Vecinos atrapados entre cuestas y escalones
En Chiva, los mayores que viven en la calle Pintor Sorolla exigen barandillas y rampas accesibles para evitar caídas y otros riesgos: «El Ayuntamiento no nos hace caso»
En España hay problemas de Telediario y los del día a día. Los primeros ocupan los grandes titulares y los segundos son los que realmente le hacen la vida más difícil a las personas, lo que pasan casi desapercibidos pero que en realidad son una verdadera tortura para quienes los padecen.
En Valencia, la calle Pintor Sorolla sabe a puro centro y a El Corte Inglés, el primero que hubo en la capital. En Chiva, la calle del mismo nombre, poblada de viviendas sociales levantadas durante la dictadura, tiene menos lustre. Los vecinos, muchos de ellos asentados allí desde hace décadas y donde enraizaron una familia, se han hecho mayores y se sienten prisioneros detrás de las rejas de las barreras arquitectónicas.
En la mañana del viernes, Vicenta, una octogenaria que regentó durante años junto a Miguel uno de los mejores restaurantes el pueblo, carga con el carro de la compra -es viernes y hay mercadillo- e inicia la ascensión a su particular Tourmalet, que no es otro que la empinada rampa que hay para coger la calle Pintor José Vergara y de ahí al centro del pueblo. Para ella y sus vecinos, muchos de ellos por encima de los ochenta, es un riesgo ese trayecto. La calzada es deslizante, no hay ni una sola barandilla a la que agarrarse y un resbalón aseguraría, entre otras cosas, una rotura de cadera.
«Llevo más de un año quejándome y presentando escritos en el registro de entrada del Ayuntamiento para que de una vez por todas se solucione este problema. Incluso el otro día, porque ya no puedo más, cogí al alcalde por la calle y se lo dije. Es indecente que este barrio esté abandonado, que la gente mayor se juegue el tipo cada vez que quieren ir a comprar al centro. Es imposible y un día alguno va a tener una caída grave. Está lleno de cuestas con una pendiente muy elevada, no hay barandillas y además los accesos desde la calle Ejército Español son a través de escalones muy altos. Es imposible bajar a una persona que vaya en silla de ruedas», cuenta Rosa, hija de Vicente, que asegura que está dispuesta a llegar hasta el final para que se solucione.
Junto a ellas hay varias vecinas, todas a favor de la misma causa: medidas para que el día a día sea más fácil. Llega Antonio, cantero y escultor, uno de los artistas que mejor trabaja la piedra en toda la comarca. Antonio está cansado de pelear pero su espíritu guerrillero le hace seguir en la lucha. «Aquí en mi finca viven varias personas que están impedidas. A veces no puede ni entrar la ambulancia. Ni siquiera pueden bajar a la calle porque no pueden salir de esta ratonera ya que todo son escalones y rampas inaccesibles. »No hay ni un acceso amable para que alguien pueda acceder con un carrito de bebé«, señala Antonio, que a la vuelta tiene que coger del brazo a Vicenta para ayudarle a llevar el carro de la compra mientras ella se apoya en un bastón para hacer equilibrios imposibles.
Esta situación no es nueva, llevan años arrastrándola y cada gobierno que llega al Ayuntamiento da paso a otro que se olvida de esos vecinos de Pintor Sorolla, mayores que han echado raíces en Chiva, bien desde el origen o desde fuera, y que ven como cada día uno de sus grandes problemas es dar un paseo por la calle. «¿Es tan difícil solucionar este problema? Si me dijeron que había hasta unos planos hechos para subir este murete y poner una barandilla. Llevo meses tratando de que alguien dé una solución a esto», señala Rosa, mientras su madre asiente con el lamento de la resignación.
Lo poco que se ha hecho en la zona ha sido tarde y mal. Los accesos desde la calle Ejército Español se resumen en unas jardineras y unas escaleras que carecen de un acceso habilitado para personas dependientes o con algún tipo de discapacidad. «Muy bonito para el que le guste pero nada resolutivo para nuestras necesidades», señalan.
Y todo ello se habla arriba de la cuesta, la que se da de bruces contra el bar Boca a Boca, como si fuera el trampolín de Garmish-Partenkirchen, donde cada día de Año Nuevo se celebran los saltos de esquí más famosos del mundo.
«Insisto, como a mi madre le pase algo iré donde haga falta», señala Rosa, que no tiene pinta de rendirse en su cruzada hasta que el Ayuntamiento de Chiva no ponga una barandilla en una cuesta que se ha convertido en un calvario para decenas de vecinos.
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