Las Arenas.Con sus dos pabellones y el comedor 'flotante'sobre el mar. A la derecha,las casetas de baño con ropa tendida y el antiguobalneario de Las Arenas. LP

Merenderos: comer, desabrochados,al borde del mar

Cita con la brisa Desde el siglo XIX se servía a los bañistas en instalaciones precarias; las concesiones oficiales llegaron en 1924

F. P. PUCHE

Sábado, 20 de septiembre 2025, 23:41

La playa, la mirada desde la arena al mar, la loca búsqueda de la brisa en los días de bochorno valenciano, forma parte de la historia social de una ciudad que, desde el siglo XIX, adora los chiringuitos playeros que le sirven de refugio. El Ayuntamiento, tras largos años de papeleo, ha anunciado que va a empezar, de la mano de Costas, un proceso de derribo y sustitución de los existentes por otros modernos, de nuevo diseño. "Dios nos asista, habrá que ver", dicen algunos, que se inclinan por no tocar lo que hay. O, mucho mejor, por volver a aquellas líneas ancestrales, de toldos y tablones pintados de azulete.

Publicidad

Porque el rey don Alfonso, en el año 1924, concedió 44 licencias de ocupación a otros tantos establecimientos, pero todos ellos tenían en un cajón, junto con papeles antiguos, una rica historia de servicio a los bañistas. Las fotos son de finales del siglo XIX, pero el servicio es muy anterior. Las fotos muestran casetas de baño desmontables, instaladas de precario cada año, en primavera, para que el 24 de junio se abriera la temporada de baños. Tablones, cañizos, celosías y toldos. Había casetas con ruedas que los empleados metían en el agua para que las damas pudieran mojarse sin ser vistas. Y había instalaciones -hombres y mujeres por separado-donde se alquilaban trajes de baño, toallas, albornoces y lo que fuera menester para el disfrute del sol, la arena y el mar.

La Pepica, la Marcelina, El Polit, La Rosa, Monfort, Isidro María... Los bañistas llegaban por miles. Desde la ciudad y desde los pueblos del interior. La Compañía del Norte montaba "trenes botijo" a precios populares y llegaba en racimos el turismo de Madrid y de todas las poblaciones de la línea. En la antigüedad se bañaban en el mar los que tenían que hacerlo por prescripción médica; pero luego, a principios del siglo XX, empezaron a llegar los "sportsmen", los deportistas, y las chicas modernas que encontraron acomodo en los balnearios.

Los dueños de las casas de baño entendieron que era preciso dar de comer: clóchinas, sardinas, paellas y porrón

Las Arenas no fue el primero. Antes ya había habido casas de baño flotantes en el interior del puerto. Pero la iniciativa de los Zarranz, que en el año 1889 se propuso imitar a Biarritz en el Cabanyal, dio como resultado el balneario de más larga duración. Le siguió las Termas Victoria, otro lugar de elegancia moderada, para la pequeña burguesía, en modo alguno reñida con las populares casetas de baño.

El Sol, Gallart, Alfonso, El Siglo, La Luna, La Barraca, La Pérgola... Unos y otros, cada uno en su nivel, los dueños de las casas de baños entendieron que era preciso dar de comer. Y cada uno cumplió la misión como mejor supo: clóchinas, sardinas, paellas, porrón, vino con gaseosa... O, en los balnearios más distinguidos, prácticamente lo mismo, pero aderezado con un mantel razonable y un vaso de cristal enjuagado. En el fondo, y a la espera de la refrigeración, se trataba de comer, a ser posible desabrochados, gozando de la brisa del mar. Por lo general fueron pescadores retirados, veteranos de las barcas del bou y supervivientes de muchos sustos, los que, si habían conseguido unos ahorros, continuaban su vida laboral en una casa de baños, administrando un establecimiento donde la esposa, o él mismo, se ponía a los fogones para preparar un 'all i pebre' o cocinar una paella.

Publicidad

Tonet, La Brisa, Peris Hermanos, El Túnel, El Barral... Nacían cada año, pero no siempre en el mismo lugar. La playa del Cabanyal crecía y la extensión de arena permitía compartir toda clase de actividades marineras: calafateros y rederos compartían territorio costero con los cordeleros, pero todos habían de respetar el paso sagrado de las barcas de bou, que los bueyes traían desde las olas hasta la arena. La Casa dels Bous, dicen, va a estar a punto, el fin, dentro de poco tiempo: en sus instalaciones, se asegura, se hará visible esta dedicación de la playa a la pesca.

En el balneario de las Arenas construyeron dos pabellones con columnas griegas para los baños de pila y para un comedor elegante; pero la gente se volvió loca con un comedor flotante, también de quita y pon anual, que se ubicó sobre los primeros metros de agua. Era el sitio perfecto para comer «a mar abierto», con vistas al Mediterráneo, dejando que la brisa hiciera de abanico en los días de gran calor. En la guerra se perdió el pabellón y dejaron caer una bomba sobre uno de aquellos partenones de imitación. Ernest Hemingway, durante la guerra, estuvo allí por allí, tomando vino peleón en la Marcelina y paella con gambas en la Pepica. O quizá fue al revés, es indiferente para la leyenda.

Publicidad

En los setenta, lo tiene contado María Ángeles, el Ayuntamiento puso un tranvía viejo, de los que se acababan de retirar del servicio, en medio de la playa. Y durante un año o dos, antes de que el vandalismo acabara con la chatarra, sirvió como Hogar del Jubilado para un puñado de trabajadores del Cabanyal. El Ayuntamiento, por esa época, puso los primeros bidones de gasolina usados como papelera de playa; y compró un tractor con rastrillo como gran novedad contra la basura.

Fue tarde, muy tarde, cuando se construyó el soñado, el anhelado paseo marítimo; cuando al fin se conjuró -esa era la clave-los desagradables desagües de las acequias. En ese paseo nacieron unos nuevos merenderos, o chiringuitos, que se añadieron a los de una tradición más que centenaria. Son los que ahora van a cambiar de estilo. Veremos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias al mejor precio

Publicidad