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En la calle cada día es una lucha por sobrevivir, allí no existen días de vino y rosas. El peligro se palpa en todo momento, pero también es donde se forjan amistades incondicionales. Sergio, David y Rafa unieron sus caminos en la indigencia y ahora son compañeros de fatigas en una tienda de campaña en el antiguo cauce donde sueñan con encontrar una vivienda y un trabajo después de los reveses que les ha pegado la vida. Cada uno lleva un calvario a cuestas y pese a ello buscan salir del sinhogarismo: «Somos una familia. Nosotros queremos casas para todos», relatan sobre la posibilidad de crear una asociación de personas sin hogar.
En las últimas dos semanas el principal tema de conversación en las inmediaciones del puente de Campanar es la gigantesca tienda de campaña de la que cuelga un cartel que pone «¿Vivienda digna? Aquí vive un afectado por la dana. Si te indigna... ¡¡Llámame!!». Muchos deportistas y paseantes detienen su marcha durante unos instantes para observar el mensaje y luego se van con indiferencia mientras sus tres inquilinos juegan al dominó. Confiesan que gracias a la generosidad de los vecinos de la zona, que ya les conocen e incluso les regalan comida y otros obsequios, andan detrás de un parchís.
A su vez, en los 15 días que llevan malviviendo en el enclave, se despiertan con el sistema de riego y la Policía Local les ha visitado en hasta cinco ocasiones para advertirles de que no se puede acampar en el jardín por lo que decidieron colgar el cartel. «Nos temíamos antidisturbios al día siguiente», recuerda Sergio.
Él fue damnificado por la dana. Cobra una pensión de 500 euros y se dejaba la mitad de sus ingresos en alquilar una habitación en El Perellonet, cerca de la Albufera. Para hacer frente a los gastos se vio obligado a empeñar su móvil y el desastre le pilló en Valencia sin poder regresar a su hogar. Se pasó el invierno deambulando por las calles hasta que en la Cruz Roja y los alrededores de Abastos conoció a los que se han convertido en sus dos mejores amigos así como a otro indigente que les regaló la tienda, ahora convertida en su nuevo hogar.
Para Sergio, lo peor de vivir en la calle es la «incomprensión de la sociedad». Pone como ejemplo esta peculiar semana plagada de festivos y circunstancias sobrevenidas como el apagón: «De siete días, nosotros comemos uno». En referencia al gran fundido a negro eléctrico argumenta que «han estado por delante los derechos de todos menos los de las personas sin hogar». «Las personas sin techo somos totalmente invisibles, los olvidados», explica antes de remarcar también que gracias a los residentes de la zona ahora son «más visibles que nunca».
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David salió de la cárcel en agosto de 2024 tras cumplir nueve años y medio de prisión con una firme decisión: «Aunque siga siendo pobre quiero ayudar compartiendo lo poco que tenga aunque me falte a mí». Y así lo cumple con la escueta pensión que cobra. Su paso por el centro penitenciario le cambió la mentalidad y consiguió dejar por sí mismo el alcohol y las drogas. Entre sus objetivos está encontrar trabajo y seguir al lado de sus compañeros, a quienes ya considera de su propia familia. «Lo poco que tengo lo valoro. Es como si fuera oro para mí. No estoy dispuesto a perderlo», asegura.
Asimismo, opta por resumir las penurias de malvivir en la calle en una frase: «Esto ni es vida ni es nada para nadie». Al frecuentar Paiporta, explica que el día de la dana entró en shock, la situación lo bloqueó y se le fue hasta el habla. Por suerte, ha logrado reponerse del golpe como lo hizo también de la pérdida de su madre y otros problemas familiares. Es un tipo duro de roer.
Rafa sufrió un cúmulo de desgracias a raíz de la muerte de su madre: recayó en su adicción al alcohol; por culpa de eso, sostiene que la empresa para la que trabajaba aprovechó para despedirle mediante una mentira y, para más inri, los inquilinos de su vivienda en Valencia se la ocuparon de manera ilegal.
Según cuenta, una familia extranjera entró en su piso supuestamente engañada por un estafador mientras él vivía en su Cullera natal. Al enterarse, acudió a la capital y pactó alquilarles el inmueble a un determinado precio que no se cumplió nunca. No obstante, con la hipoteca asfixiándole, de vuelta al alcoholismo y con su sobrino echándole de un piso que compartían optó por denunciar la situación a través de una abogada de oficio el mes pasado para recuperar su morada.
Ahora, dada su situación de propietario no podían proporcionarle plaza en un albergue. Su sueño es recuperar su casa para poder vivir con David y Sergio porque ahora mismo no puede ni renovarse el carné sanitario: «O comemos o el SIP».
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