Polo, la estatua humana de la Plaza de la Reina Iván Arlandis
El arte de la calle (1/4)

El hombre sin rostro que cultiva la inmovilidad en la Plaza de la Reina

Polo es estatua humana en la Plaza de la Reina. Se dedica a permanecer inmóvil, un oficio complicadísimo y precario que, pese a la dificultad, le gusta

Sábado, 9 de agosto 2025, 00:16

Quieto, quieto, quieto. No te muevas. Concéntrate. Respira. Hondo y lento. Quédate quieto. Me están mirando. ¿Me estaré moviendo? Joder, me estoy moviendo. Inspira, espira, ... inspira, espira. Vale, no me están mirando. Pero aquellos sí. Joder, se están burlando de mí. Mira a ese, cómo me señala y se ríe. ¡Y le dice a sus amigos que soy ridículo! Uff, y ahora me pica la rodilla. Aguanta, concéntrate. Imagina que eres una piedra. Inmóvil, pesada. Inmóvil, pesada. Vale, viene un padre con su hija. Bien, dos euros. Vamos allá.

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La niña abre los ojos como platos al observar, como por arte de magia, que lo inmóvil es capaz de moverse. No tiene muy claro quién es, ni si es hombre o mujer. La niña no sabe siquiera si es humano. Pero le resulta precioso y le regala una sonrisa de oreja a oreja mientras él, o ella, levanta los brazos en alto, dibuja un arco extendiendo su mano hacia la niña, abre de pronto un florido paraguas, extrae una flor de la manga y se la tiende a la niña, que ríe maravillada y alcanza el regalo que le acaba de hacer esa persona extraña y a la vez increíble que solo se parece a lo que ha visto en la pantalla pero nunca en la realidad.

Debajo de las telas, del rojo chillón, de ese rostro sin nombre, de la apariencia andrógina, está Polo, un joven colombiano de veinticuatro años que se dedica al exigente arte de ser estatua humana en la Plaza de la Reina de Valencia.

Hasta aquí, muy romántico todo. Pero cortemos el rollo. Ser estatua humana es duro. Duro a más no poder. Polo es un mercenario de la resistencia física. Ríete tú del crossfit, el running o el bodybuilding y prueba a aguantar cuatro horas bajo el sol, en una peana, quieto, como si fueras una estatua de verdad.

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Cuando está inmóvil sobre su peana, Polo medita durante buena parte del tiempo. Cultiva la inmovilidad, que en estos tiempos frenéticos no es poco

Polo, la estatua humana de la Plaza de la Reina Iván Arlandis

A esto se dedica Polo en el juego de la vida. Hay días que lo hace cuatro horas, pero otros que llega a hacerlo diez. Y lo cierto es que, salvando precariedades y carencias varias, le gusta su trabajo. O al menos eso es lo que dice. Lo considera un oficio muy artístico a la par que introspectivo. Porque cuando está inmóvil sobre su peana, Polo medita durante buena parte del tiempo. Cultiva la inmovilidad, que en estos tiempos frenéticos no es poco.

Vino a Valencia hace algo más de tres años. Siempre se ha dedicado al espectáculo callejero, aunque no de la misma forma. Empezó siendo un oso hinchable, de esos que se ven en la Plaza del Ayuntamiento, esos por los que cualquiera se compadece al imaginar el calor que deben estar pasando. En concreto, los días malos, 53 grados. Esa fue la temperatura que había dentro de su oso en su primer día de trabajo hace tres años. El pobre, se acojonó vivo al pensar que todos los días serían así.

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El hinchable no era suyo. Hay personas que poseen varios trajes en propiedad y los alquilan a gente como Polo (gente como Polo significa gente que tenga las agallas de aguantar 53 grados durante varias horas seguidas). En su caso, el 70% de la recaudación era para el dueño del traje y el 30% restante para él.

Polo, la estatua humana de la Plaza de la Reina Iván Arlandis

No siempre hacía tanto calor, claro. Lo de los cincuenta y pico grados es algo extraordinario. Y pese a la dificultad, esos trajes son muy amplios por dentro, así que, con práctica y tiempo, Polo aprendió a acomodar los pies y las piernas, que no tienen que estar necesariamente dentro de las extremidades del hinchable todo el tiempo. Podía mirar el móvil, acomodarse la camiseta, beber agua, secarse el sudor e incluso comer algo en momentos dados. Todo sin salir del hinchable. Aprendió también a domar su esfínter. Pasaba jornadas completas sin ir al baño ni una sola vez.

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Hace unos meses, Polo dejó de ser oso hinchable. Vive en un piso compartido en la zona de Mislata y no tiene demasiados gastos, así que decidió montárselo por su cuenta. Así no tendría que alquilar un traje y el 70% de lo que recaudara cada día no se iría por el aire.

Con algo de dinero ahorrado, compró telas, pintura roja, un traje transpirable y flores, muchas flores rojas para adornarlo todo. El resultado es impactante, y lo cierto es que hablar con él es un ejercicio curioso para un servidor, que en ningún momento llega a verle el rostro, como si de un personaje de Marvel se tratase. Ahora Polo vive un poco mejor, tampoco demasiado, pues la inmovilidad, como veníamos diciendo, es un oficio duro como él solo.

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Lo de que medita es en serio. Se enfoca lo máximo posible en esa inmovilidad, respira muy lento y se imagina que es una piedra. Dice que si no lo hace así, involuntariamente, se mueve. Y cuando no medita, piensa en sus asuntos. Normalmente, para cuando se baja de la peana ya tiene la sesera toda en orden, sin demonios. Relativiza sus pensamientos intrusivos durante la jornada laboral, fíjate tú. Porque haberlos, los hay. Sobre todo del tipo «nadie me mira, ¿lo estaré haciendo mal?» o «¿estaré malgastando mi vida, todo el día aquí arriba?».

Polo, la estatua humana de la Plaza de la Reina Iván Arlandis

Aunque Polo dice que ha madurado bastante en este trabajo. Hay un aprendizaje mayúsculo que ya no se lo quita nadie y que, ciertamente, ya nos gustaría atesorar a la mayoría. Lo cuenta: «Al principio, si veía a algún grupo burlándose de mí [porque aunque suene sorprendente, le ocurre], me lo llevaba a lo personal y me sentía ridículo. Pero ahora, después de tanto tiempo, ya no me importa nada lo que piense la gente. Como dicen en mi país, el hambre no pasa vergüenza. Si te lo tomas como algo personal, el que la caga eres tú. Cualquier cosa que alguien diga de mí va a ser desde su punto de vista, que es totalmente ajeno a mi situación. No me importa lo que piense quien no me conoce».

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Dicen que cuando uno sale de su zona de confort, cuando se pone a prueba, es cuando más crece. Si ese mantra es cierto, Polo sería una representación perfecta del mismo. Según cuenta, en Colombia podría tener un trabajo de lo suyo, más dinero y a su familia y amigos cerca. Pero él quería vivir en España, por la inseguridad de Colombia y, sencillamente, porque le encanta Valencia.

A veces se siente invisible, pero sabe que eso son gajes del oficio. ¿O no se siente a veces el teleoperador sistemáticamente odiado, el profesor no escuchado o el camarero mal pagado? Aunque saber que algo es normal, a veces no lo hace más llevadero. Hay días que siente pena, miedo, nervios… Pero, por lo general, dice que está bien. Le gusta su trabajo por los niños, por cómo flipan cuando le ven, como si fuera una suerte de superhéroe o personaje mágico. Recuerda una niña que se le acercó sonriente. Le pareció muy tierna, y sin que sus padres le hubieran dado ninguna moneda, Polo le regaló una rosa de papel. La niña se fue contentísima, dando saltos de alegría. Y su padre, al ver la emotiva escena, se acercó a la estatua humana y le dio treinta euros.

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Es evidente que no es el trabajo de sus sueños, pero Polo, como tantísimos otros migrantes provenientes de todas partes del mundo, vino a España porque tenía que buscarse la vida, ni más ni menos. Habría que vernos a nosotros mismos en otros países y en una situación similar. Habría que ver si elegiríamos regalar flores como él hace. Habría que ver si seríamos capaces de cultivar la inmovilidad.

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