Historia del impuesto más odiado e impopular
El IVA antes del IVA. Los alimentos han sido la fuente de impuestos más sencilla: en enero de 1912, el gobierno de Canalejas puso fin a los consumeros
F. P. PUCHE
Domingo, 8 de enero 2023, 00:02
Con el nuevo año han entrado en vigor las medidas del Gobierno contra la carestía de los precios de los alimentos. Que consisten en la supresión temporal del IVA sobre una serie de alimentos básicos. Esa decisión, de gran alcance popular, recuerda un antiguo impuesto, por demás odiado e impopular, llamado de consumos. Que siempre despertó protestas y tensiones en tanto que gravaba la entrada de comida en las ciudades. Consumeros y fielatos fueron objeto de la indignación de la gente. Que se vio aliviada cuando se le puso fin, el 1 de enero de 1912 y, de nuevo, medio siglo después, de manera «definitiva», el 1 de enero de 1963.
Siempre ha habido impuestos y gabelas. Y lo más fácil y directo ha sido gravar lo que se come y hacerlo en la entrada de los comestibles en las ciudades. Los romanos lo hacían muy bien y los moros y cristianos no disputaban por ello. En Valencia tenemos puentes históricos y pretiles contra las riadas porque «Murs i Valls» se encargó de cobrar recargos sobre las tasas establecidas para la entrada en la ciudad de chuletas, lomos, trigos y aceites; porque para eso la ciudad tenía murallas y puertas donde instalaban sus garitas los cobradores del arrendatario municipal.
Con todo, si hay que buscar un impuesto impopular reciente hay que ir al siglo XIX, cuando se estableció, para nutrir las arcas municipales, el de consumos. Que gravaba los alimentos básicos como hacía hasta ahora el IVA. Aunque era cobrado, en Valencia, en 18 puntos de acceso a la ciudad. La Porta de la Mar y la Estación del Norte, Tránsitos y la carretera de Madrid, Mislata y la avenida del puerto, Serranos y tantos lugares más, tuvieron garitas de consumeros. Que registraban los carros y los triciclos, las alforjas de las caballerías y las faltriqueras de las señoras; sin miramiento alguno, con saña según se decía. Y armados en su momento con un chuzo.
Blasco Ibáñez y su compadre Rodrigo Soriano también trataron el tema en un mitin en el Frontón Central de Madrid
En 1897 ya se puede encontrar, en la revista «Nuevo Mundo», al odiado tipo de la gorra y el pincho que amenaza a dos damas con grandes faltriqueras al bajar de un tranvía. La gente no odiaba tanto al Ayuntamiento como al recaudador que llevaba la contrata. Y ni que decir que los escritores de sainetes y zarzuelas encontraban material de sobra tanto en el afán de unos por escarbar y encontrar al alijo de garbanzos como por las mañas de los matuteros por no pagar.
Como es natural, si el ayuntamiento era conservador, los diarios republicanos ardían en críticas contra los recaudadores y sus modales. Y viceversa. De modo y manera que en cuanto los sindicatos de clase se organizaron, brotaron los mítines contra los consumos que ponían difícil el condumio de los proletarios. En fecha tan temprana como 1901, Pablo Iglesias, el genuino socialista del PSOE, ya clamó en Madrid, en un mitin terremoto que tuvo réplicas en todas las grandes ciudades. En la capital hubo tres concentraciones más contra un cobro que «es la causa del encarecimiento de los artículos de primera necesidad y de que la vida en Madrid sea imposible, especialmente para las clases poco acomodadas», podemos leer en «Nuevo Mundo».
Pero ese mismo día, Laureano Figuerola, el veterano ministro que años atrás había creado la peseta, habló en el teatro Apolo «ante los elementos mercantiles e industriales» de Madrid, es decir la patronal, para demostrar, con cifras y datos, que el impuesto que se cobraba en los fielatos era nocivo e impopular. «Ojalá la generación actual, más afortunada que las leyes, logre ver suprimido ara siempre el impuesto de los motines», dijo a voz en cuello. Con todo, a esa misma hora, el mismo domingo primaveral de 1901, el Frontón Central madrileño tuvo la suerte de escuchar a nuestro Vicente Blasco Ibáñez, y a su compadre Rodrigo Soriano, que hablaron del mismo tema.
No faltó quien tradujera esos conceptos en la quema de garitas y una somanta de palos a los pobres cobradores. Los motines anticonsumos proliferaron en muchos pueblos de España en la primera década del siglo XX y no faltaron agresiones; e incluso episodios violentos como el que en enero de 1911 le costó la vida, en el paseo de la Pechina de Valencia, a un agente de cobranza.
Con todo, la falla de la calle del Mar de 1906 ha pasado a la historia de los manejos ante las garitas y los fielatos. En ella se veía a un tipo que se tiraba al cauce del río con abultados sacos de matute mientras el recaudador sospechaba de una dama de grandes faldones e intentaba hurgar con el pincho entre sus enaguas. Los valencianos acudieron en tropel a reírse con las escenas. De modo que, sin tener especial valor artístico, el jurado de ese año no lo dudó y le dio al catafalco el primer premio. También hubo, sin embargo, protestas populares: en mayo de 1906, unas veinte mil personas salieron a la calle, en nuestra ciudad, para expresar la queja contra los consumeros: docenas de niños y adolescentes abren la marcha, en lo que fue una mañana de fiesta.
Medidas de Canalejas
El gobierno de Canalejas tuvo el honor de terminar con el impuesto de consumos el 1 de enero de 1912, un día histórico. Con todo, LAS PROVINCIAS, a lo largo de 1910, ya informó detenidamente de la serie de impuestos con que los ayuntamientos verían reforzadas sus arcas con la finalidad de no quedar irremediablemente faltos de recursos. Desde el incremento del valor de los terrenos a los derechos de edificación, desde la tenencia de solares a otros diversos servicios municipales fueron objeto de fiscalidad nueva o reforzada. Con lo cual, las quejas y lamentos se trasladaron a otros sectores, los del empresariado y la burguesía, con otras secuelas, como el encarecimiento de las viviendas. Los primeros en celebrar una reunión gremial de protesta fueron los cines y teatros, que se quejaron de la nueva tasa de espectáculos.
Sin embargo, hubo celebración por la desaparición de las antipáticas casetas de cobranza. Al fin se acababa una práctica molesta. De ahí que el teatro Princesa se llenara para ver un sainete escrito en valenciano por los señores Asensio y Barona, que llevaba por título «!Fora consumos!». El estreno, en la misma noche de fin de año de 1911, fue un éxito. «Esta obrita -escribió LAS PROVINCIAS- dentro de su sencillez, resulta amena, y la idea no puede ser más simpática».