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Harry Potter me salvó la vida

Harry Potter me salvó la vida

«Hogwarts siempre tendrá las puertas abiertas para quien lo necesite»

Álex Serrano

Valencia

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Viernes, 12 de abril 2019, 00:24

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Resulta justo decir que Harry Potter me salvó la vida. Cuando yo tenía 15 años, sufrí serios problemas en el colegio que me enclaustraron seis meses en casa, solo y con miedo a ver a mis excompañeros. Es una sensación que no le deseo a nadie. En estos momentos oscuros, en las noches solitarias, en las madrugadas donde no puedes conciliar el sueño, cuando tu mente de adolescente cree que cualquier problema es una montaña insalvable y la abulia casi infantil te atenaza una vida que crees que nunca remontará, Harry Potter me salvó. Sus libros, que yo había comenzado a leer años antes, eran el refugio en el que me escondía día sí día también para superar esos tiempos que me marcaron.

Soy consciente de que la lector le importarán muy poco mis dramas adolescentes. Lo sé. Pero creo que la historia es indicativa de lo que para millones de personas en todo el mundo representan los libros de J. K. Rowling. No son una saga con una calidad literaria destacable. No hay giros gramaticales, no hay imágenes evocadoras, no hay figuras líricas ni recovecos más allá de la palabra escrita. Pero pese a eso, ahí están. Siempre. Lo dijo la misma Rowling cuando presentó la última película de la saga, en lo que suponía el punto final al universo Potter: «Hogwarts siempre tendrá las puertas abiertas para quien lo necesite».

Porque de eso va Harry Potter en realidad. Si ustedes no han leído los libros ni visto las películas, les habrán dicho que cuentan la historia de un niño que es huérfano y que de repente descubre que tiene poderes y es enviado a una escuela de magia donde aprender a utilizarlos para poder enfrentarse al mago malvado más poderoso de todos los tiempos, con quien le une una relación especial. Y les habrán dicho la verdad. Pero no toda. Porque no les habrán contado que Harry Potter habla de esos niños que se sienten solos y aislados, que viven en una alacena debajo de las escaleras aunque en realidad no vivan ahí y que sienten que su vida no tiene sentido. Habla también del poder del amor, de cómo la familia y los amigos te pueden sacar del pozo más oscuro. Hablan también del miedo a la muerte y a vivir sin disfrutar («No sientas pena de los muertos, sino de los vivos, y sobre todo de aquellos que viven sin amor», dice Albus Dumbledore en un momento de las películas). Habla de que cualquiera puede ser un héroe, de que todos tenemos la oportunidad de convertirnos en algo que no somos.

No son mensajes rompedores. Pero sí son los mensajes adecuados para las mentes que se están formando, para esos entornos a veces hostiles que son los colegios y los institutos donde miles de niños y niñas, jóvenes de todas las edades, se sienten amenazados, solos o tristes. Donde la depresión juvenil campa a sus anchas. Si los patronus de Harry Potter, los chistes de Ron Weasley, la inteligencia de Hermione Granger, la esperanza que encarna Sirius Black o la sabiduría de Albus Dumbledore consiguen salvar al menos una vida, habrá valido la pena. A mí me la salvaron.

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