Vicente Iborra, el Levante como estilo de vida

Hablar de Vicente Iborra es hacerlo de casi todo lo bueno que tiene el fútbol. Lo es por muchos motivos más que contrastados. Significa esa ejemplificación física que contrasta con lo que es el fútbol-negocio de ahora. Uno de esos contados casos que aún invita a pensar que se puede ser leal y disfrutar del deporte jugando con el escudo que te representa, sacrificando y renunciando muchas veces a cuantías importantes de dinero. Porque Iborra, por los giros tan inverosímiles que da el balompié, no ha podido ser un «one club man», pero sí es un hombre en el corazón de miles de aficionados de cinco equipos.

El de Moncada ha sabido representar e identificarse con los valores de esos clubes y los colores que ha defendido, siempre sin una palabra más alta que la otra, nada más que para alentar en el vestuario como uno de los capitanes. Es de esos soldados que ejercen sin necesidad de portar siempre un brazalete. Lo ha sido en el Levante UD, hasta en tres ocasiones, en el mejor Sevilla europeo de la historia en cuanto a títulos e incluso en el Villarreal.

Porque Iborra es un hombre hecho y derecho, al que el levantinismo se puede sentir afortunado de poder haberlo visto crecer. Y ahora sus hijos tienen a un gran maestro para que puedan seguir un camino similar al que él mismo dibujó. «Se pensaba que se acaban los días de fútbol y del Levante, pero no es así. Ellos van a seguir siendo granotas, viniendo al Ciutat. Son circunstancias que hay que afrontar y seguro que van a disfrutarlo», dijo durante su despedida al ser preguntado por cómo asumió su primogénito esta importante decisión.

Sus primeras patadas al balón fueron en el Don Bosco. A los 15 años, se produjo ese momento que cambió su trayectoria y, muy posiblemente, gran parte de su vida. Se unía a la cantera del Levante. El pequeño Iborra, que ahora no lo es tanto con sus 190 centímetros de estatura, coincidió con Héctor Rodas. Él fue el gran responsable de que quedara «granotizado». Su amistad en los ratos libres cuando no entrenaban o competían fue una de sus mejores casualidades, hasta el punto de seguir siendo uña y carne. Pero esa química también se plasmó en el verde. De los campos de césped artificial de la ciudad deportiva de Buñol o el de L'Alcudia con la conquista del COTIF, llegaron a la gloria absoluta en la fría y gélida nieve de Moscú, cuando vieron cómo lo que resultaba una utopía como podía ser que el Levante disputara competición europea, al final fue una realidad.

Temporadas atrás, en 2007-08, un partido contra el Real Madrid significó su debut con el primer equipo del decano valenciano. Hasta el año 2025, ha sumado otros 235 entre las tres etapas. Dos ascensos, la participación europea y ser emblema de la afición son sus logros.

Pero esa historia de Iborra como futbolista no solo se escribe en Orriols. En el Sánchez Pizjuán fue otro estandarte y la fotografía con los títulos de las tres Europa League aupadas no es casualidad, siempre portando su bandera valenciana. Formó parte clave del mejor Sevilla continental. De lo mismo pueden presumir en el Villarreal, donde completó el póker de la competición. Por si algo le faltaba, con Olympiakos celebró la Conference League, en una noche en que volvía a jurar su amor incondicional al Levante. Únicamente en el Leicester City se quedó sin aumentar el palmarés.

«En sus 116 años de historia, lo hemos visto crecer, ilusionarse, caer y volver a levantarse… El Levante y la vida es muy similar. Nada es fácil, unos días reirás y otros llorarás», relató Iborra en su último acto. Porque si algo ha quedado claro a lo largo de todos estos años es que el centrocampista ha hecho del Levante un estilo de vida y donde su vida también es el Levante.

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