El hombre que quiso ser tomate
Al recibir el premio al mejor de la Comunitat, su esposa exclamó: «s'ho mereix; s'ho mereix; un poc més i li costa el matrimoni»
MISTER COOKING
DÉNIA
Lunes, 4 de agosto 2025, 00:20
El diseñador Milton Glasser creó un cartel en el que aparecía un enorme tomate sentado sobre un sillón. Lo tituló 'Terapia con un tomate', que es lo que voy a hacer yo ahora. Dejar que los pensamientos bostecen alrededor de este fruto que, dicen los que saben -que no es mi caso, y ya lo siento-, que llegó de Centroamérica iniciado el siglo XVI. En concreto, el historiador Javier Calvo, que ha hecho un pequeño estudio para la buena gente de Els Magazinos de Dénia, mantiene que fue tras la conquista de México por Hernán Cortes y a través del puerto de Sevilla.
Sea así o no, la realidad es que quinientos años después hay tomate -mucho tomate- por todas partes. Aunque -esto comienza a ser un clamor-, eso de encontrar uno de los de verdad es tarea casi imposible. Una misión para un Indiana Jones sagaz de mercados y mercadillos. Tanto es así que, poder colarse en el concurso para elegir el mejor de la Comunitat y hartarse de probar tomates de los buenos, es un lujo extraordinario en los tiempos que vivimos. Porque ¿no tiene la sensación de que el plástico se ha comido al tomate universal? O viceversa, que lo que comemos es una rémora de lo que era un tomate. ¿Tomate plastificado e insípido? No sé... Ya advertí que iba a hacer terapia. Sólo me sale decir: «querido tomate, te echo de menos».
Fuera de eso, lo que toca hoy es poner en valor el trabajo que hacen aquellos que plantan cara a la destrucción del tomate verdadero. Sí, que los hay. Una legión, aunque no lo crea. Y de todas las edades. Porque en Els Magazinos, en el bendito concurso, vi mayores que Mister Cooking, pero muchos agricultores con la mitad de años que yo. Diría que menos. Y eso es una maravilla. Hasta el propio Andy Warhol lo diría. Porque la sopa de tomate del rey del Pop-Art no lo hubiese sido si su producto estrella le fallara. En una ensalada, en conserva, seco o frito, al horno… Si el tomate no lo es, no te valdrá la pena comértelo.
Entre los batalladores por hacer que el tomate nunca muera está un tal Antonio. Antonio Noguera, de Pedreguer. Ganó el concurso, porque su tomate era puro lujo. Pero lo imporgante no fue eso, sino descubrir su rostro. Ver su emoción. Contemplar cómo sus lágrimas brotaban ante la recompensa a su pasión. Y, sobre todo, observar a su esposa cogerle fuerte y exclamar a todo el público: «s'ho mereix, s'ho mereix». Y sí, lo merece. Porque como ella me susurró en medio de la emoción: «es que los tomates casi le cuestan el matrimonio, te lo digo yo». En el fondo, detrás de todo ello, hay una enorme entrega y vocación por el campo y la agricultura. Pasión por el tomate. Como si el hermoso fruto rojo se lo hubiera engullido. Un tomate que, cuando todo va rodado -lluvia, sol, suelo, luna... días de paz- acaba rompiendo el sueño para trascender en la boca y ser un estallido de sabor en el que lo salino y lo dulce, la acidez controlada y la carnosidad, el agua y la textura... acaban ofreciendo a quien lo degusta un espectáculo único. La alta gastronomía estallando entre los frutos de una mata que huele a verde y a amanecer.
Y ante esto, querida familia del País de las Gastrosofías, qué puedo añadir. Primero, que la iniciativa de Els Magazinos es de pódium, porque con ella da visibilidad a lo que pasa en nuestros olvidados campos y castigados agricultores. Segundo, que el tomate -gane o no en un concurso-, cuando nace de la dedicación de alguien, tiene unas sutilidades, un color, un aroma… que lo hace único e irrepetible.
Viva pues el tomate. ¡¡¡Tomate, tomatina, tomatote, tomato!!! El que usa Dacosta en su nuevo menú, junto a un pan que no lo es porque es jamón. El que siempre pervive en los platos de Ricard Camarena, a veces servido como producto estrella en sus creaciones para ponerlo en valor. O ese tomate fermentado con el que juega maravillosamente Alberto Ferruz en Bon Amb, y que jamás he podido olvidar. O escucha, por qué no, un tomate con ventresca o anchoas, en cualquier buen bar o restaurante, de la ciudad o de pueblo, que es el mejor homenaje que se le pueda hacer a quien lo cultivó y lo amó.
Salvador Penedés, de la Cova de Fontanars -a donde este verano Cooking debe volver, sí o sí- me envió emocionado hace ya unas mañanas la imagen de un tomate que era, en si, un espectáculo. Grandioso y empoderado. Don Tomate. Y me emocionó. Por ver su belleza. Pero sobre todo, por ver la emoción de Salva. Porque es esa pasión lo que cuenta. Es esa entrega de gente como él, de agricultores y cocineros conjurados, lo que salvará a un producto que merece, como en el cuadro de Milton Glasser, estar sentado en un buen sofá. No sé si para hacer terapia o, sencillamente, para tener su trono particular. El trono a un producto único que reina en cualquier verano. En especial, cuando en ese verano ya pintas canas y sabes cuánto vale un tomate de verdad.
Nos vemos entre mesas. Esto es el Diario de Mister Cooking. Ya sabes, una forma de comerse el verano a bocados.
Si deseas estar al día con la newsletter 'El diario de Mr. Cooking' suscríbete para recibirla a partir de septiembre.