Toño Núñez, tirando de maquinaria para movilizar los alimentos enviados desde Valencia.

Solidaridad que alimenta, un viaje desde Valencia a la España quemada

Toño Núñez coordinó desde el CDT valenciano el envío de provisiones a la comarca del Bierzo, su tierra natal, clonando el operativo que también movilizó él mismo durante los días posteriores a la dana

Jueves, 4 de septiembre 2025, 18:45

La fuerza imparable del agua o del fuego, solo puede ser domada, o al menos minimizada, con la fuerza imparable que emana de los corazones ... en forma de solidaridad sincera. Todavía hoy en día tenemos muy presente la inmensidad de la tragedia de la dana que asoló personas e ilusiones. Todavía se nos encoje el corazón cuando vemos desidias, broncas, faltas de responsabilidades, ausencias de empatías o excesos de salvaciones individuales- ya me entienden-, todavía dudamos de nuestro criterio frente al bombardeo de excusas, pero afortunadamente todavía, nos llegan historias de vida que nos hacen recuperar la fe en la bondad pura sin estridencias de creencias o religiones y recuperamos la ilusión por un mundo mejor y más justo. Y ello solo es posible con personas y acciones nacidas desde corazones inmensos y personas buenas.

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Estoy convencido, lo sé, que media Comunitat tiene el teléfono de Toño Núñez. Perdón, miento, estoy convencido que media España lo tiene. En pandemia no sé la cantidad de grupos de voluntarios que coordinó desde su labor solidaria en World Central Kitchen junto al chef José Andrés y los buenos de Germán y Carito, junto a su compañera de vida y solidaridad, Julia. En la dana desde el CDT de Valencia, bolígrafo y rasera en mano, coordinó desde la sonrisa, el esfuerzo y el compromiso a cientos de voluntarios que ayudaron sin descanso a paliar las necesidades acuciantes que el agua había arrasado.

Y ahora, el fuego. El fuego ha arrasado los lugares comunes de juegos, infancias y recuerdos del bueno de Toño en su Bierzo natal. Toño, desde el corazón del caos, siempre ha estado allí. Allí donde el agua se lleva todo, donde el fuego consume lo irrecuperable, y donde la tierra, el aire y el agua parecen ser los únicos protagonistas. Pero no lo son. Porque en cada tragedia que se vive, hay un sexto elemento: el corazón, ese motor invisible que sigue adelante cuando todo parece perdido. Más allá de las dificultades logísticas y las adversidades, el corazón solidario de tantos seres humanos marcó la diferencia. Y en Valencia o el Bierzo, se demostró que el agua, como el fuego, pueden arrasar con todo, pero el corazón de la gente es imparable.

Al igual que el agua y el fuego, el corazón también tiene un poder elemental: no se puede tocar ni ver, pero se siente con cada acción, con cada gesto de generosidad. Es ese sexto elemento que trasciende los cinco tradicionales de la naturaleza, porque solo el corazón puede vincular el agua con el fuego, la tragedia con la esperanza, y el caos con la reconstrucción. La solidaridad es una chispa que nunca se apaga. En el Bierzo y en los incendios la solidaridad volvió a ser más que necesaria y como no podía ser de otra forma, hacía allí salió el bueno de Toño.

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Desde su vinculación con World Central Kitchen pudo comprobar que los chefs Simón y Oli – grandes solidarios que derrocharon esfuerzo junto a José Andrés y Pepa Muñoz en la dana-, cubrían perfectamente las necesidades hacía las personas. Es en ese momento en el que aparecen unas necesidades que a veces nos pasan desapercibidas: las necesidades de una parte muy importante de la naturaleza, los animalitos que pueblan nuestros montes. (Recuerdo que en la dana desde el CDT recogíamos y repartíamos comida para mascotas para muchas familias que estaban aisladas o no podían tener acceso a ellas y comprobamos la felicidad de cientos de personas que se emocionaban de tener algo con lo que alimentar a sus seres de cuatro aptas de la casa).

En redes sociales empezaron también a surgir iniciativas para cubrir esas necesidades y especialmente la de Sandra, una veterinaria que unía a otros profesionales de la salud animal para ayudar a los seres vivos que se habían quedado sin su sustento. A Toño le conmovió aquella iniciativa y decidió escribirle. Le ofreció su experiencia en coordinación de grupos. Le propuso crear una comunidad en WhatsApp con distintos grupos asociados, organizados por zonas, para evitar que el chat principal de veterinarios se colapsara. Sandra aceptó encantada, y así empezó a tomar forma una red de apoyo que unía a profesionales y voluntarios con un objetivo común: estar listos para ayudar cuando más falta hiciera.

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De ahí surgió la idea: cuando los focos del incendio se calmarán, alguien tendría que velar por los animales dispersados y perdidos por su hábitat tan cambiado por los incendios y por esa biodiversidad que da vida a los bosques y montañas. Fue el germen de los primeros grupos decididos a actuar. La chispa corrió como la pólvora. En cuestión de días, la idea se extendió por todos los rincones afectados: desde O Barco de Valdeorras, en Galicia, hasta Cáceres, empezaron a aparecer grupos de voluntarios con el mismo propósito. Todos querían sumar, poner su grano de arena y no dejar que el silencio del fuego se tragara también la vida que habitaba en esos montes. Los grupos de WhatsApp no dejaban de crecer. Las sinergias dentro de la comunidad eran constantes y todos aportaban sus conocimientos. Había un ambiente de colaboración, con ideas y sugerencias para encontrar la mejor manera de ayudar a los animales.

Entre tantos mensajes, una frase de 'Otxo' quedó grabada como resumen de la filosofía compartida: «A los animales salvajes no se les alimenta, pero hay que ayudarles a que tengan fuerza para continuar y puedan buscar un nuevo espacio de vida.» Ese pensamiento se convirtió en guía para muchos. No se trataba de domesticar ni de intervenir más de la cuenta, sino de facilitar que la biodiversidad sobreviviera tras el desastre. La suerte —o quizá el destino— hizo que Toño se encontrara en el Bierzo con cuatro personas maravillosas: Paloma, Charo, Juan Pedro (JP) y Dalia. Paloma, voluntaria incansable, llegada desde Madrid simplemente para ayudar; siempre dispuesta a lo que se le pidiera, con un corazón enorme. Charo, esa personita de la ley cuya sonrisa ilumina el día; servicial y cariñosa con todos. Juan Pedro, un veterinario de 100 kilos que podía impresionar al verlo por primera vez, pero que era como los osos pardos: todo amor y ternura, solidario a más no poder. Dalia, incansable, capaz de pisar cuatro charcos, aunque solo hubiera tres; desde la distancia movía todos sus contactos simplemente para que hasta un gato recibiera ayuda. Otra de esas personas que hay que tener en tu vida.

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Todos compartían la misma inquietud: hacer algo por los animales salvajes afectados por los incendios. El primer paso era claro: necesitaban un espacio físico donde recoger y organizar donaciones. Con una llamada y la gran agenda de Toño, recordó a Dani, alguien que sabía perfectamente lo que significa la palabra solidaridad, no dudó ni un segundo en prestar su ayuda. No era la primera vez. En octubre de 2024, durante la dana que golpeó Valencia, Dani había cargado su camión con ayuda berciana y, tras seis intentos y muchas dificultades, consiguió descargarla donde más se necesitaba, en plena Horta Sud de Valencia. Bravo por él.

Quien había estado ayudando aquí en la dana como Dani, sabía bien lo que era remar a contracorriente y lo valioso que es tender una mano sin esperar nada a cambio. Ahora volvía a estar a la altura: cedió una nave de 700 metros cuadrados, puso a disposición maquinaria para gestionarla y, sobre todo, su confianza. Como muchos dicen, Dani es de esas personas que hay que tener cerca en la vida para sentirte seguro. Su gesto permitió que aquella pequeña red de voluntarios comenzara a convertirse en algo mucho más grande. Ya tenían un lugar para recibir y dar soporte a todo aquel voluntario que quisiera colaborar, tanto con donaciones como en la entrega de alimentos a los animales. La nave se convirtió en ese punto de encuentro que hasta entonces les había faltado.

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Fue entonces cuando pudieron llamar a Gastón, Isa y Sara para avisarles: si tenían alguna cosa que ya no cabía en la casa del padre, en Páramo del Sil, ahora podían traerla sin problema. El viaje de estas tres personitas hasta Páramo del Sil fue toda una muestra de compromiso: Isa y Gastón llevaron un camión desde Valencia, cargado con donaciones de los paisanos valencianos, deseosos de devolver el cariño y la solidaridad que en 2024 se volcó con ellos. Sara, por su parte, llegó con su camper desde el norte, acompañada de sus dos perretes, y se unió al grupo en Páramo del Sil. Allí confluyeron las rutas, los acentos y las historias, en un mismo punto del Bierzo que se convirtió en símbolo de unión.

La nave empezaba a llenarse no solo de cajas y materiales, sino también de la energía de personas que, sin importar de dónde vinieran, se unían por un mismo fin, ayudar sin pedir nada a cambio. Los siguientes pasos estaban claros: recibir donaciones de alimentos para los animales del bosque, de manera temporal. Nadie pretendía amaestrar ni alimentar a los salvajes, pero sí ofrecerles un apoyo puntual para que pudieran recuperar fuerzas y buscar un nuevo espacio de vida. En El Bierzo quedaba así sembrada una semilla de solidaridad, con gente comprometida al frente y una comunidad dispuesta a continuar.

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Una historia abierta, que seguirá creciendo gracias a quienes, cuando puedan, se sumen a las batidas por los montes del Bierzo. Cajas de manzanas, pienso, frutas o verduras comenzaron a ser repartidas estratégicamente en lugares donde los animales de los montes pudiesen acercarse sin miedos y alimentarse para seguir con su labor de actores de un ecosistema que los necesita. Todo este trabajo sin jerarquías, sin logos ni pancartas. Sin mirar hacia otro lado. Solo personas haciendo lo que pueden, cuando pueden, desde el corazón. Una red que crece. Una red donde todos caben, donde todos son necesarios.

Los incendios pasarán. El humo se disipará. Y la vida, como siempre, buscará abrirse paso, pero lo que quedará, más allá de la ceniza, es esta comunidad humana que se alzó para decir: «Aquí estamos. No solo para nosotros, también por ellos». Por los animales que no tienen voz. Por los árboles que tardarán décadas en crecer. Por la tierra que da raíces a nuestra memoria. Y, sobre todo, por lo que somos capaces de construir juntos cuando la urgencia se convierte en empatía. Esta historia no termina aquí. Sigue escribiéndose cada día con las manos, los pasos y los corazones de quienes no se rinden.

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El Bierzo también abraza.

Otra vez más, el corazón es, sin duda, el sexto elemento.

Reflexionemos.

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