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La madre de todos los derbis
El Camporrobles gana en Fuenterrobles (2-3), se pone líder y está a un paso de conseguir el ascenso desde la última categoría a Segunda FFCV
En el interior de la regional valenciana, donde Cuenca está a tiro de piedra, puntuar es casi una quimera. Campos ásperos, acostumbrados al frío. Ayer, a las cinco de la tarde, la madre de todos los derbis enfrentó al Fuenterrobles como local y al visitante Camporrobles por el ascenso desde la última categoría del fútbol valenciano a Segunda FFCV. La final de la Champions de la Siberia valenciana con colegiado y linieres, lo nunca visto por aquellos lares de la España vaciada.
El partido no defraudó: cinco goles, dos penaltis fallados, tres expulsados, batukada, bombos, pillerías y un añadido del árbitro que olía a drama. Alineaciones combinadas, con chicos casi sin hacer y cuerpos de veteranos que dan sus últimos coletazos por esos campos de Dios. «Aquí todo esfuerzo no es baladí», dijo una señora a la que un balón estuvo a punto de arrancarle la cabeza por no estar pendiente del juego sino de charlar con su amiga. El marido, al instante, le advirtió de que un descuido era casi mortal.
El Camporrobles llegó a El Moreral dos puntos por debajo del líder, un Fuenterrobles que convocó a la parroquia a 5 euros la entrada y rifa. Un partido a portagayola, donde la grada se llenó de aficionados, chavalería y un cruce de culturas alimentada por los jornaleros que se desloman cada día en esta tierra de viñas.
Media hora antes del derbi, la parroquia local ya le atizaba al bombo bajo los paraguas protectores, cerveza fría y espirituosos con hielo. Los vecinos, los rivales del Camporrobles, aparecieron casi de incógnito, a punto del inicio para templar gaitas. «Camporruteño el que no bote, eh, eh», gritaba la chavalería local dándole al bombo como si no hubiera un mañana. Enfrente, la líder de la batukada rival, que estuvo todo el partido aporreando sin descanso. El Moreral, que hasta no hace mucho era uno de los pocos campos de tierra que quedaban en la provincia de Valencia, lucía sus mejores galas. En Fuenterrobles era tarde de fiesta, como si fuera la Virgen de la Candelaria, patrona del pueblo.
El Camporrobles ganó por juego, ocasiones y goles. Y se llevó los tres puntos, el liderato y casi el ascenso. Los locales no entendieron que sus boletos estaban en el 19, un chaval rapidísimo, de apellido Fernández, que propuso lo mejor del Fuenterrobles hasta que el árbitro le mostró roja y lo mandó a la caseta mediada la segunda parte. El chico se largó desesperado por la falta de afinación de sus compañeros de orquesta. Los locales perdonaron un par de ocasiones. La primera, la tiraron fuera; y la segunda, la desbarató Pablo García, portero del Camporrobles al que hay que otorgarle medio ascenso.

Los fallos sentenciaron al Fuenterrobles. El Camporrobles, llevado de la mano de Josué y con el acierto de Jiménez, abrió la lata para sentenciar después con otro tanto antes del descanso.
El entrenador del Fuenterrobles no vio que al niño Fernández había que llevarlo a la banda del lateral derecho rival, el punto débil, un agujero negro en un derbi de Tercera Regional.
El sol caía a plomo sobre el municipal y la afición se refugió en los laterales con sombra para pasar el trago. A la vuelta de vestuarios, cambio de campo de equipos y parroquianos, y el Camporrobles sentenció con un tercer gol obra de Josué, con una calidad extrema, que le metió una rosca al balón desde un lateral que ya quisiera Lamine Yamal.
El derbi fue una oda al balonazo, donde ninguna pelota pasó por los pies de alguien en el centro del campo y donde la vida, como el fútbol, se juega a trompicones, golpes, saltos y codazos. Entre tanta simpleza, la aparición de un tipo como Josué fue un chupito de genialidad.
El Fuenterrobles echó mano de la épica con balones a Fernández y a su delantero centro Gleyson Ribeiro, un veterano de treinta años, atropellado en la carrera pero con cierto sentido en el reparto del juego. Los locales despertaron con un penalti a favor que Deivid Johan desaprovechó o que, más bien, Pablo atajó para ser sin duda el MVP del partido. Los visitantes tuvieron también una pena máxima a favor, que tampoco supieron aprovechar aunque ya se pusieron en ventaja numérica por expulsión de un defensa local.
En los últimos instantes, y a la heroica, el Fuenterrobles pegó un arreón que le valió para recortar distancias. El partido llegó al punto en el que la gasolina se acabó. Las rampas y sus pérdidas de tiempo fueron una constante. Al borde del pitido final, segundo de los locales. El árbitro, que tuvo un partido tranquilo, también compró rifa y apuró un añadido con el que se jugó la vida. Un empate hubiera derivado en bronca porque la parroquia del Camporrobles ya veía gato encerrado. Al final, victoria visitante, y la aficiones, como gesto de gran deportividad, despidieron a ambos equipos en un pasillo de cálidos aplausos para cerrar 'la madre de todo los derbis'.
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