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Más pronto que tarde, llegará un día en el que la peor noche de nuestras vidas deje de descubrirnos secretos, en que la oscuridad de la tarde del 29 de octubre se disipe. Pero hasta que eso ocurra, volver al crepúsculo del barro y el miedo significará desvelar cuentos de terror y también alguna que otra historia heroica. Marc, Biel o Aitana se salvaron. A Nicasio, José, Milagro o Rubén se los llevó el agua, pero no el olvido. No hay riada, ni paso del tiempo, que borre de la memoria de toda una comunidad las historias de la tarde que nos heló el alma.
Javier V. Pedralba
Javier y su hija están en Pedralba. Las comunicaciones con sus familiares a través de whatsapp desvelan que más de dos horas antes de la alerta, el barranco ya iba descontrolado. «Telita el agua que baja», escribe Javier a su mujer Susana a las 17.58 de la tarde del 29 de octubre. «Tu móvil da apagado. Si en algún momento coges cobertura llámame», le dice ella a las 20.42 horas. A la mañana siguiente, le escribió a su vecina Elain para ver si podía acercarse a ver cómo estaba su casa dado que ella no podía acceder. «No parece que haya nadie dentro, pero ha resultado inundada», le contesta ella. Javier y su hija Susana desaparecieron aquella tarde. Ella apareció días más tarde, pero el hombre aún no ha sido encontrado.
Milagro M. Picanya
José Enrique, el marido de Milagro, habló con ella por última vez entre las 19.30 y las 20 horas. La mujer, de 63 años, había terminado su jornada laboral en una tienda de muebles de Picanya y ya se dirigía en coche hacia su domicilio, en Silla. Circulaba por la CV-33, una de las vías más afectadas por la dana. Ya no tuvo más noticias de ella. En las horas siguientes se personó en el domicilio de un compañero y pudo conocer el fatal desenlace. Los dos trabajadores circulaban uno detrás de otro, en sus respectivos coches, cuando tuvieron que parar y salir de los mismos por la fuerza y altura del agua. Subieron encima de otro vehículo, pero en un momento dado, mientras sujetaba a Milagro por las manos, la fuerte corriente la acabó arrastrando, perdiéndola de vista.
Nelson Q. Picanya
Otra de las víctimas en la CV-33, a la altura de Picanya, fue Nelson, de 60 años y vecino de Albal. Falleció en su furgoneta y su cadáver lo encontró su propio hijo. Aquella tarde, a las 19.15 y las 19.36 horas, su padre le llamó muy nervioso por la situación. Minutos después (19.55) recibió la tercera y última comunicación, más tranquilo porque, según la denuncia, decía que había bajado un poco el agua. Quedaron en que le mandaría su ubicación, pero no llegó a hacerlo. El hijo, que posteriormente le llamó insistentemente sin obtener respuesta, decidió intentar acceder a la zona, pero resultó imposible porque los accesos a la vía estaban cortados. Conocía por donde se movía su padre, que llevaba tres meses en España y siempre pasaba por la misma ruta. Lo consiguió al día siguiente, acompañado de dos amigos y abriéndose paso andando entre el fango. Desde lejos atisbó una furgoneta similar a la de Nelson, y ayudándose de la cámara del móvil vio que la matrícula coincidía. Él mismo lo sacó del vehículo, dejándolo en el suelo. Su cuerpo fue trasladado a la funeraria dos horas después.
Amparo B. Alfafar
Amparo vivía en Alfafar. La suya era una casa con planta baja, donde se hacía vida, y cambra arriba, habilitada como dormitorio para el hijo. Tras sonar la alarma empezaron a llevar objetos y mobiliario de la entrada de la casa, por donde pensaban que podría entrar el agua, a la terraza, situada a la misma altura que la zona elevada. Cuando comenzó a colarse en la planta baja la hija le pidió a su madre que se subiera a la cambra. No pudo hacerlo tras ceder un tabique de la zona trasera provocando una avenida que anegó la planta baja. A Amparo le pilló en su habitación, y su hijo escuchó un lamento suyo -«ay, ay»- y se quedó aferrado a una puerta, en la que permaneció cuatro horas con el agua al cuello y aterido de frío. Llamaba a su madre, pero no la pudo oír más. Cuando bajó algo el nivel, guiándose por la luz de la linterna de la hermana, que sí alcanzó la zona alta, pudo llegar a la escalera de acceso. Primero nadando y después buceando. Al día siguiente pudieron acceder a la habitación de la madre. Pusieron su cuerpo encima de un colchón y la taparon con una sábana. Permaneció dos días así, hasta que pudo llegar el forense.
Nicasio C. Massanassa
Ana está desesperada. Son las 18.31 horas. Acaba de avisar a su padre de que el barranco lleva mucha agua y probablemente se desborde. Cinco minutos después, su madre le dice que está con él y que entra muchísima agua. Desde entonces, Ana hará 8 llamadas que quedaron sin respuesta: ni el 112 (a las 18.41), ni Bomberos de Catarroja (18.55, 22.03, 22.35, 23.26 y 0.29, 0.41 y 5.06, ya de la madrugada siguiente), ni Policía Local de Massanassa (22.36, 23.25 y 0.29 y 5.50 del día 30) cogen ninguna de sus llamadas. Su padre falleció esa noche en su garaje. A su madre la rescató una vecina.
Rubén L. Valencia
Julio pierde el contacto con su hijo Rubén entre las 20.44 y las 21.13 horas del día 29 de octubre. Lo último que sabe de él es que está en el garaje de su casa, esperando que baje el nivel del agua. «Esto está jodido, está petado de agua, sólo puedo subir por el ascensor», le dice. Julio sólo puede elucubrar con lo que pasó. Cree que aguantaron, él y otras seis personas, junto a una de las puertas, esperando para salir cuando bajara el nivel del agua. Sin embargo, se rompieron las dos puertas y el tabique interior y el agua lo engulló todo. Fue el garaje donde más personas perdieron la vida.
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Marc y Biel D. Catarroja
María Teresa dice que fue «la noche más terrible» de su vida. Sus dos hijos, Marc y Biel, estaban en un bajo de su propiedad en Catarroja cuando entró el agua. A las 20.52 horas perdió el contacto con ellos. Lo último que supo es que se habían subido a una mesa. Un vecino de María Teresa de nombre Ikbal intentó acceder al bajo a las 23.50 horas, pero no lo consiguió, aunque sí le dijo a María Teresa que sus hijos estaban bien. A las 0.03, ella le insiste que vaya a ver si puede entrar. Él «asomó al balcón el móvil»: «Gritaron para que yo no me preocupara. Mi Marc gritó 'mama tot bé'». «Fue una de las frases que jamás olvidaré», cuenta María Teresa. Sus hijos se salvaron porque se subieron a los muebles. Aguantaron dentro del local hasta la mañana porque les recomendaron no salir. «No me atreví a ver fotos hasta las 23.57 horas del día siguiente, lo hemos perdido todo», lamenta María Teresa.
Luis V. Benetússer
A Luis le encantaba bailar. Estaba apuntado a bailes de salón y a sevillanas. Tenía un bajo familiar donde iba todas las tardes a ensayar. El día 29 no es una excepción y allí le pilla el agua. Su hija Vicenta intenta llegar hasta él a las 20.30 horas porque su hermano José Luis ha hablado con otra hermana, de nombre Luisa, y sabe que su padre está en el bajo. Ella es la que está más cerca, por lo que trata de llegar hasta él. Es imposible. Tiene que volver a casa de su hermano, donde pasa la noche hasta el amanecer. Es entonces cuando deciden intentar acercarse al bajo. Ella no se atreve a entrar: es su marido el que le dice que su padre está allí.
José Vicente F. Catarroja
José Vicente se encarama a un coche y desde ahí, en medio de la oscuridad, iluminado sólo por las linternas de sus vecinos, salva a varias personas. Las ayuda a subir hasta un primer piso pero, cuando está a punto de ser izado él mismo, un coche golpea al suyo y desaparece en la marea. Es el fin del héroe de Catarroja. Su hermana cuenta la historia desgarrada por el dolor, porque su hermano intentó llegar al garaje a por ella. Ambos, junto al marido de Lourdes, que así se llama la mujer, salieron, pero por sitios distintos, y tanto su marido como su hermano volvieron a por ella. Lourdes y su esposo se reencontraron más tarde, pero de José Vicente no supieron nada hasta horas más tarde, cuando una vecina les contó lo que había ocurrido. José Vicente volvió a entrar y, al salir, el agua era ya un torrente imparable. Comos, como lo llamaban a gritos esa noche porque, y el detalle es terrorífico «Josés hay muchos», salvó a varias personas, pero no consiguió salvar la vida.
José S. Alfafar
Su mujer, Concepción, se dio cuenta de que entraba el agua en casa sobre las 19.45 horas, cuando iba a la cocina a preparar la cena. Se asomó a la calle y vio una avenida como de un metro de altura. Al no poder salir, subió al piso de arriba para pedir auxilio a sus vecinos, aunque no encontró a ninguno. Ella no podía cargar con su marido, una persona dependiente sin movilidad que permanecía encamado, en una cama de hospital que tenían en el salón. Cuando enfiló la escalera para volver con él el agua ya cubría seis escalones. Calcula que serían alrededor de 1,8 metros, llegando finalmente a estancarse a los 2,5. Lamenta, en su declaración, que si le hubieran avisado unas horas antes sí habría podido subirlo con la ayuda de algún residente.
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