluye sobre todo ampliar la plantilla de médicos y demás personal sanitario, que es lo definitivo.

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