Rosa Álvarez, víctima de la dana: «Nunca voy a volver a ser la misma persona»
Las asociaciones de víctimas están luchando para que se asuman responsabilidades de lo que ocurrió aquel 29 de octubre en el que la alarma llegó cuando era demasiado tarde / Su padre fue encontrado la mañana siguiente a 600 metros de su casa de Catarroja arrastrado por el agua que derribó el muro de la vivienda
Rosa Álvarez se ve empequeñecida entre las diáfanas habitaciones de la casa de su padre, Manuel. La planta baja, ubicada en Camí Reial, la avenida ... principal de Catarroja, dista apenas 200 metros del piso donde vive Rosa con su marido y su hija. En la vivienda arrasada, todavía con las terroríficas marcas del nivel del agua y un pegote de cemento donde se formó el boquete que arrastró a Manuel, apenas hay mobiliario, pero el vacío es más profundo que el que pueden provocar unos cuantos muebles de menos. Unas cuantas sillas donadas forman un pequeño rincón alrededor de una mesita donde hay algunas cartas de bancos que todavía llegan al domicilio, una botella de agua y una fotografía de Manuel. «Fue la última que se hizo hace casi un año». Rosa está empeñada en que no se olvide lo que pasó aquel 29 de octubre; vio a su padre por última vez a las cuatro de la tarde, cuando se acercó a su piso para pasear al perro y a charlar un ratito. En la mente de esta mujer, hija única, trabajadora social de formación, la pregunta de por qué no avisaron a tiempo ronda sin parar, porque «la casa no se hubiera salvado, pero sí la vida de mi padre». Apareció a la mañana siguiente a 600 metros de su casa, ya sin vida.
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Rosa acaba de regresar tras pasar unos días en Teruel con un familiar. «He podido alejarme de aquí, y de alguna forma desconectar, aunque ha sido el cumpleaños más triste de mi vida», asegura. Al mismo tiempo, recuerda también momentos de risas jugando a cartas, una paz que hacía tiempo que no recordaba. Sabe que son las contradicciones de la vida que sigue, empeñada en continuar avanzando en el calendario. «Pero había que volver, y ha sido muy duro». En la zona cero de la dana, justo enfrente de la casa de su padre, una máquina excavadora derriba el restaurante El Anzuelo y las viviendas superiores porque la fuerza del agua aquel día ha dañado la estructura del edificio. En Catarroja no hay lugar para la desconexión diez meses después de aquel aciago día.
Rosa Álvarez ha sido una de las personas que más se ha implicado en la reivindicación de responsabilidades, y su lucha le va dejando marcas indelebles. Entre lo negativo, las mentiras. Además, ha tenido que escuchar acusaciones de todo tipo, sobre todo relacionadas con el color político que le atribuyen. «Yo tengo claro que hay un culpable, Mazón, y su Consell, que mandaron tarde la alerta». Admite que puede haber otros que fallaron, pero cree que hay intereses en quienes quieren diluir las responsabilidades. Tampoco se esperaba el «maltrato institucional que hemos tenido que soportar».
En el lado positivo, todas las personas que ha conocido, aunque lamenta que haya sido en circunstancias tan adversas.
En los ojos de Rosa Álvarez se refleja una determinación admirable, pero al mismo tiempo mucho dolor. Un dolor que va haciendo mella en su salud. «Quien me conoce desde hace tiempo sabe que físicamente he cambiado muchísimo». Esta muy delgada, ha tenido algún susto que otro en estos meses. Y sabe de dónde viene. «Estoy somatizando el dolor y mi cuerpo se resiente», admite Rosa, que si echa la vista atrás ha notado cómo los últimos dos meses está más «de bajón». También su hija, de 21 años, está sufriendo la pérdida de su abuelo con problemas de salud. Mientras, la agenda de Rosa comienza a llenarse de actos, viajes y encuentros incluso antes de que finalice el mes de agosto. Ayer mismo tenía un encuentro como presidenta de una de las asociaciones de víctimas con la nueva comisionada de la dana, Zulima Pérez, quien ocupa el puesto de José María Ángel. Se acerca el aniversario de 29 de octubre, y un año después Rosa no ve la luz al final del túnel, ni personalmente ni como representante de las víctimas.
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Tiene claro además que hay un antes y un después en su vida después de aquel día. «Yo ya no soy la misma, desde luego». Tampoco lo fue después de salir del IVO más de veinte meses después, cuando su madre falleció por un cáncer con solo 54 años. Ahora Rosa le añade la rabia de lo que no tendría que haberle sucedido a su padre, a quien estaba tremendamente unida, y una sensación de orfandad que no puede sacudirse de encima. «Estábamos muy unidos, hablábamos varias veces al día». Y los ojos se humedecen cuando recuerda la última llamada, angustiosa, con su padre, el intento de su marido y su hija por rescatarle, la preocupación del abuelo por si a su nieta se la llevaba también el agua... Y vuelve a recordarlo, diez meses después: «Las muertes fueron evitables y el negacionismo y la mala política mata».
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