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Historias de Valencia

Ruta por el interior de la cárcel de Valencia: el triunfo de la democracia

Una visita por el recinto de la antigua prisión, reconvertida en sede administrativa, que culmina en una celda que se ha conservado de su antiguo uso, cuando llegó a albergar a 15.000 internos

Jorge Alacid

Valencia

Viernes, 18 de abril 2025, 00:07

El escalofriante sonido que nace en la celda conservada en la cárcel de Valencia proviene en realidad de un lugar remoto de la memoria valenciana: es una pieza que ayuda a recordar lo que fuimos, todo aquello que sobrevivió a la reinvención de la antigua prisión Modelo como sede administrativa. Es un sonido que inquietará con seguridad a quienes habitaron esta celda o alguna semejante y conmoverá desde luego a sus seres queridos, que venían por aquí de visita. Una visita como la que proponemos en este reportaje, que relata un capítulo más bien sombrío de nuestras historias de Valencia, aunque contiene un final feliz. De lugar para el cautiverio de unos pocos (simbolizado en el sonido de los cerrojos) a ponerse al servicio de todos.

La visita cuenta como guía con Merche, una de las funcionarias que trabajan en el complejo administrativo que ocupa el espacio de la antigua cárcel, formado por las torres elevadísimas que se alzan a la altura del puente Nou d'Octubre, cuya silueta tan aparatosa camufla los edificios que sobreviven a su alrededor, los de la antigua cárcel. Mientras Merche relata los entresijos de este conjunto de inmuebles, más o menos como hace cuando la visitan otros ciudadanos a quienes sirve de cicerone, impresiona ese detalle primordial que aparecerá durante toda la caminata: que la cárcel sigue siendo cárcel. Es decir, que su fisonomía continúa remitiendo al tiempo en que se erigió con esa estampa que algo nos intimida pero que al funcionariado que habita hoy sus muros le da un poco lo mismo: para ellos, la cárcel dejó de serlo. Es solo su puesto de trabajo.

Merche nos guía con sus explicaciones desde el acceso junto al río, salvando el primer grupo de edificios que cita, hasta la cárcel propiamente dicha. Mientras habla, nos cruzamos con sus compañeros de trabajo que traspasan el control de seguridad, se pierden por los inmensos corredores o toman el ascensor para subir a los pisos superiores. Hoy son miles los funcionarios repartidos por las distintas dependencias, pero es que la cárcel alojó en su punto de mayor hacinamiento también a miles de personas: tenía capacidad para 528 presos pero que hubo un momento en que llegó a tener a más de 15.000. Eran los años posteriores a la Guerra Civil, cuando convivían presos comunes y políticos, como luego sería también norma. Todos ellos, vigilados por los funcionarios de entonces desde el punto al que acabamos de llegar, la clave de arco de todo el entramado: el patio central. El panóptico.

Esta especie de plaza mayor de la cárcel distribuye a su alrededor las cuatro galerías que, como otros tantos brazos, acogía en su interior a los internos en sus distintas plantas y hoy alberga a los trabajadores de la Administración autonómica. Es un espacio que impresiona a quienes lo contemplamos por primera vez porque es cuando la imagen que uno tiene de una cárcel, la idea forjada a través del cine y la literatura, se materializa en toda su crudeza. Las antiguas celdas se han transformado en despachos pero sus actuales ocupantes gozan de la libertad de movimiento negada a sus anteriores inquilinos. Merche nos señala hacia la cúpula que preside nuestra charla, decorada con motivos falleros y resguardada por unas enormes vigas metálicas que también provienen de la antigua función del edificio cuya historia nos sigue relatando. Una historia increíble, como si la cárcel fuera una ciudad: disponía de alcaide en vez de alcalde, contaba con su capilla y su capellán, también había por aquí un economato…

Avanza el paseo y la luz del mediodía se filtra por los patios que rematan el acceso a las galerías mientras unos estudiantes y sus profesores a quienes Merche ha guiado durante una visita se despiden de ella, impresionados aún por la aparatosa magnitud de la cárcel, esa amenazante arquitectura que se ponía al servicio de quienes ocupaban sus celdas y también de sus familiares. Merche recuerda aquel pasado, los días de las celdas de castigo, el frío inhóspito que presidía todo el entramado de inmuebles, los paseos de los presos a la intemperie, la televisión única como único pasatiempo. Y recuerda también los episodios más infames cuando responde a la pregunta clave, que surge de manera natural.

Sus palabras apuntan ya en dirección al momento crucial de la visita, esa convivencia entre el pasado y el presente que se refleja en el elemento que ha detonado este reportaje. Hemos hablado de hacinamiento, de pena de muerte y de garrote vil y todo ese terrorífico universo se cristaliza ahora ante nuestros ojos, al final de una de las galerías, donde la reforma de la cárcel tuvo el buen juicio de conservar una de las viejas celdas. El instante de la visita que más ha impresionado a los chicos a quienes acabamos de saludar. La celda es un angosto espacio, asfixiante, al que se accede después de abrir esos aparatosos cerrojos que la custodian, cuyos ocupantes solo disponían de una minúscula letrina y dormían en el suelo. Una imagen que nos acompaña mientras salimos otra vez al exterior, dejamos atrás los escasos ocho metros cuadrados de la celda y compartimos la emoción de quienes, como nos detalla Merche, salen de este espacio genuinamente conmovidos. Dice que hay quien siente un escalofrío y quien derrama incluso algunas lágrima y se puede entender perfectamente su reacción, aunque también hemos advertido antes que, como moraleja, la visita tiene final feliz. El antiguo uso del edificio es sólo memoria, memoria que se fermenta en cada visita guiada por Merche, pero pasado al final y al cabo. Y hoy, quien cruce ante los muros de la vieja cárcel modelo observará que se ha convertido en una pieza de museo, de obligado recuerdo desde luego, aunque sólo fuera porque en ella habita un preciado trofeo al que no damos a menudo todo el valor que tiene. La cárcel encarna hoy, puesta al servicio de la ciudadanía de Valencia, el triunfo de la democracia.

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