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El doble castigo a la clase media valenciana

El doble castigo a la clase media valenciana

Radiografía de una franja de la sociedad que sufre para mantener su nivel de renta y su estatus, penalizada además en la Comunitat por la infrafinanciación

Jorge Alacid

Valencia

Miércoles, 21 de febrero 2024

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Jaime es un empresario autónomo. Tiene su negocio en un barrio de Valencia, gana unos 1.600 euros al mes, está casado, tiene dos hijos y forma parte, según su propia confesión, de esa franja social que llamamos clase media. Es una categoría estadística, aceptada como tal por la Sociología, pero es sobre todo un territorio psicológico. Un constructo mental, como recogen los estudios que sobre ella alcanzan una conclusión parecida a lo que más o menos también sostiene Jaime: que tendemos a considerarnos miembros de la clase media, aunque tal vez nuestro salario diga lo contrario. El empobrecimiento general de la sociedad española, cuyo nivel salarial no crece en los últimos años en la misma medida en que se dispara el coste de la vida, apenas repercute en esta consideración que la clase media tiene de sí misma. Como si nos avergonzara reconocer que somos clase media-baja o baja, a secas. O clase trabajadora. O proletariado. Valgan estas palabras de Jaime para confirmar ese diagnóstico, según el cual la idea de clase media habita más bien en nuestra cabeza: «Somos los que sostenemos esta sociedad. Y estamos hartos de pagar impuestos sin ver qué recibimos a cambio. Pagamos muchísimo y todo ese dinero no va solo para salud o carreteras, no sabemos en realidad adónde va nuestro dinero. No hay transparencia. Y no puede ser que cobremos mucho menos que otros haciendo mucho más o pagando muchos más impuestos». Aviso adicional: «Cada día que pasa iremos quedando menos clase media».

Sus palabras apuntan a la incomprensión que parece dominar el espíritu de ese mayoritario sector de la población española, cuyas inquietudes están muy presentes en el discurso político… aunque sólo sea porque representa esa categoría que menciona Jaime: la clase que financia a las demás, incluyendo no sólo a la llamada clase baja/pobre (según la terminología que emplea el CIS) sino también a las que se sitúan en una franja salarial más elevada pero disponen de mejores herramientas para escapar del control tributario o encuentran más compensaciones a sus aportaciones. Es un sector que se siente herido, ignorado incluso por sus mandatarios, sean del color político que sean, como observa Jaime: «Yo no me veo mal pagado pero en comparación con el funcionariado, que es el sector más habitual en este país, veo una diferencia salarial de unos 500 euros al mes. Y eso es mucho porque al fin y al cabo quienes sustentamos al sector público somos nosotros», afirma. «No llego a entenderlo», confiesa, pesaroso. Un malestar que se puede considerar generalizado y que ayuda a entender la curiosa evolución que ha seguido este concepto, siempre de acuerdo con los estudios del CIS. En todos sus cuestionarios a partir de mayo de 2019 se incluye la pregunta de «clase social subjetiva de la persona entrevistada», que arroja un resultado sorprendente: entre julio de 2020 y el mismo mes de este año, la clase media, en función de la propia consideración, ha caído desde el 53% que se tenía como tal hace tres años hasta el 48,7% que así se cataloga hoy.

Debe advertirse un par de detalles que ayudan a comprender este progresivo descenso, que discurre en paralelo con su menguada capacidad salarial. El primero, que el CIS divide el concepto de clase media entre media-alta, media-media y media-baja. El segundo factor que debe tenerse en cuenta es que, en lógica proporción, quienes se llaman clase alta (o media-alta) forman una franja que no deja de crecer (del 4% al 5,7%) y también se eleva el número de quienes se sitúan en las franjas inferiores: la clase trabajadora pasa en ese mismo plazo de apenas tres años del 8,7% al 11,6% y la clase baja/pobre, del 10,4% al 12,2%. Un panorama que justifica otra de las confesiones que traslada Jaime: «Los de clase media no estamos bien. Luchamos por un sueldo mejor, aunque nos conformamos con salir adelante. Yo tengo que pagar una hipoteca de 750 euros al mes, más el gasto en la cesta de la compra, con dos hijos que tengo, que se me va también hasta los 700 euros, sin incluir ocio ni cosas básicas como agua, luz, gas… Si no trabajase mi mujer, sería inviable. Mi vida no se podría mantener».

¿Y la vida de un trabajador del sector público? ¿Qué opinan los funcionarios teniendo en cuenta que las cuitas de Jaime se acrecientan porque a cada paso compara su situación con ellos? Veamos el caso por ejemplo de María, otro nombre supuesto. Ella es orientadora en un centro educativo de la periferia de Valencia y aunque también se considera clase media (gana unos 45.000 euros al año brutos), acepta que esa categorización tiene bastante de autoengaño: «Pertenecer a la clase media cuesta cada vez más. De hecho, pienso que la clase media de hoy es más bien media-baja». Una estimación que concuerda con la metodología del CIS y que se materializa en un discurso bastante similar al que enarbola Jaime: para María, «nosotros somos la clase que más contribuye a que se mitiguen las carencias de la clase baja, que apenas tiene recursos para subsistir». Y añade un pronóstico inquietante: «Creo que si mis hijos quieren vivir mejor que nosotros, tendremos que apostar por la educación permanente. De lo contrario», prosigue, «serán parte de un saco que cada vez pesará más en nuestra sociedad».

Una profecía que comparte por cierto Jaime («No sé si mis hijos vivirán mejor, esa es una incertidumbre constante que tenemos los padres porque el futuro no es muy bueno para ellos») y también Beatriz, la tercera invitada por LAS PROVINCIAS para componer una especie de cartografía a escala de la sociedad valenciana: es pensionista y también observa con preocupación el porvenir. Ella sí que sostiene sin ambages que sus hijos vivirán peor que la generación de sus padres y duda incluso de que a corto plazo se puedan seguir considerando como integrantes de la clase media: como jubilada gana al año unos 35.000 euros brutos al año, unos ingresos que le permiten sentirse miembro de esa clase social que mantiene vivo el funcionamiento del conjunto del país «aportando mucho más incluso que la clase alta». «La clase trabajadora sí que se ha empobrecido», dice, mientras recalca que el concepto de clase media, a su juicio, conduce a cierta confusión, igual que subraya que una generalización de estos términos puede llevar a errores: en su opinión, la realidad sociológica debe manejarse teniendo en cuenta que se trata de un país «muy diverso», igual que entiende que también la diversidad es un elemento imprescindible para comprender a la Comunitat en su conjunto. «Respecto a España, creo que la clase media valenciana está en un punto medio», concluye.

Un dictamen que no se corresponde sin embargo con la visión científica. El profesor de la Universidad de València Rafael Castelló-Cogollos se ha dedicado a analizar en profundidad cómo se comporta la clase media valenciana en esa comparativa y concluye con un diagnóstico alarmante: en la Comunitat estamos peor. Peor que el resto de España. Una conclusión que nace de la sorprendente (o no tan sorprendente) irrupción en el análisis sociológico de ese fenómeno que tanto penaliza a la Comunitat: su infrafinanciación. Con menos recursos por habitante, es fácil adivinar lo que el profesor anota en su estudio 'Camins d'incertesa i frustració. Les clases mitjanes valencianes (2004-2018)', editado por la Institución Alfonso El Magnánim: que el esfuerzo económico de una familia valenciana de clase media para acceder a servicios como la sanidad, la educación, los servicios sociales o las infraestructuras es superior al que debe acometer una familia análoga en otro punto de España.

Para muchos autores, la clase media es un constructo mental que sólo habita de esa franja de la población que pretende serlo.

En consecuencia, los miembros de la clase media de la Comunitat se empobrecen en los últimos años en mayor medida que sus pares españoles. En su despacho del campus de Tarongers, abunda en esta idea con elocuencia contagiosa: «Se utiliza el concepto de clase media de manera imprecisa, como si fuera un colchón que puentea a la clase baja y la alta y ayuda a rebajar la conflictividad social, cuando es más bien una construcción ideológica, entendida como la clase formada por un grupo de gente que ha vivido relativamente bien en los últimos años». «Una clase que cuanto más ancha es en la pirámide social, más estabilidad asegura», agrega.

Un caso de éxito a nivel planetario, que hunde sus raíces en las décadas inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial pero que vive días sombríos, apunta el profesor Castelló-Cogollos. «Si tú le preguntas a la gente de qué clase es, casi todo el mundo te dice que es de clase media. Es curioso porque te contestan así los de clase baja pero también los de alta», afirma. «Es una cosa que siempre me intriga: todo el mundo es clase media en España», sonríe. En su estudio, analiza los factores que confluyen en esa configuración por clases a partir de cuestiones como la renta, la ocupación profesional y de propiedad de medios materiales para objetivar la cuestión, aunque también contiene los prejuicios que las fuentes consultadas tienen al respecto: «La clase media es un concepto móvil», apunta. Y pone su propio caso como reflejo de esa idea: «Tengo un sueldo de funcionario, que está muy bien, y cuando hago esta pregunta a algunos alumnos, me responden que soy de clase alta». Y señala un elemento coincidente entre su estudio y las encuestas del CIS: «Hay gente que era de clase media hace poco que ya es de clase baja y gente de clase alta que ahora se considera clase media». Primera conclusión central: factores como «la incertidumbre y la frustración» que distinguen a este colectivo nacen de la evidencia de que «se ha empobrecido» en los últimos años, «aunque la clase baja se ha empobrecido aún más, porque se ha producido un incremento de la desigualdad».

Menos renta y peor financiación: el caso valenciano

Sobre la evolución de la clase media y cómo su declive se hace especialmente significativo en el caso de la Comunitat ha investigado el catedrático de Análisis Económico de la UV Francisco José Goerlich Gisbert, quien dejó por escrito sus razonamientos en el libro 'El empobrecimiento valenciano'. La obra editada en 2017 por la Institució Alfonso el Magnánim contiene datos de elevada elocuencia al respecto: cómo la decadencia de la clase media no puede entenderse sin explicar, en paralelo, el descenso de su nivel retributivo registrado en los peores años de la crisis financiera. En el periodo entre 2008 y 2017, Goerlich detecta que la Comunitat «presenta niveles de renta inferiores al promedio nacional», que se fueron incrementando hasta alcanzar una diferencia demoledora: una renta inferior en el 15% al resto de España. «Si durante la crisis», añade en la publicación, «los hogares españoles vieron disminuir su renta en un 19,9%, en la Comunitat esta caída fue del 23,8%«. Menos renta, peor financiación… Más dolores de cabeza para la clase media valenciana.

El catedrático de Análisis Económico de la UV Francisco José Goerlich Gisbert también ha investigado sobre este particular, con un discurso que se sitúa dentro de las coordenadas que emite su colega, el profesor Castelló-Cogollos, quien data ese gradual empobrecimiento en los años 80 del siglo pasado, «cuando se impone un discurso neoliberal que cuestiona al Estado del Bienestar y penaliza la cohesión social, porque entiende la clase media como una carga». «Su punto de vista es el de la competencia y, desde ese enfoque, quiere tener controlados todos los riesgos y que no haya muchos cambios, es una doctrina anticlase media», observa. Es un fenómeno a escala global, con repercusiones en España y también en la Comunitat, que Castelló-Cogollos atribuye a la aparición de nuevos actores en la escena internacional como China o India, traducida en una distribución de la renta mundial que desemboca en un nuevo paisaje: «Mientras sus clases medias trepan, las nuestras se quedan atrás». ¿También la clase media valenciana? Por supuesto, contesta el profesor de la UV, quien admite que inició precisamente su investigación «a partir de unas ideas preconcebidas, que se han ido desmontando».

¿Por ejemplo? El superior impacto que sufre la clase media valenciana respecto a la española, que achaca al triunfo de «ese mensaje neoliberal que aboga por reducir el tamaño del Estado y que cada cual se procure sus medios, porque debilita a la clase media en todo el mundo: es una clase que depende mucho del Estado del Bienestar, bien porque trabaja para él, bien porque recibe sus servicios». Un juicio que, a escala de la Comunitat, se resuelve en esta evidencia: «Si no gastas en educación o sanidad, llevas un mejor nivel de vida. Y al contrario, como ocurre aquí, si tienes que destinar recursos a esos servicios, te cuesta más llegar a final de mes». Entra entonces en la ecuación la infrafinanciación que llega desde el Estado precisamente para sostener las bases del bienestar. «Si tienes menos renta, como nos sucede a nosotros, y además transfieres dinero a otras regiones, entras en una dinámica que afecta sobre todo a la clase media valenciana, porque tiene que asumir toda esa serie de gastos en sanidad o educación por su cuenta», advierte. «Es como un atraco. Dramático, horrible», se enerva.

Segunda gran conclusión: así como el profesor de la UV entiende que la clase alta valenciana «está mejor que la clase alta española», la clase baja «está más o menos igual», de donde se deduce que la Comunitat atraviesa «un proceso de empobrecimiento». «Nuestra situación se ha empeorado», prosigue el profesor, quien además aporta un dato que añade sombras a su diagnóstico, siempre desde una óptica valenciana: la aparición en la composición interna de las clases medias de lo que llama «un desgarro», esto es, «un distanciamiento interno entre dos bloque»: uno, «más reducido, que se aproxima a las clases altas»; y un segundo, «más grueso, que se aproxima a las clases bajas».

Un inquietante panorama, acepta Castelló-Cogollos, porque anuncia un horizonte de «desestabilización» y porque apuntala otra vertiente clave para analizar qué fue de la clase media. De la española y de la valenciana: un proceso de victimización. «La clase media tiene la sensación de que es la que está soportando la cohesión social y hoy no recibe a cambio lo que antes recibía», anota. Un espíritu de autoflagelación a la vista de que menguan los salarios que percibía, que compensa con otros ingresos («Los ahorros en el banco o un piso que alquilas», pone como ejemplo) pero que no despejan otra conclusión clave: «La clase media ha perdido poder adquisitivo, mientras que la clase baja se queda más o menos como estaba y la clase alta, por el contrario, ve cómo se dispara su renta». Y cotejar las aportaciones que llegan del Estado a la Comunitat depara un desenlace que vuelve a recalcar en estos términos concluyentes: «La clase media valenciana está peor que la española por la baja aportación del Estado en financiación».

El estudio del profesor Castelló-Cogollos, cuyo trabajo de campo se desarrolló durante el año 2018, no puede recoger la desfavorable evolución que ha sufrido en los últimos años e la clase media, doblegada por el efecto de la pandemia y muy expuesta a contingencias tales como los conflictos bélicos diseminados por el globo, de Ucrania a Oriente Medio, que repercuten en el encarecimiento de la energía y la cesta de la compra, dañan sus bolsillos y conspiran para que triunfe esa triste profecía, según la cual sus hijos vivirán peor que ellos… hasta cierto punto. El profesor de la UV, asumiendo que la frase «tiene algo de cierto», alerta de que ese porvenir nada luminoso se vincula sobre todo hacia un factor determinante en la calidad de vida de la clase media: el acceso a la vivienda. Y sostiene que, en efecto, mientras ese problema, que ya es central en nuestra sociedad, no se resuelva, la profecía tiene toda la pinta de cumplirse.

Es un punto de vista que pueden compartir quienes abrieron estas líneas y ahora las cierran. Para Jaime, ese empresario autónomo que lanza estas opiniones desde el mostrador de su comercio en Patraix, el horizonte que amenaza a sus hijos no es nada esperanzador y ofrece su propia experiencia para respaldar esta certeza: «Creo que yo no vivo mejor que mis padres. Ellos no tenían las necesidades tan bobas que tenemos nosotros y empleaban mejor el dinero y el coste de vida era inferior al nuestro». Aquella clase media de la anterior generación, beneficiaria de esa época de los prodigiosos avances que la historiografía alemana bautizó como los gloriosos 30, ha desaparecido. Son jubilados en el mejor de los casos, que contemplan cómo su prole sudan más de la cuenta no sólo para llegar a fin de mes, objetivo principal de sus vidas, sino para seguir considerándose clase media a todos los efectos. Y cuyos nietos tal vez deban inventar una nueva categoría social, hoy inexistente, para refugiarse en ella si se cumplen los vaticinios del profesor Castelló-Cogollos y de Jaime, María y Beatriz, la jubilada valenciana que contesta así a LAS PROVINCIAS.

- ¿Cree que sus hijos vivirán mejor que usted?

- No.

- ¿Y cree que seguirán siendo clase media como usted?

- Tampoco.

Infografías

P. Cabezuelo

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