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El fundador de Mango, Isaak Andic, en una imagen de archivo. L.P
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La muerte de los poderosos

Elena Meléndez

Lunes, 20 de octubre 2025, 09:53

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No puedo evitar devorar las noticias sobre aquellos famosos que, como Isaak Andic, mueren en circunstancias poco claras. En todas ellas hay una versión oficial que, en este caso, habla de un accidente fortuito, una caída fatal durante una excursión en la montaña junto a su hijo. Después, una versión diferente que proyecta claroscuros sobre la escena, la soledad del entorno y las posibles tensiones con su vástago y compañero de ruta. «Qué tragedia», pensamos. Pero seguimos leyendo. No porque queramos entender, sino porque nos gusta asomarnos al abismo ajeno. Un accidente. Una imprudencia. Un suicidio. La versión oficial se tambalea. Mientras tanto, los testigos cambian de versión, los abogados ajustan declaraciones y los periodistas desempolvan sus teorías. No es morbo lo que me mueve, sino curiosidad antropológica, la manera en que la muerte se comporta cuando se la destila con el dinero, el poder y la fama.

El nombre de Andic, fundador del imperio Mango, ya forma parte de la larga lista de famosos cuyas muertes están envueltas en extrañas circunstancias. Me vienen a la cabeza algunas de las más sonadas. Natalie Wood desapareció una noche de noviembre de 1981 mientras navegaba con su esposo Robert Wagner y el actor Christopher Walken, supuesto amante de la actriz. Su cuerpo apareció horas después flotando en las aguas de la isla Catalina. La causa oficial fue el ahogamiento, pero las contradicciones en los testimonios y las heridas en su cuerpo nunca permitieron cerrar el caso. Décadas después, la investigación fue reabierta y el misterio sigue intacto. Una sobredosis de barbitúricos fue el motivo oficial de la muerte de Marilyn Monroe en 1962, encontrada sin vida en la cama. Pero las conexiones con los hermanos Kennedy y los informes extraviados alimentaron la versión del silencio impuesto.

Su muerte marcó el nacimiento de un mito y de una sospecha eterna. Mario Biondo, cámara de televisión y esposo de la presentadora Raquel Sánchez Silva, apareció muerto en su piso de Madrid en 2013. Las autoridades españolas lo calificaron de suicidio, pero la familia siempre sostuvo que fue asesinado. Años de peritajes, contradicciones y archivos judiciales han mantenido el caso en una inquietante penumbra. Gianni Versace cayó abatido en la entrada de su mansión en Miami en 1997. Al asesino, Andrew Cunanan, lo encontraron muerto poco después y el caso se cerró con rapidez, pero las teorías sobre móviles ocultos, rivalidades y celos nunca han desaparecido del todo. El icono atormentado del grunge Kurt Cobain murió en su casa de Seattle en 1994 a causa de un disparo en la cabeza.

La escopeta junto al cadáver y la nota de despedida parecieron confirmar el suicidio, pero los indicios de manipulación en la escena y las dudas sobre su estado físico y mental mantienen vivo el debate, ¿fue un acto desesperado o un final de vida forzado? Michael Jackson, el rey del pop, murió en 2009 en su mansión de Los Ángeles tras recibir una dosis letal de Propofol, un fuerte anestésico, administrada por su médico personal, Conrad Murray. El doctor fue declarado culpable de homicidio involuntario, pero muchos consideran que el entorno del artista, su explotación y la soledad fueron los verdaderos culpables. El magnate financiero Jeffrey Epstein fue hallado ahorcado en su celda en 2019. Aunque la versión oficial fue el suicidio, extraoficialmente la muerte siempre ha sido considerada demasiado oportuna. Su red de contactos que incluía políticos, realeza y empresarios y los secretos que guardaba hacían de su testimonio una amenaza demasiado peligrosa. La noche de su fallecimiento las cámaras fallaron, los guardias se durmieron… y la verdad murió con él.

En todos estos casos la duda es el ingrediente común, una sombra persistente que ni los tribunales ni los titulares logran disipar. El acusado, cuando lo hay, puede quedar libre, pero la sospecha nunca lo abandona. El poder y el dinero no sólo abren puertas, también construyen laberintos donde la verdad se diluye entre declaraciones contradictorias, amistades influyentes y abogados rapaces. Los grandes nombres, aquellos que manejan fortunas, emociones o audiencias, rara vez se marchan de forma sencilla. Sus vidas, marcadas por la ambición y el deseo, parecen exigir un epílogo con misterio, como si la muerte misma se convirtiera en un último acto de vanidad o castigo.

Detrás laten los tres motores eternos de la tragedia humana: el dinero, el sexo y la pasión, los mismos que erigen imperios y los derrumban, los que encienden amores, odios y silencios, ingredientes de una alquimia peligrosa, donde el amor se confunde con la posesión y el poder con la impunidad. Quizá por eso nos fascinan tanto estas historias que nos recuerdan que, incluso en los palacios, hay habitaciones cerradas con llave. Isaak Andic no podrá explicar su versión, algunos hablarán por él, otros preferirán callar. Si a la gente corriente se la entierra con discreción, a las celebridades se las sepulta bajo un alud de sospechas. Y aunque el supuesto culpable acabe absuelto, la sombra de la duda nunca se archivará del todo.

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