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El Tribunal de las Aguas, en uno de sus últimas sesiones. IVÁN ARLANDIS

El Tribunal de las Aguas de Valencia, mucho más que otra atracción turística

Inmune al paso del tiempo, continúa con una labor centenaria que permite a los agricultores solucionar conflictos mientras convive con la explosión de visitantes de Valencia

Miércoles, 8 de octubre 2025, 23:42

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Si Valencia nace en el algún sitio, a nivel espiritual, seguro que es cerca de esta puerta gótica. En esta mañana de jueves, mientras cientos de turistas levantan móviles al aire para captar a ocho hombres que se sientan en sillas de cuero, el espíritu del Cap i Casal está más vivo que nunca. Y es que el Tribunal de las Aguas forma parte del alma de la ciudad tanto como cualquier otro símbolo, o incluso más, porque ejemplifica algo imbricado en el corazón de lo que es ser valenciano: la resiliencia, la fortaleza de tirar de tripas para sobrellevar cualquier problema. De hecho, una anécdota lo ejemplifica. Cuenta Enrique Aguilar, presidente del Tribunal de las Aguas, que hace un siglo los regantes de la acequia de Xirivella pedían de forma insistente que querían un asiento. El resto de síndics se resistían, por lo que un jueves, un agricultor de la acequia de Xirivella sacó una silla y la puso al lado de los asientos de los síndicos, soltando un muy valenciano «pues yo de aquí no me voy». Desde entonces, la acequia de Xirivella tuvo asiento en el tribunal. Esta anécdota explica por qué, si Valencia nació en algún sitio, es cerca del Tribunal de las Aguas. La institución, que todavía se reúne todo los jueves en la puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia, está tan imbricada en el alma del pueblo valenciano que se ha convertido en uno de los símbolos de esta tierra.

Y eso que el tribunal es, para muchos, una atracción turística. A Aguilar no le hace gracia esta consideración, pero en este jueves soleado son sobre todo turistas quienes han venido a ver en directo una de las sesiones del tribunal, que no suele durar más de 10 minutos. También hay casi un centenar y medio de alumnos de un colegio del área metropolitana de Valencia que han venido de excursión al centro y a los que lo que más les interesa es el gancho del alguacil.

Más de un milenio de historia

Los orígenes del Tribunal de las Aguas no están claro. Hunde sus raíces en hace más de un mienio, porque antes de la llegada de Jaume I ya hay constancia de que había una especie de 'proto-tribunal' donde los agricultores árabes arreglaban sus propios problemas relacionados con el agua. Han sido los labradores de esta tierra siempre muy conscientes de la importancia de gestionar este recurso, dado que Valencia sufre de periodos de sequía. Tras la llegada del rey cristiano, dio orden de mantener los privilegios del tribunal, e incluso su nieto les permitió estar libres de impuestos. El misterio en torno a buena parte de su historia radica en que hasta el siglo XIX no se tomaron registros escritos de las reuniones y de los acuerdos, que suelen implicar mucha mano izquierda. Las decisiones del tribunal no se pueden apelar en la justicia ordinaria ni denunciarse en la Guardia Civil. El tribunal se ha replicado en otras zonas del mundo como Francia o la India tras descubrirlo oficiales galos o ingleses que acudieron a Valencia en la guerra de la Independencia.

Claro que es una atracción turística, de difícil explicación para muchos de ellos, que seguramente no entiendan qué es «denuciants de la sèquia de Quart». Pero los valencianos lo sabemos, incluso quienes nunca hemos pisado un bancal. Porque el Tribunal de las Aguas es un símbolo de lo que somos todos. Porque aquí se autogestionan, como hicieron los pueblos de la dana cuando fueron abandonados por casi todos. Los turistas no lo entienden, pero en ese acto que dura apenas 10 minutos hay miles de años de trabajo anterior. Y los habrá posteriores.

Este jueves sí hay denunciantes. No es nada habitual. Cuando el alguacil exclama «denunciants de la sèquia de Favara», el electo de la acequia se adelanta y se presenta ante el tribunal. «Había una denuncia pero no se ha presentado», explica. El síndico le pregunta de qué se trataba la denuncia. «Falta de cuidado en las acequias», responde. El síndico se queda en silencio unos instantes antes de decir: «Dígale que venga la semana que viene. Si no viene, se le avisará por papeleta». Y ya está. La sesión del tribunal termina con fotos de los niños con los síndicos, ataviados con la tradicional blusa.

Varias escenas del Tribunal de las Aguas: reunión posterior, recogida de las sillas y el alguacil. IVÁN ARLANDIS
Imagen principal - Varias escenas del Tribunal de las Aguas: reunión posterior, recogida de las sillas y el alguacil.
Imagen secundaria 1 - Varias escenas del Tribunal de las Aguas: reunión posterior, recogida de las sillas y el alguacil.
Imagen secundaria 2 - Varias escenas del Tribunal de las Aguas: reunión posterior, recogida de las sillas y el alguacil.

Pero esto no es todo lo que se hace en el tribunal. No estamos hablando de los vestigios de una institución anclada en el pasado que hoy sea más una atracción turística que otra cosa. No. Nada más lejos de la realidad. La reunión se hace en la calle porque en el siglo XIII la mayoría de agricultores eran árabes y no querían entrar en la Catedral recién sacralizada, así que los síndicos sacaron los bancos a la calle para atenderles. ¿Ven lo que les decíamos de la resiliencia, de decir «yo me siento aquí y el mundo que se apañe»? Pues eso. El caso es que esta reunión, como decíamos, es sólo una pequeña parte de todo el trabajo del tribunal. «Mediamos entre labradores para que no lleguen juicios, el 90% de los casos los solucionamos en origen y evitamos que los problemas se enquisten», explica Aguilar, que comenta que casi cualquier semana hay disputas, aunque las denuncias bajan «si tenemos agua». Al tribunal llegan entre 15 y 20 denuncias al año, «quizá un poco más porque hay mucha gente extranjera que no saben nada del tema» del tribunal, y tienen que aprender sobre la marcha cómo se gestiona el agua.

Elegidos democráticamente

El tribunal, que es una de las instituciones jurídicas más antiguas del mundo y que fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2009, está compuesto por síndicos «elegidos de forma muy democrática». «En el campo se respeta mucho la figura del síndic. el Tribunal tiene también guardas, que son los que ponen el agua y la distribuyen por los brazos de la acequia; secretarias, abogado, técnico ingeniero; y luego también hay electos, que son representantes por zonas dentro de cada acequia que conocen muy bien la zona y la gente», explica Aguilar. No es, por tanto, un grupo de labradores qeu se reúnan para decidir de forma arbitraria sobre asuntos que únicamente les atañen a ellos. Se trata de una institución arraigada, y nunca mejor dicho, en el alma misma de la ciudad y que todavía hoy en día ejerce una importante labor en los campos de la ciudad. Porque, ¿quedan campos en la ciudad? «Más en el norte que en el sur», reconoce Aguilar, que admite además que la dana «puede ser la puntilla» para muchos de los labradores del sur de Valencia, que han visto cómo la riada se llevó sus explotaciones y, para muchos, el trabajo de toda una vida.

El tribunal es, como hemos dicho, una importante institución jurídica, pero también es una atracción turística, un calificativo que hace a Aguilar, de rostro afable, fruncir el entrecejo. «No me gusta la exposición, no somos una atracción de feria. Se hace fuera de la Catedral porque cuando la mezquita se cristianizó los árabes no querían entrar en la catedral. La tradición es importante, no me sabe mal que vengan turistas pero sí que nos traten como una atracción. Me gustaría que el tribunal fuera más conocido, que su trabajo fuera más conocido», explica Aguilar, antes de recordar su encuentro con el expresidente de Uruguay Pepe Mújica, que se interesó mucho por el tribunal, y también por aquella jornada en que el papa Benedicto XVI se retrasó y el tribunal no quiso esperarle para empezar. «Después nos dijo que habíamos hecho bien, que si llevábamos un milenio haciéndolo a las 12 no íbamos a retrasarlo por él», cuenta el presidente, que entonces no era el máximo dirigente del órgano.

Las dos anécdotas, la del agricultor que se agenció un asiento para la acequia de Xirivella y la del papa por el que no se retrasó la sesión, hablan a las claras de esta institución milenaria. También del espíritu valenciano, que hace dos milenios decidió crear una ciudad en medio de un río y a la que dos milenios después no han borrado miles de riadas.

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