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Primavera de primeras comuniones

Una fiesta familiar Pasa el tiempo, pero la esencia de la celebración no se desvirtúa: de la mano de la Iglesia, niños y niñas dan un gran paso en su formación

Domingo, 1 de junio 2025, 00:12

En mayo y junio, desde la fiesta de la Virgen de los Desamparados a la del Corpus Christi, colegios religiosos, parroquias y familias reservan una fecha, singularmente un domingo, para una celebración muy especial, cargada de emoción y simbolismos. En primavera llegan las primeras comuniones, un momento en el que niños y niñas bautizados dan su primer paso como cristianos. Desde tiempos antiguos, la fiesta ha transformado muchos detalles y características; pero la esencia de lo que se está celebrando permanece -o no debería perderse bajo la moderna avalancha de regalos y frivolidad-. Porque de lo que se trata es de que el bautizado da un responsable paso adelante en su quehacer cristiano.

Ahora hay fiestas de primera comunión que intentan imitar las Bodas de Camacho, tal es el lujo y la ostentación que en ellas se exhibe. Incluso hay celebraciones familiares -comuniones laicas, se han llegado a llamar- que intentan reproducir un ritual de ingreso en sociedad del niño o la niña, como una forma de colmarle de regalos y fiesta. El pretexto se suele fundar en que el pequeño no quede decepcionado ante la fiesta que reciben sus compañeros, miembros de familias creyentes.

Al margen de todos estos excesos, que párrocos y colegios religiosos intentan contener con un éxito relativo, la fiesta de la Primera Comunión viene acompañada de una larga tradición, que hemos de remontar a los inicios del cristianismo. La iglesia ortodoxa, en eso, fue siempre menos restrictiva con los niños que la católica; en esta, fue el IV Concilio de Letrán (1215), el que reguló que el niño debería comulgan cuando llegara a una «edad de discreción», cuando tuviera uso de razón y distinguiera bien los conceptos de la Comunión, un momento difuso y variable, por otra parte.

Pío X rebajó la edad de las primeras comuniones en la Iglesia. En 1910 se abrió la puerta a comulgantes de siete u ocho años

Pero esas costumbres continuaron hasta el siglo XX, razón por la que pueden verse fotografías de niñas y niños comulgantes muy crecidos, de entre doce y catorce años. Fue el papa Pío X, santificado más tarde, el que vino a rebajar la edad de las primeras comuniones en la Iglesia. Un documento publicado en agosto de 1910, titulado 'Quam singulari', abrió la puerta a un concepto que rebajó la edad de los comulgantes a los ocho o siete años. A esa edad, con la correspondiente catequesis, un niño ya tenía ese «uso de razón» buscado, sabía comprender el hecho extraordinario de la Comunión, el hecho de ser admitido en una congregación de fieles al lado de su familia y sus compañeros de aula.

La reforma del año 1910

El texto papal, que fue meditado durante largo tiempo en el ámbito del Vaticano, fue un salto singular que empezó a notarse intensamente en las comuniones de la primavera de 1911 e incluso antes. Si el documento lleva ese nombre, es porque su texto empieza con esta reflexión: «Cuán singular amor profesó Jesucristo a los niños, durante su vida mortal, claramente lo manifiestan las páginas del Evangelio». Fue la aplicación práctica de un principio que el propio Jesús expresó: «Dejad que los niños se acerquen a mí». Ese cambio de directriz es el que hizo que la ceremonia de iniciación a la Eucaristía dejara de ser una celebración selecta y noble para hacerse infantil, parroquial y colegial.

En Valencia, el arzobispo, monseñor Guisasola, se hizo eco de la resolución pontificia mediante una circular, publicada por LAS PROVINCIAS en septiembre, en la que valoraba la importancia del documento. «Habla directamente al corazón, ofreciéndole la verdadera doctrina sobre punto tan importante y abriendo a los niños el camino al Sagrario, antes cerrados para muchos por preocupaciones y costumbres lamentables», escribió el prelado, que a renglón seguido dijo que Pío X «es el papa de la Eucaristía», que favorecía la presencia familiar en torno a la comunión de los niños.

El resultado fue un incremento claro de las comuniones infantiles en todas partes; en Valencia tuvo un reflejo generoso e inmediato. El periódico, en efecto, comenzó a publicar, con una frecuencia mucho mayor, gacetillas o notas breves con la noticia de la primera comunión de los niños de familias burguesas, pero también reseñas de actos colectivos de primera comunión tanto en colegios como en parroquias. Las fechas tradicionales de primavera también fueron desbordadas y es así como se celebraron muchas comuniones de grupo en torno a la fiesta de la Inmaculada de diciembre de 1910.

El cambio fue aceptado sin problemas en la sociedad del momento. Se consideró que era una reforma adecuada, nada escandalosa. Aproximaba la fe a los niños en edad escolar y dejaba para la pubertad el sacramento de la Confirmación, con la carga que la palabra lleva: se confirman, se reafirma el bautizado en los principios recibidos a través del Bautismo y de la vida religiosa comenzada a través de la Comunión. La novedad, en la medida de los recursos familiares, también permitió que se extendiera la costumbre de que niños y niñas vistieran de blanco, adoptando unos modelos de traje de ceremonia -falda larga, velo, lorzas y adornos para ellas; una especia de uniforme de almirante o marinero para ellos- que más o menos siguen vigentes.

En 2010, el cardenal valenciano Antonio Cañizares, prefecto para la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, publicó un artículo en 'L'Osservatore Romano', donde recordó el decreto de Pío X y reflexionó sobre la necesidad de que las primeras comuniones no se retrasen excesivamente como parecía ser tendencia entre sectores del catolicismo que preferían comulgantes mejor informados. Así mismo, recordó que las familias deberían acercarse al sacramento con menos fiesta social y con una adecuada formación en la catequesis.

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