Cuando el Ayuntamiento partió en dos la Glorieta

Al servicio del coche Tras la retirada de la verja del jardín en 1925, llegó la hora de la verdad: lo que se hizo fue abrir a la circulación una avenida, alineada con la calle de la Paz

Domingo, 14 de septiembre 2025, 00:14

Tuvo que ser un invasor francés, el mariscal Gabriel Suchet, duque de la Albufera, el que cayera en la cuenta de que el edificio de ... la Aduana --que ahora estamos restaurando otra vez-- no tenía delante el mejor paisaje posible. Había casuchas, había fealdad y había una calle -la de Palpacuixes-que escandalizó al militar cuando pidió una fiel traducción. Con su impronta, con el impulso del francés, la Valencia invadida metió mano a los derribos y terminó por configurar, con la colaboración del general Elio, un jardín que, hacia 1815, iba desde la puerta de la muralla hasta el convento de Santo Domingo.

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Se puede afirmar que la Glorieta estaba bien formada en 1825 y que el Ayuntamiento la mejoró en 1827, cuando Fernando VII vino a la ciudad para abjurar de la Constitución en el palacio de Cervellón. Años después, en 1860, el jardín quedó rodeado por una elegante verja de hierro forjado sostenida por pilastras de piedra con adornos labrados.

Pero fue ahora hace un siglo, en 1925, cuando el alcalde Luis Oliag puso en marcha una reforma sustancial en el jardín que desató toda clase de dudas y polémicas. Porque fue una corporación de la Dictadura de Primo de Rivera la que se atrevió a poner en marcha una demanda típicamente republicana. Y es que republicanos y monárquicos, durante décadas, estuvieron separados, en el enfoque de la ciudad y en los agrios debates municipales, por la verja de la Glorieta. Que impedía a los vecinos el libre acceso al único jardín público disponible. Más que un elemento físico era un símbolo, un concepto mental que dividía dos mundos: el popular y democrático, donde los servicios eran abiertos, y el burgués y liberal, donde había que ahorrar y los servicios debían ser de pago.

Es bien cierto que la verja permitía a la corporación de mayoría conservadora arrendar el jardín a sucesivos concesionarios, que controlaban la entrada y cobraban unos céntimos por el acceso, además de instalar, según épocas, teatros, cines de verano, casetas de feria y otras diversiones. Como lo es también que la verja de la Glorieta garantizó seguridad a un jardín rodeado, con el paso de los años, por un circuito de tranvías eléctricos. La protección de la verja daba confianza y tranquilidad a las jóvenes criadas que acudían a pasear a los bebés al jardín; y hacía posible un clásico: la cháchara de las sirvientas con los soldados, numerosos en los cuarteles de alrededor, que frecuentaban la zona en las horas de asueto.

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Todo eso, y mucho más, saltó al ruedo en la polémica de prensa del año 1925, cuando los periódicos, sometidos a la censura, recibían con cuentagotas y filtros, las noticias del desembarco militar de Alhucemas. En mayo se empezó a hablar del asunto y en julio, después de la visita del Príncipe de Asturias, se atrevió la corporación a retirar seis metros del cierre, como prueba. La polémica se desató de inmediato porque, aunque no había concejales republicanos, el diario 'El Pueblo', que lo era y mucho, escribió con seguridad, con pluma de Félix Azzati, lo que se iba finalmente a hacer: que no era otra cosa que partir el jardín en dos mitades trazando en su centro un surco en forma de avenida.

Se trataba de unir la calle de la Paz con Navarro Reverter de una forma moderna y recta. Se trataba de favorecer la modernidad del automóvil y de promover una perspectiva que, nada más llegar a la ciudad, permitiera al viajero ver la torre de Santa Catalina desde la Glorieta y la recta de la calle de la Paz. Se trataba, en fin, de lograr lo que en ese momento se entendía como camino mejor para ser «una ciudad grande y europea», una metrópoli «digna de ser visitada». El ruido polémico fue grandioso y largo. Cada periódico, y en Valencia se publicaban ocho, defendió su peculiar proyecto. Durante 1925, año en que se quitó toda la verja, y durante 1926, cuando se abrió en el jardín un surco de 24 metros por el que pudieron circular holgadamente los automóviles. De paso, se cambiaron las líneas urbanas, el Ejército cedió suelo de su propiedad y nació la gran rotonda, de 92 metros, que hoy llamamos Porta de la Mar. Es la que el dictador Primo de Rivera inauguró el 28 de julio de 1926 con el nombre, su nombre, de plaza del marqués de Estella.

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Durante más de treinta años, la Glorieta estuvo cortada, surcada por una avenida. La vemos así en muchas imágenes; y solo en los años cincuenta se soldaron los segmentos. Tras la riada, esa zona central es la que se dedicó al parque infantil. En cuanto a la verja, es materia para otra larga historia: se quitó para que rodeara los Viveros; pero eso solo ocurrió a partir de 1932, siete años después.

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