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Un hogar en Mestalla
Tras la Guerra Civil, Constantino Pons trabajó de albañil en el estadio del Valencia del que también fue conserje, lo que le llevó a vivir allí con su familia durante 40 años
La historia de la familia que formaron Constantino Pons Capilla y Lola Miguel deja de formar parte de la tradición oral en este momento. Quizás llegue 51años tarde. O tal vez el relato se construya en el momento justo, en el marco del centenario de Mestalla. Es a pocos meses del aniversario del estadio cuando al fin, los focos alumbran el hogar de un albañil que también era conserje. El de su esposa, que cosía y descosía los escudos de las equipaciones del Valencia para que no se estropeasen con los lavados. Juntos habitaban dentro del estadio, al otro lado de las crónicas y los aficionados.
Durante la Guerra Civil el terreno de juego de Mestalla fue escenario de uno de los pasajes más trágicos de la historia convirtiéndose en un campo de concentración. Tras tres años de enfrentamiento, el estadio quedó reducido a una estructura en la que sólo Tribuna permaneció en un estado aceptable. Paralelamente, Constantino, antiguo trabajador de Renfe quedaba sin trabajo. Él había nacido en Casinos pero Ruzafa, donde nació su mujer, se convirtió en su hábitat natural. Era época de hambruna y el azar llevó a Paquita, amiga de la familia, hasta Antonio Cotanda, presidente de la Federación Valenciana quien, junto a otros hombres, se habían propuesto poner de nuevo en marcha Mestalla en un tiempo récord.
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«Necesitaban un albañil y, por otra parte, un conserje. Este último trabajo era a cambio de una vivienda», recuerda José Manuel Manglano, nieto de Constantino y Lola quien también tiene una hermana, Mariló. Esta propuesta fue recibida como una oportunidad de subsistir. «El iaio (utiliza el cariñoso apelativo) tenía gallinas, por lo que comida no faltaba, había carne blanca y huevos y a buen seguro que hacían trueques con las demás personas que sólo podían sobrevivir gracias a esto o con las cartillas de racionamiento».
Lolín, la madre de José Manuel, era hija de Constantino y Lola quienes también tenían otro hijo, «el tío Luis». Lolín, todavía recuerda cómo llegó a ayudar a su madre con las labores: «Los jugadores usaban las equipaciones durante los partidos y luego las dejaban para lavar, los escudos tenían una textura distinta, así que se descosían de las camisetas y se cosían una vez estuviesen limpias para que quedasen impecables». Estas escenas cotidianas para la familia lo eran tanto como las paellas que el conserje realizaba a fuego con la madera de las sillas de enea que se rompían tras los partidos porque él también era el encargado de que cada asistente al estadio tuviese su aposento, recuerdan «el tacto» de los azulejos que marcaban las filas.
Durante los cerca de 40 años en los que la familia vivió en Mestalla, desde finales de la década de los 30 hasta los 70, las anécdotas, los recuerdos se han contado «atomizados» en comidas familiares. Pero aquellas vivencias también persisten en los olores, hilos conductores hasta la infancia. «Yo nunca he tenido pueblo como tal y cuando voy a la montaña o a visitar queserías por motivos laborales y siento ese olor a césped, mi memoria me lleva hasta mis iaios y su casa, Mestalla», comenta José Manuel. Aquel pequeño, nacido en 1965, se hizo mayor y se enamoró a un Valencia de Mario Alberto Kempes que le hacía regresar a la que fue su hogar una y otra vez pero nunca cayó en contar su historia. «Jamás se ha concebido como un privilegio ni como algo que nos hacía especiales, la vida fue dura, sobre todo en los primeros años para mi abuelo, luego los años iban pasando, era el día a día de nuestra familia, no le dimos nunca importancia», afirma un hombre criado bajo los valores del esfuerzo y la humildad cuyos padres quizás nunca se hubiesen conocido de no ser por el trabajo de Constantino.
«Él no presumía de casi nada, pero estaba especialmente orgulloso de las líneas del campo que las hacía con sumo rigor y cariño. Ponía piquetas y entre ellas, una cuerda, había una especie de carretilla que contenía cal que a la altura de la rueda tenía como un tubo. Detrás de Mestalla había montañas de cal con las que él reponía las carretillas», afirman. En enero de 1960, en la última gran nevada, el césped se cubrió de un manto blanco, Constantino, como hacía en cada partido, se encargó de que las líneas del campo siguiesen definidas pese a la nieve.
Pero no todas las historias son alegres. El 14 de octubre de 1957, el día de la riada que arrasó Valencia y municipios aledaños, también marcó la vida de la familia. «Los vecinos se acercaron para refugiarse en las partes altas de Mestalla. Por la noche, las sillas de enea flotaban y Lola entró en pánico, sin luz, le parecían personas y pasó una semana o dos en casa de unas tías», rememoran: «Los techos de las casas de alrededor coincidían con la rampa de acceso a anfiteatro, fue tremendo».
La vivienda de la familia primero estuvo en tribuna y después paso a estar justo en el acceso que entra desde la torre de las rampas. José Manuel recuerda de memoria la Delantera Eléctrica que tanto le repitió su abuelo y que sabe de carrerilla, su madre, Lolín, vivió el fútbol de manera diferente, no le gustaba. «Imagínate lo que suponía que cuando había partido la gente pasaba por delante para ver el fútbol», ella cuando podía irse, lo hacía.
«Mi padre vivía en el barrio, en la calle Alginet y mi madre estaba siempre por la zona, como es lógico, además era fallera de Exposición, la vida se pasaba en las calles adoquinadas, sin apenas coches», explica. En Mestalla entonces había dos teléfonos, uno en casa y otra en tribuna. «Cuando mi padre dejaba a mi madre por la noche, avisaban y mi abuelo encendía las únicas bombillas que había que iban desde la entrada hasta la puerta de casa, para que nunca le faltase luz». Aquel ritual de acompañamiento se repitió noche tras noche año tras año hasta que un día José Manglano fue a por Lolín hasta el corazón de Mestalla en coche, en el día de su boda.
Jubilado Constantino, la familia, con sus recuerdos y ADN valencianista se trasladó. Pero en Mestalla no se les olvidó. Cuatro exjugadores cuyos nombres han borrado el paso del tiempo en la memoria de Lolín fueron a visitarla años después cuando ésta regentaba una parada en el Mercado de Colón: «Dijeron que les habían hablado de la niña que revoloteaba por Mestalla cuando ellos jugaban y querían verla».
«Nosotros vivíamos, jugábamos, crecimos, nos criaron en la parte de abajo de la Grada Sur, a espaldas de Mestalla, de la estructura en sí, los focos estaban en la grada, los jugadores, en lo que salía en la prensa, pero era en nuestro lado donde empezaba a hacerse posible todo lo que ocurría al otro, con el trabajo de los iaios», concluye José Manuel, encargado ahora de enseñar al mundo que la historia del centenario estadio de Mestalla está formada por el esfuerzo de hombres y mujeres que entregaron sus vidas al Valencia.
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