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Damián Torres.

Una vida animando en Benidorm

Oficios de verano ·

Se enamoró del hotel al que lo llevó su hermano siendo un chaval y ya no ha salido de ellos. Su alma es hoy Benidorm. «Hasta los días que tengo la cabeza loca, bailo, sonrío y 'p'alante'»

Arturo Checa

Valencia

Miércoles, 28 de julio 2021, 00:44

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'¡¡Piuuuuuuuu!!'. El altavoz portátil Sytech de 250 vatios aúlla cuando se acopla al ser enchufado en el escenario de la piscina-lago. Con capacidad para casi 800 almas. William Cruz, animador jefe del hotel Magic Robin Hood, carraspea antes de coger el micrófono. Al fondo, las montañas que rodean Benidorm y el perfil de algunos de sus colosales rascacielos. Sol de más de 30 grados. «¡Holaaaaa! ¡¡Helloooooo!! ¡En cinco minutos! ¡Five minutes, cinque minuti, cinq minutes, fünf minuten...! ¡No se pierdan el aeróbico en la piscina!».

'Bzzzzzzz'. El Sytech de 250 vatios zumba esta vez, antes de empezar a atronar una música bailonga que ejerce como el flautista de Hamelín sobre hamacas, la barra del bar piscinero y hasta en lo alto de los seis toboganes. Unas 40 personas, la mayoría mujeres, se plantan en formación en el agua. Junto a Will se coloca Ricky. 24 años, también de la República Dominicana. «Es mi hijo», ríe William, mientras guiña socarrón un ojo. El 'hijo' le da un USB con la música al 'padre'. El 'Inna Feat' de Juan Magan inunda de ritmo el recinto. Los 40 gimnastas acuáticos son ya 60. Llega el 'Far l'Amore', una versión de Bob Sinclair del clasicazo de Rafaella Carra.El agua vibra, ya con 80 personas. Palmas. Gritos. Risas. Y arranca otro día en el corazón de la animación de William Cruz.

«¿Cuánto llevo en esto? Toda la vida». Y Will, un dominicano de 37 años, recuerda aquel día que su hermano, jefe de animación de un hotel italiano en Santo Domingo, le llevó con 18 añitos a contemplar el espectáculo nocturno. «Me enamoré, vi que era lo mío. Soy una persona muy activa. Soy feliz haciendo feliz a los demás». Aunque esto es un poco como la vida de un cómico. La sonrisa va delante aunque la procesión vaya por dentro. «Hasta los días que tengo la cabeza loca, bailo, sonrío y 'p'alante'».

Su reloj suena a las siete de la mañana. «Un cafetito», una ducha y empezar «con música: rap, salsa y merengue» es la ceremonia con la que activa sus jornadas. «En cuanto llego al hotel soy otra persona». Esto de animar todo un verano tiene algo de circo. Por lo artístico, que igual te lleva a mover a una multitud en una piscina, que dominar disciplinas imposibles como 'futpong' (una mesa que combina fútbol y ping-pong) o futbolín humano (un campo de futbito en el que patear un balón amarrado a cuerdas), que a dirigir un espectáculo musical por la noche haciendo «de todo». Will recuerda aquella noche que un cliente en Santo Domingo le puso un reto. «¿Bailarías como Michael Jackson? Te pareces a él». Él respondió con incredulidad. Cuando imitó al mito del Moonwalker, el turista le obsequió con un billete de 100 euros.

Pero animar, como en el circo, también implica una sonrisa agridulce lejos de los tuyos. Entre rap, salsa y merengue, los primeros pensamientos de Will son para Nuria, su mujer, y Daniela, su niña de 6 años. Las tiene en Madrid, su pareja trabajando en Correos, aunque en verano residen en Oliva, otro enclave playero a unos 40 minutos de Benidorm. Su mente también vuela al otro lado del charco. Piensa en Wilkeimy, su otro niño de 8 años, y en Winanyely, su mujercita de 18. Yen sus padres, y en sus cinco hermanos. «Es duro estar lejos de ellos, pero hablamos y nos vemos a diario, es lo bueno de la tecnología hoy...». Su 'verano', en noviembre y diciembre, lo pasa casi todo en su país.

Los aplausos estallan en la piscina del Magic Robin Hood cuando Will y Ricky acaban su baile acuático. Cervezas, cócteles y platos de papas cambian de mano en mano alrededor de los animadores mientras caminan hacia su siguiente bolo. Will no va demasiado lejos. Por los altavoces suena 'Idilio', de Willie Colon. Asu paso sale Ana Caballero, una turista de Tarragona. «Estoy aquí una semana con mi hermana. Vine el año pasado y me encantó». Y se lanza a bailar agarrada a Will.

«Y se me agota ya la paciencia por ti, esperando / Que a besos yo te levante al rayar el día / Y que el idilio perdure siempre al llegar la noche».

 La contoneante letra de 'Idilio' se apaga con otra ondanada de aplausos ante el improvisado baile. La piscina protagonizará una hora más de actividades, con la 'alfombra mágica' como centro de atención, una tira de gomaespuma que atraviesa toda la lámina de agua y por la que los bañistas intentan cruzar mientras Will y Ricky la agitan con ahínco. «¡Ey negro!», bromea la camarera Sara García cuando el animador se acerca a por una botella de agua. Toca coger un 'buggy' para revisar parte de las instalaciones de los 100.000 metros cuadrados que ocupa el hotel. El mozo de zonas, Sergio, repasa el lugar con una escoba. El hotel casi parece el de cualquier verano antes de la pandemia. Lejos quedó la pesadilla de los meses cerrados y el ERTE. Se alojan estos días unas 1.600 personas de algo más de 2.000 plazas. Casi todo españoles. Aún se nota el rastro del veto británico. «Y esto es un hotel ingles casi en un 90%», apunta Will.

El vehículo recorre el área de cabañas con jacuzzi y llega a la zona deportiva. Martha y Ángela sonríen tras el mostrador de la zona en la que se entregan patinetes para el circuito de skate, palos para el minigolf, patines, balones… «¿Te has bronceado, eh?», pregunta irónica la primera al dominicano. Más risas.

El reloj avanza hacia las tres de la tarde. De 10.00 a 15.00 horas y de 20.00 a 24.00 horas es el horario del animador. Llega el momento de reponer fuerzas. «Tengo que tomar arroz todos los días. Si no, es como si no hubiera comido. Herencia de mi país», ríe Will. Hidratos a manta que, sin duda, quema. Arroz a banda y un muslo de pollo es su menú hoy. Con agua. Los chupitos solos de Ron Brugal, para algún instante de ocio.

Por la tarde Will sigue las costumbres españolas. «Un poco de siesta no falla, hay que adaptarse al lugar», ríe. Recargar pilas para la tarde, cuando le esperan la 'minidisco' con los clientes más jóvenes y luego el espectáculo musical. Cuatro noches a la semana llega la cena medieval, en un recinto cubierto que simula la arena de las justas del Medievo y en el que cenar muslos de pollo con las manos viendo a los caballeros batirse. Eso es cosa de especialistas. Will lo cuenta mientras controla el planning de la semana. «Esto es mi vida. Si ellos se animan, yo soy feliz».

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