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Parece que fue ayer, pero han pasado cincuenta años desde que la pequeña Heidi saltó a la vida de una generación de españoles y con ellos de valencianos. Dulce, pizpireta, generosa, sonriente, amable y muy amiga de sus amigos, en nada consiguió enamorar a los niños que cada sábado por la tarde se pegaban a la pantalla del televisor para seguir de cerca las andanzas de aquella pequeña de corazón de oro que se columpiaba en las nubes y vivía feliz en una cabaña de las montañas suizas junto a su abuelo. Heidi, la gran niña que revolucionó las series de televisión convirtiéndose en una 'influencer' adelantada a los tiempos, acaba de cumplir cincuenta años.
Fue en mayo, en la primavera de 1975, cuando se estrenó en la única televisión del momento, en RTVE, aquella serie japonesa. Y por más tiempo que ha pasado, la gran corte de fans que cosechó no consiguen olvidarla. Las bucólicas aventuras de Heidi, Pedro, Clara, el abuelo, la antipática señorita Rottenmeier, Niebla, Copito de Nieve... Todos siguen en el imaginario colectivo valenciano. Tanto que incluso algunas de sus más fervientes seguidoras la reivindican cuando hablan de una serie de animación que defendía valores de actualidad en el siglo XXI.
Libros, cuentos, toallas de playa, camisetas, colgantes de plata, muñecas, chalecos, álbumes de cromos con el personaje de libro nacido en 1880 de la creatividad de la autora suiza Juana Spyri. El merchandising de la primera animación daba cuenta de la exitosa historia que se convirtió en una más de la familia. «Fue la primera serie de animación que quedó grabada en el imaginario colectivo». Lo cuenta Álvaro Pons, de la Cátedra de Estudios del Cómic Fundación SM-Universitat de Valencia, quien destaca que era un producto «de gran calidad. Miyazaki utilizó una técnica muy interesante».
Ese es el importante criterio de los técnicos, imprescindible para valorar la hazaña que consiguieron los tiernos y profundos personajes. Y el otro criterio es el de las emociones que imprimió en la generación Heidi. Cuenta la abogada valenciana María Clemades, incondicional de aquellos sábados, que veía la serie «en casa de mis abuelos, en la zona de la huerta de la Fuente de San Luis. Pasaba allí el fin de semana hasta que venían mis padres el domingo para la paella familiar». En la memoria de María, Heidi está impresa junto a ese hecho cultural valenciano que es la paella del domingo. «Me encantaban los cuentos», añade antes de recordar la gran alegría que se llevó cuando estando «en el hospital vino mi madre con un cuento de Heidi».
Está claro, aquella pandilla de niños, los bosques, las praderas, las montañas, las ovejas... Todos esos seres animados forman parte de la vida de muchos, pero son los valores que transmitían lo que llevan a que se la siga recordando. «Transmitía la felicidad que da el campo», advierte la abogada. Y no sólo eso, también la «importancia de los abuelos y la preocupación por las personas con discapacidad. La amistad». ¡Cómo ayudaron todos a Clara! No sólo a disfrutar de la vida desde la silla de ruedas, sino a conseguir que se curara «de la soledad» que sufría, como apunta la novelista Rosario Raro, quien recuerda que ella y su hermano «en el capítulo que Clara pudo andar nos pusimos a llorar. Llegó mi madre y al vernos apagó la tele, no sabía qué pasaba. Entonces todavía lloramos más».
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La novelista insiste en que encerraba muchos valores para la vida que considera que todavía hoy son válidos. Además, como buena escritora, llama la atención sobre el hecho de que la serie contaba con todos los elementos que necesita un relato para triunfar. Rosario Raro se queda con uno de los mensajes que le transmitió aquel paisaje humano de dibujos: «La soledad enferma y la compañía de los amigos cura». Era soledad lo que sufría Clara junto a una institutriz, la señorita Rottenmeier, demasiado estricta.
Los abuelos, la amistad, el interés por prestar ayuda a quien la necesite, el contacto con la naturaleza, el respeto y la colaboración con los animales… Y añade la enfermera Marina Garcés otro elemento: «Se alimentaban de forma natural». Otro dato que, como los anteriores, suenan a la sociedad de hoy. Marina, que también seguía aquellas aventuras junto a su hermano, no olvida la camiseta con la cara de Heidi y el «colgante de plata del columpio que me regalaron por mi Primera Comunión». Le encantaba el personaje de Pedro, el ejemplo de «la amistad, que también existía entre Heidi y la madre y la abuela de Pedro». Recuerda perfectamente la historia, como también la cantidad de yogures que comió para «conseguir los cromos de Danone». Marina no duda de que la recomendaría a los niños de hoy.
También la poeta Lola Mascarell se muestra partidaria de esa recomendación. Ella, que tenía «alguna camiseta y un disco, me sé las canciones», habla de «unos personajes muy bien trazados». Y de la «poesía que había en la serie». Si lo dice Lola Mascarell hay que escucharlo. Insiste en que «sí,había poesía, y de la que a mi me gusta: bucólica, campestre, con el canto de los pájaros». Aún añade otro tanto a favor, otro mensaje que considera de gran valor: «Daba claves sobre la educación de los niños». Frente al modelo coercitivo de la señorita Rottenmeier, la amabilidad del resto de personajes. Y al hilo de todo, »planteaba también el debate de la escolarización. «Se lo voy a leer a mi hija», dice la poeta, quien considera que aquellos eran «niños inocentes, me parece que eran unos dibujos un poco hippies que a la gente de mi generación nos invitaban a la tranquilidad y a la calma».
Ya ven, mucha tela que cortar en torno a Heidi y todos sus amigos cincuenta años después. Personajes y paisajes en el imaginario colectivo valenciano.
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