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La mujer que dejó huella en el arte urbano valenciano pintando conejos rosas

Barbiturikills es extravagante pero no excéntrica, es la madre de los conejos rosas que pueblan Valencia, es anarquista y crítica con el sistema, es creativa a rabiar y nos recibe en su casa para hablar de su vida, de la época dorada del arte urbano y del mundo en general

Sábado, 30 de agosto 2025, 00:14

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Barbiturikills tiene la casa que cualquiera que la conozca un poco imaginaría que tiene. Toda colorida, llena de obras de colegas artistas, plagada de conejos en sus diferentes formas y formatos, con una puerta de un color y la de enfrente de otro… Barbi huye de los blancos y la pulcritud que el minimalismo ha impuesto en nuestras casas durante años. Su habitación es impactante: En las paredes y el techo hay pintada una galaxia entera, con sus agujeros negros y sus constelaciones. La estantería del salón está hecha con trozos de muebles pretéritos, con las puertas de una taquilla en un lado y la madera de un armario en el otro.

Y muchos libros. En un rápido vistazo, uno observa entre sus reciclados estantes a Isabel Allende, Mendoza, a Auster, a Kundera, a Blasco Ibáñez, a Lijtmaer. Barbi no se considera una intelectual, ni mucho menos. Dice que sería incapaz de hacer arte abstracto, por ejemplo. No es de las artistas que esconden un mensaje tras una metáfora intrincada, eso lo sabe todo el mundo de sobra. Y probablemente ahí radica la clave de su éxito: sus conejos rosas, tan extendidos por Valencia, casi más que ningún otro personaje del arte urbano valenciano, lanzan mensajes claros, directos, sencillos de entender. La paz, el amor, el sexo, el recuerdo, la nostalgia. Parece que los conejos de Barbiturikills estén diseminados por la capital del Turia para recordarnos que no todo es tan malo, que sí, que hay guerras y que todo es un completo desastre, pero que el mundo tampoco sería mundo sin alegrías y sin belleza.

Barbiturikills Jesús Signes

No siempre ha pintado conejos. De hecho, de una de las paredes de su salón cuelga un cuadro que pintó hace la tira de años junto a Deih y Hope, otros dos históricos del arte urbano de la ciudad. En él se ve al primer conejo, al conejo 0, al germen conejil de todo lo que vendría. Un bocetillo que poco se parece a los gigantescos murales que hoy en día pinta.

Siempre supo que solo valía para el arte, aunque su carrera no siempre estuvo unida a la creatividad. Trabajó durante años en diseño de producto para una azulejera, lo que le confería estabilidad pero, al mismo tiempo, una creciente frustración artística acompañada de un gran afán de insubordinación. Su padre, en una de esas frases tan sabias que siempre recordamos de los padres, le decía: «Hay dos tipos de personas, los que mandan o los que quieren que les manden. Tú no estás entre los segundos». Había una disonancia entre sus deseos y la realidad, así que acabó haciéndose autónoma y se tiró de cabeza a un trabajo mucho peor pagado y temporal, pero que le motivaba más: impartir una formación a presos de Picassent con discapacidad.

Corría el 2007 y España se deshacía entre ladrillos e impagos hipotecarios. Barbiturikills iniciaba su liberación con la apertura de una pequeña empresa junto a su amigo Esteban, La Imprenta Imaginaria, apoyada por Associació Àmbit. Allí trabajaban con personas en prisión. Diseño y artes gráficas para promover la inserción de personas que salían de la cárcel y que, paralelamente, padecían graves problemas de salud mental. «Es muy injusto lo que les pasó a algunos de ellos. La cárcel no era su lugar, no eran una amenaza para la sociedad. De hecho, con La Imprenta Imaginaria cambiaron su vida», recuerda.

Achaca el fin de la época dorada del arte urbano en Valencia a la gentrificación del centro, el gobierno del PP y el hecho de que haya pasado de moda

En el año 2000, en paralelo a su trabajo como diseñadora gráfica, se unió al colectivo artístico de carácter urbano Respeto Total. Y tiempo después, en 2013, pasó a formar parte de la XLF, la histórica 'crew' de grafiteros que marcó una época en Valencia y que, según la propia Barbi, «dejará su huella en la historia del arte». La XLF fue para ella como la mordedura de la araña para Spiderman. Allí aprendió a utilizar un spray, pudo saciar sus ansias de pintar en gran formato, conoció las calles e infestó sus muros de conejos rosas. Lo hizo junto a otros históricos del panorama, como Escif, Xëlon, Hope, Julieta XLF, Deih, Cesp, Sr. Marmota y On_ly.

Mural basado en la última temporada de 'The White Lotus'

La XLF y otros artistas como Dulk, Pichiavo o la maravillosa Hyuro conformaron lo que ahora Barbi define como «la época dorada del arte urbano valenciano». Reconoce especialmente a Hyuro, Tamara Djurovic, también conocida como la artista que contuvo una tormenta en un vaso de agua y que, lamentablemente, falleció el pasado 2020 a los cuarenta y cinco años dejando tras de sí una infinidad de murales pintados por todo el mundo.

«Valencia es una tierra muy gráfica. Y tenemos también un rollo efímero que avala al arte urbano: las Fallas, el 'serà per diners?'...», esclarece. La XLF supo concentrar toda esa potencia y la hizo estallar con mil y un murales, cientos de ellos encargados por administraciones, que se hermanaron con el arte urbano y lo institucionalizaron.

Hasta hace poquito, cuando, para ella, llegó el fin de esa época dorada. Varios son los factores que motivan esto. Barbi los enumera. El primero: el arte urbano ya no está tan de moda como hasta hace unos años. «La gente se ha aburrido un poco», dice. El segundo: muchos artistas, fruto de la gentrificación y el terrible estallido de los precios de alquiler tuvieron que marcharse del centro, por lo que ya no existe la nutrida concentración de artistas que un día hubo. «Ahora ves que se pinta más en Benimaclet, por ejemplo, pero en general hay una bajada», dice. Y el tercer motivo: el cambio de gobierno. Las administraciones les llaman menos con el PP al mando. «Las cosas no le van bien a nadie, y el arte, que está en crisis, no es una necesidad básica, así que le llueven los golpes al primero cuando las cosas van mal», aduce con franqueza. Ahora mismo, eso sí, tiene una obra expuesta en el Centre del Carme. Comisariada por Vinz Feel Free, la muestra 'Principios' recorre esa época dorada del arte urbano a través de diez artistas entre las que Barbi se incluye.

La precariedad es otro tema. Un servidor pensaba que, alguien como Barbiturikills, tan conocida en la ciudad, gozaría de cierta holgura económica. Nada más lejos de la realidad, según dice: «Ahora, desde hace poco, he conseguido vivir íntegramente del arte urbano. Pero los artistas nunca vivimos sobrados. Puedes tener una buena racha, pero siempre estás en la cuerda floja». Recuerda divertida que hace poco vio la película 'El tormento y el éxtasis', en la que Charlton Heston interpreta a Miguel Ángel durante el tiempo en que pintó la Capilla Sixtina. «Ves al tipo sucio como él solo, después de todo el día currando, quejándose en una cantina de que el Vaticano no le paga. Jajajaja. Puedes tener prestigio, pero eso no implica tener dinero. Mira a Miguel Ángel, ¡era un pringado!».

Con todo, para Barbi es mejor reconocer esa condición de pringada inherente a cualquier artista que plantearse dejarlo. Dice que es imposible, que es una pulsión y que al mismo tiempo es su fortaleza y su talón de Aquiles. «De hecho, creo que uno de los motivos por los que estamos tan mal pagados es porque tenemos esa pulsión y al final siempre cedemos», reflexiona.

Barbiturikills Jesús Signes

Entre sus mejores obras está la de la calle Roger de Flor, un enorme mural en el lateral de un edificio en la que aparece su abuela junto a multitud de recuerdos de vida protagonizados por conejos. Y si de alguna se arrepiente es de la del Huerto de Botja, en Velluters. Según cuenta, no le pagaron parte de la obra y le dieron el dinero a otro artista que se comió un trozo de lo que ella había pintado. «Cuando no me pagan, me enfado».

Con sus conejos critica que las grandes ciudades conviertan al ciudadano en un personaje anónimo. Reivindica la protección de nuestra identidad, siempre desde la diversión. Barbiturikills es una desdramatizadora nata. Y le preocupa la escalada armamentística de Europa. «Me da la impresión de que llevan años preparándonos con series de ficción para el escenario apocalíptico que tenemos ahora. Igual sueno ingenia, pero ¿cómo vamos a atajar la guerra con más armas? Los conflictos bélicos solo traen dolor para vencedores y vencidos, la historia nos lo ha demostrado miles de veces», sentencia.

Más preocupada o menos por este u otro tema, Barbiturikills continuará respondiendo a las bondades y a las vicisitudes de la vida de la única manera que sabe: pintando conejos rosas.

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