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Crónica negra

El niño al que asesinaron a su madre y mató a su padre 16 años después

La pérdida de su madre, que murió estrangulada por la pareja sentimental, marcó brutalmente a Javier, que años después acabaría con su padre

Oskar Ortiz de Guinea

San Sebastián

Domingo, 21 de septiembre 2025, 09:54

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Pese a la separación de sus padres, Javier es un niño abierto de sonrisa fácil. Un chico «fenomenal» de 9 años, según una amiga íntima de su madre, quien está feliz porque acaba de encontrar trabajo en un supermercado cerca de su casa en Donostia. Son solo unas sustituciones, pero el sueldo le permitirá seguir volcada «para que no le falte de nada» a su pequeño, aunque tampoco a ella le sobra. Aquel último domingo de noviembre de 1999 al crío le toca pasarlo con su padre, que tampoco elude su responsabilidad paterna. Maite y Francisco Javier, que así se llaman los progenitores, tienen 31 y 32 años, mantienen una relación cordial y han priorizado que el divorcio no haga mella en el bienestar del chiquillo.

Sus planes se truncaron aquella tarde de otoño. Maite se ha vuelto a enamorar y ahora convive con Santiago, que ya no es aquel galán que la sedujo con sus constantes detalles hacia ella. En la modesta colonia de Los Luises (Luistarrak), en el barrio de Intxaurrondo, las paredes son de papel y se escuchan discusiones de la pareja con cierta frecuencia. Para no oírlas, el pequeño Javier le cuenta a su abuela que mete su cabeza «debajo de la almohada». En alguna ocasión «volaban despertadores y peluches por la ventana», recuerdan en el vecindario.

Ese domingo, 28 de noviembre, Maite conversa en la cocina con su hermana, que vive en otro bloque a escasos 50 metros. Su pareja entra en la conversación, pero ella le sugiere que no se meta en su vida porque son cosas de hermanas. El varón monta en cólera por la contestación recibida, la hermana opta por irse a su casa y Maite acaba estrangulada por un compañero sentimental presa de la ira. A continuación, Santiago sale de la vivienda, se deja ver bien por el barrio y por la noche regresa al domicilio. «¡Me la han matado, me la han matado!», grita en el portal número 14 de Luistararrak. La Ertzaintza solo tarda dos días en atar cabos y detenerlo por homicidio.

La muerte violenta de su madre borró la sonrisa infantil del rostro de Javier. «Antes era un niño normal, pero últimamente se le ve muy callado», «come poco y el rendimiento en el colegio es malísimo, cuando antes sacaba unas notas normales», declararía su abuela materna dos años después en el juicio, en el que el homicida de su hija es condenado a 15 años de prisión.

Tras dos años entre rejas se dio una circunstancia curiosa: el hombre reclamó su indulto al alegar que antes de cometer el crimen no tenía antecedentes penales, y que en la cárcel había reorganizado su vida al iniciar una relación sentimental con una presa. La reclusa, María Dolores, había matado en 1994 de un disparo en la cabeza a su marido mientras dormía –lo remató con dos cuchilladas–, y escondió el cuerpo durante dos años en un congelador en su vivienda en Eibar. No fue descubierta hasta que dejó de pagar el recibo de la luz y, tras cortarle el suministro, el hedor del cadáver alertó a los vecinos. Santiago y María Dolores acabarían casándose en la cárcel.

Inadaptado

La vida, mientras, había sentenciado ya a Javier. Aquel halo de chico «fenomenal» se apaga a medida que su día a día se puebla de nubarrones. Incapaz de adecuarse a una existencia con su padre y sin el amor de una madre, el chaval es de pronto un preadolescente inadaptado e incomprendido. El alcohol y otras drogas se convierten en su refugio. Y también en su perdición, al desarrollar problemas de salud mental. Ese cóctel explosivo de sustancias tóxicas e ideas paranoicas complica la convivencia con su padre, al que llega a agredir en alguna ocasión. En casa buscan ayuda. Así, durante dos años Javier es tratado en un centro especializado en Bilbao, donde ya advierten «ideas delirantes permanentes. Es decir, que no son reales. Piensa que le quieren dañar, fastidiar, perjudicar...», según un psiquiatra que le trató.

Con 9 años Javier era un niño «fenomenal», pero perdió la sonrisa cuando su padrastro mató a su madre

Su inestabilidad personal le llevan a abandonar el tratamiento y regresar con su padre, quien carga asimismo con su cruz: padece una enfermedad neuromuscular degenerativa que debilita sus extremidades. Con problemas de movilidad, accede con su hijo a un piso en un bloque de alquiler social en la calle Berra Behea de Donostia, en el límite con Pasai Antxo.

Casi un año después, la tarde del 17 de septiembre de 2015, Javier percibe por el auricular de su esquizofrenia paranoide que su padre pretende agredirle con un arma blanca. El joven, que tiene ya 25 años, coge un cuchillo de cocina antes de salir de casa junto a Francisco Javier. Ambos bajan al garaje comunitario y llegan a la planta -1 donde, a cinco metros de llegar al coche, el hijo acuchilla repetidamente a su padre, que se desangra en el acto.

Javier avisa del apuñalamiento al 112. Al llegar la Ertzaintza, se dirige a los agentes con su camiseta blanca llena de sangre: «¡Es aquí, es aquí!». Y confiesa su autoría ante los ertzainas.

En el juicio con jurado popular celebrado en 2017 en la Audiencia de Gipuzkoa, su abuela paterna y un hermano del fallecido ejercieron la acusación particular. Javier solo estuvo presente en el momento de su declaración: «No sabía lo que hacía y me arrepiento totalmente de haberlo hecho. Siento mucho el daño causado a mi familia, a los amigos, a todo el mundo que ha sufrido por ello. Y pido perdón», se limitó a decir. Fue condenado en conformidad a 20 años de internamiento en un psiquiátrico, donde lleva una vida sosegada y medicada. Una vez al año comparece en la Audiencia por videoconferencia. «Me va bien el tratamiento», suele decir. Sonriente.

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