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Todos juntos. La familia Ots Mut reunida en su casa en torno a un juego de mesa. Tino Calvo

El golpe de la pandemia a la salud mental

La factura psicológica. Expertos alertan de que otro confinamiento disparará los problemas de ansiedad y aumentará la adicción tecnológica de los jóvenes

Miércoles, 9 de diciembre 2020, 00:33

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No hay salud sin salud mental. El informe de Naciones Unidas que reivindica el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental va a verse puesto a prueba de nuevo en el más que posible segundo confinamiento domiciliario por el que deberemos atravesar en las próximas semanas. Las opiniones de los expertos coinciden en que se va a producir un claro incremento de casos de todo tipo de dolencias mentales, desde las más leves hasta el agravamiento de las más complicadas.

Miguel Hernández es psiquiatra y considera que este segundo confinamiento nos sorprende «más preparados por la experiencia del primero pero, a la vez, más cansados». Obviamente la duración del encierro será clave para detectar las consecuencias del mismo. Hernández pone el acento en las personas que considera «más vulnerables: aquellas que ya tienen una enfermedad mental grave como esquizofrenia o quienes padecen trastornos del espectro autista». En estos casos, la imposibilidad de acudir a los diferentes centros para recibir sus tratamientos puede generar problemas en las familias. Además, estos ingredientes, mezclados con la soledad o la escasa red social de una persona pueden provocar que se llegue a la depresión y, en casos extremos, «al riesgo de suicidio».

«El ser humano tiene la experiencia acumulada de millones de años de ir superando problemas y adaptándose»

La ansiedad por estos problemas o por las dificultades económicos podrían causar «problemas de insomnio y cuadros sicóticos». Aunque no tiene cifras referidas a la Comunitat, recuerda que el estudio que apuntó al aumento del consumo de ansiolíticos en Estados Unidos el pasado mes de marzo se puede trasladar perfectamente a cualquier otro territorio. Y es que el consumo de ansiolíticos puede considerarse «necesario en ocasiones pero no es una solución», señala Ángel Pozo, especialista en psicología clínica, quien apunta que este segundo confinamiento «será otra vuelta de tuerca más». Lógicamente será diferente la percepción según las circunstancias «como si ha perdido a un ser querido o si tiene problemas económicos». Coincide en que es «indudable que va a haber una repercusión en el aumento de procesos relacionados con estados de ansiedad». Pero, ante esto, «el ser humano, como grupo, tiene una gran capacidad de adaptación y aprendizaje. Tenemos una experiencia acumulada de aprender y adaptarnos. Lo llevamos haciendo millones de años». Pidió que se recuerde que vivimos en una sociedad «que está bastante bien aunque tenga muchas cosas mejorables». Ve problemática la situación de pacientes que se verán obligados a bajar el listón de las actividades que realizan para tratar sus dolencias en un contexto que «aún durará bastantes meses».

Ilustración Sr. García

El psiquiatra Míkel Munarriz, coordinador de la oficina autonómica de salud mental, cree que esta situación es inédita «y no ha pasado el suficiente tiempo para comprobar los efectos del primer confinamiento», por lo que aún ve más difícil aventurar qué puede pasar en el hipotético segundo: «No hay ningún libro que te diga 'Cuando te confinen por segunda vez...'», manifiesta.

Desde la filosofía, el catedrático Agustín Domingo Moratalla pide ánimo para afrontar lo que viene: «Si no podemos caer en la tentación de la depresión». Cree que se nos avecina «una prueba de resiliencia, porque estamos hablando de semanas».

Todos los expertos coinciden en la necesidad «de mantener rutinas aunque sea dentro de casa», señala Hernández, quien advierte de los problemas que puede causar no mantener unos horarios regulares: «Me levanto más tarde porque no tengo que ir a trabajar y por la noche me acuesto más tarde, por lo que altero el ritmo del sueño», explica, a la vez que insiste en la necesidad de practicar un ejercicio de forma regular, mantener el contacto con familiares y amigos y dosificar el tiempo que se ven noticias sobre la pandemia «porque se puede convertir en una obsesión».

Ángel Pozo cree que, además de mantener los contactos sociales, «no tenemos que abandonarnos. Podemos leer, hacer deporte, practicar sexo, mantener las rutinas de trabajo... Si a todo esto le añadimos un estado de drama... Es verdad que todo se alimenta con una visión apocalíptica. Pero esto es algo que tuvo un inicio y tendrá un final, como todo». Quienes se hayan quedado sin trabajo «han de intentar que no les secuestre el sofá de su casa», recomienda Pozo, a la vez que no cultiven «hábitos nocivos como el consumo de alcohol»

Munarriz no se atreve «a dar normas generales más allá de cuestiones de pura humanidad y de apoyo entre nosotros. Ésta es la primera gran epidemia desde que existe la psiquiatría».

Domingo Moratalla también pone el acento en la necesidad del apoyo mutuo. «En el primer confinamiento descubrimos que teníamos vecinos», ahora hay que ahondar en esta colaboración.

Las personas mayores van a verse a prueba «después de las cifras delirantes de fallecimientos de la primera ola. Esperemos que este proceso sea relativamente corto para ellos», afirma Pozo. Munarriz confía en que no se repita lo que definió como «una primera ola de horror». «No es bueno que la sociedad los desprecie y sólo valore lo 'útil'. Se puede caer en la tentación de pensar 'como ellos ya han vivido'. Podemos caer en la 'gerontofobia'», teme Agustín Domingo.

A los políticos también les piden «que den una imagen de mayor unidad, que presten más atención a los expertos y que lancen mensajes claros y unívocos», además de insistir en la necesidad de reforzar el sistema sanitario, «que comienza a mostrar síntomas de agotamiento», señala Hernández. Además, el pronóstico del estado del 'músculo sanitario' español no es bueno: «Estamos en el tercer mundo en este área», apunta Pozo, quien matizó que no es «por la cualificación de sus profesionales». Munarriz agrega que, «sin la pandemia, la situación de la salud mental ya era deficitaria». Domingo Moratalla cree que «falta un liderazgo claro. El presidente del Gobierno no es ejemplo de lo que debería ser el capitán de un barco. Es un liderazgo fallero, de cartón piedra».

La educación se resentirá

Los niños van a vivir este confinamiento «con el balón de oxígeno» que por el momento supone que los colegios estén abiertos, señala Pozo. Sin embargo, Agustín Domingo Moratalla cree que la educación «se va a resentir» con la «barra libre de redes sociales y tecnología»

A los jóvenes y adolescentes «hay que sensibilizarlos porque tienen una menor percepción del riesgo con campañas similares a las que se hacen para reducir los accidentes de tráfico», propuso Hernández. Además, es de temer «que el uso desmedido de la tecnología se vaya a acentuar más y eso les vaya a pasar factura», apunta Pozo.

Las amas de casa también «se van a ver tensionadas de sus funciones», destaca Pozo. «Ha parado todo menos eso. Es un trabajo que ni se paga ni se considera y va a seguir así», añade Munarriz. Los hogares van a ser espacios de conflicto. «Puede haber tensiones. No lo vamos a llevar bien porque a veces cuatro personas en 90 metros cuadrados son multitud», aventura finalmente Domingo Moratalla.

«Si no puedo estar con mis nietos me quedo sin vida, es lo más esencial»

Texto: R. González

El primer confinamiento supuso para las familias un tiempo para hacer más cosas juntos, aunque también magnificó los sentimientos y mantuvo apartadas a muchas personas mayores de sus hijos y nietos. La familia de Juan Ots y María Mut llevó bastante bien ese «encierro» en su casa de Dénia, tanto en el aspecto psicológico como en el social, pero no está tan segura de que fuera igual si se decretase otro como el de marzo, en el que vivieron en una especie de burbuja junto a sus tres hijos.

Manuela Llácer, la madre de Juan, acaba de cumplir 75 años y acude a compartir ese día tan especial con ellos. Son seis alrededor de la mesa a la hora de comer, justo el límite permitido, aunque habría preferido poder reunirse también con el resto familiares. Vive sola y le gusta ir a recoger a los nietos al colegio, llevarles a ballet o a atletismo. Cuando no puede hacer esas actividades con ellos, «es como si me faltase algo». Si tuviera que hacer un nuevo confinamiento, esa sería la peor parte. «Si no puedo estar con ellos me quedo sin vida, es lo más esencial».Por su parte, Juan se muestra optimista y confía en que no se llegará a un nuevo confinamiento. En el aspecto laboral no tendría ningún problema ya que puede trabajar igual desde su hogar como en el ayuntamiento. Sin embargo, reconoce que «socialmente es una destrucción», sobre todo porque están muy implicados en el mundo fallero, que para él supone «una vía de escape», y prolongar más esa falta de actividad resultaría muy duro. Y en caso de que tocara de nuevo quedarse en casa, confía en que no sea en diciembre: «No me imagino una Navidad por videoconferencia».

María piensa que les afectaría psicológicamente un nuevo «encierro» porque tras el vivido hasta mediados de año «ahora estamos en un momento en el que queremos ver a los seres queridos y juntarnos con amigos, siempre siguiendo las normas sanitarias».Nacho es el mayor de los hijos de María y Juan y vive con ellos. Tiene 21 años, estudia para sacarse el título de entrenador de baloncesto y entrena a niños de 8 y 9 años. Tiene muy claro que, pese a estar en una casa con espacio en el exterior, la convivencia a veces es complicada cuando hay cinco personas y no se puede salir de esos límites. «Cuando estamos bien es divertido, pero cuando estamos mal...», recalca. En caso de confinamiento volvería a recurrir a FaceTime para seguir en contacto con sus amigos. El hijo mediano, Juan, tiene 18 años y estudia Ingeniería Geomática y Topografía en la UPV. Es su primer año de universidad y sus clases ya se han visto afectadas por el brote del Galileo Galilei. Por eso espera que no toque un nuevo confinamiento, ya que considera que las asignaturas prácticas «deben ser presenciales» para un buen aprendizaje.En cambio, a la pequeña María, de 11 años, no parece preocuparle demasiado los efectos de un nuevo confinamiento. Con una amplia sonrisa en la cara, comenta que «me gustan las clases 'online'» y para hablar con sus amigas «haría videollamadas».

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