El barrio del Cabanyal, visto desde el aire. IRENE MARSILLA

Paseo al Mar, un empeño de tres siglos

¿Acierto o frustración? Concebido a finales del siglo XIX como Ciudad Lineal, el debate sobre si debía llegar hasta la playa envenenó la vida política de Valencia hasta esta centuria, como recogió nuestro diario

Domingo, 7 de septiembre 2025, 09:56

Tres siglos os contemplan. Tres siglos de lento avance hacia el Este, sobre la huerta, rumbo al mar Mediterráneo que le dio nombre. Desde los ... últimos compases del siglo XIX hasta los escraches contra la alcaldesa Barberá del siglo XXI, el proyecto de paseo al Mar ha llenado la vida valenciana de ilusiones, expropiaciones, avances, anhelos y frustración. Como también nos ocurrió con la avenida del Oeste, las demoras acumuladas dejaron el propósito desfasado e hicieron inútil un empeño de tres siglos. No pudo ser.

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Valencia se anexionó los poblados Marítimos en 1897 y solo dos años después, en 1899, el Ayuntamiento lanzó al ruedo el proyecto de construir, por concesión, un paseo urbanizado, una ciudad-jardín, que uniera los jardines del Real, todavía propiedad de la Diputación y cerrados al público, con la orilla del Mediterráneo, en esa playa del Cabanyal donde los bueyes jalaban de las barcas de pesca.

Se trataba de dedicar una franja de suelo de 300 metros de huerta para propiciar una Ciudad Lineal como la que Arturo Soria estaba promoviendo en Madrid al compás de las ideas de Howard. Cuando el automóvil era apenas una fantasía del futuro, cien metros centrales servirían de conexión entre la ciudad y el mar, con viales para tartanas y landós y servicio de tranvías eléctricos. A cada lado habría una franja de cien metros más donde nacerían chalés unifamiliares, quintas o villas dotadas de un pequeño jardín.

El periódico, el 30 de octubre de 1899, fue generoso a la hora de difundir las condiciones municipales. La ley de 1893 facultaba a trabajar por concesión, y otorgaba facultad de expropiación al adjudicatario. Pero, después, no hay noticia de que nadie se adjudicara el negocio; el periódico, al contrario, sí que denunció en un reportaje que el proyecto dormía en un cajón, olvidado de todos, como el que estaba destinado a unir la ciudad con las playas del sur, por Monteolivete, Nazaret y Pinedo, también en base a festonear de chalés el camino de un moderno tranvía.

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PRIMERA NOTICIA. El concurso municipal anunciado en 1899 en las páginas de LAS PROVINCIAS.

Fueron unos periodistas, gente rara de vida nocturna y bohemia, los que pusieron en circulación una primera colonia de casas baratas allá a lo lejos, al otro lado del Turia, en el lindero norte del trazado del paseo. De ese primer núcleo de chalecitos, que se puso en obras en 1915, quedan algunos raros ejemplares en la actualidad. El otro punto de arranque del paseos se configuró con la donación municipal de suelo a la Feria Muestrario hecha por el alcalde Samper en 1921. El trazado de Botánico Cavanilles, si lo hemos llegado a tener, es gracias a que el proyecto de ferrocarril eléctrico directo Valencia-Madrid por Cuenca, que nunca fue realidad, hizo previsión de que tuviera la estación en ese punto estratégico de la 'ciudad nueva', junto a los Viveros y en el arranque del paseo al Mar, una plaza soñada mayor que la de los toros, en la calle Xàtiva. Por lo demás, un ilustre ministro de la tierra, don Amalio Gimeno, había puesto en 1908 la primera piedra de las facultades de Ciencias y Medicina. Pero las segundas piedras se nos demoraron hasta 1922 y 1929, razón por la que llegó la República y la guerra civil y los edificios, sin terminar, apenas se pudieron usar como hospitales de guerra. Es el sino cruel de la ciudad de los retrasos.

El empeño de los años 50

El franquismo, en los años cincuenta, se tomó en serio la avenida del Oeste y el paseo que entonces se llamaba 'De Valencia al Mar', como segregando lo que eran parte de una única ciudad. Don Javier Goerlich hizo cuanto pudo y lo más primordial fue el Colegio Mayor Luis Vives, impulsado en 1934 por el rector Peset pero inaugurado en 1954 por el general Franco. El paseo, en 1953, pudo llegar hasta allí, a golpe de jornadas inaugurales del 18 de julio, de reportajes elogiosos y columnas de crítica en los periodos de abandono. El bulevar central se abría paso, entre estanques y cipreses recortados con forma de cilindro hacia al mar. Y dejaba a los lados amplios espacios que habrían de reservarse, en el futuro para campos de deportes, nuevas facultades universitarias y un potente Hospital.

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Pero ¿y continuar? Estaban las vías de Renfe, la dificultad insuperable de las instalaciones ferroviarias de la línea de Aragón, en una Valencia de los doscientos pasos a nivel. Hay un dibujo del taller de Goerlich, proyectado en los cines durante 1931, en el que vemos un paseo, festoneado de cientos de chalés, que salva las vías del tren mediante pasos elevados.

DIBUJO DE GOERLICH. En 1931 se pasó esta diapositiva en los cines: era un espléndido futuro.

Pero eso tampoco pudo ser: hasta los años setenta, cuando se derribó la estación de Aragón no se desmontaron las vías. Y fue Miguel Ramón Izquierdo, el último alcalde del franquismo, el que pudo abordar tanto la continuación urbanística como el cambio de nombre del paseo por el de avenida de Blasco Ibáñez, un elogiado gesto de valentía normalizadora, en 1977.

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El error de no parar a tiempo

En 1957, una mínima protesta nacida en el barrio del Carmen y una página de este periódico pararon la prolongación de la avenida del Oeste. En alianza con la riada del mes de octubre que dejó maltrecho el barrio que la avenida debía de sacrificar.

Pero el proyecto del paseo al Mar partía de un concepto más potente. En abril de 1991, en vísperas del gran cambio de administración municipal, quedó inaugurado el túnel ferroviario de la Serrería y la nueva estación del Cabanyal; se acabaron las barreras físicas y llegó al fin la permeabilidad. Desde hacía no mucho tiempo, la lenta, parsimoniosa prolongación por tramos de la avenida de Blasco Ibáñez llegaba hasta aquel punto como anchurosa avenida de cien metros.

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El paseo Marítimo, proyectado en 1987, empezó a ser usado en 1993. Y llevado de una inercia razonable, el PSOE no dudó en incluir su plausible prolongación en los programas electorales. La alcaldesa Rita Barberá, que inició en 1991 su largo mandato, cometió, andando el tiempo, el error de perspectiva de no entender que los zócalos de mosaico de las casitas del Cabanyal, consideradas hasta el momento como una entrañable curiosidad de la arquitectura popular sin especial valor, cambiaron su cotización, de un año para otro, en el mercado de las preferencias urbanas del siglo XXI. Muchos valencianos siguieron viendo mugre y abandono; pero una generación nueva, de jóvenes con otra mentalidad, veía oro. Veía la atracción de una modelo de vida concebido de forma diferente: el Cabanyal y una bicicleta provista de esos adorables cestos de mimbre delanteros.

Ese error de visión del escenario se complicó muy pronto con la presencia interesada de un radicalismo político que hizo exhibición de manifestaciones, insultos y escraches. Rita Barberá, de ese modo, tuvo en contra a las minorías intolerantes, en curiosa alianza con funcionarios de la consellería de Cultura de su propio partido y no pocas sentencias de varios tribunales. Cuando los mosaicos de los años veinte se configuraron como un 'patrimonio cultural' y una 'seña de identidad', se debería haber parado un proyecto destinado a derribar algo más de mil viviendas.

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Ahora ya nadie habla de continuar. Aunque en el nomenclátor urbano podemos encontrar, al otro lado de la Serrería, dentro mismo del Cabanyal, un cachito de la avenida de Blasco Ibañez.

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