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Jesús García García, director territorial de Cajamar en Valencia


En este mundo cada vez más interconectado, la geopolítica se ha transformado en un elemento fundamental capaz de influir no solo en los mercados, sino en la vida cotidiana de miles de personas y empresas. Comprender estos fenómenos, más allá de cifras y estrategias, es esencial para quienes desean construir una sociedad más justa, resiliente y preparada para afrontar los desafíos venideros. Cada tensión internacional, cada cambio en la política energética o avance tecnológico tiene un eco directo en la estabilidad de los empleos, el acceso a recursos y, sobre todo, en la seguridad y bienestar de nuestras comunidades.
Englobar la influencia de la geopolítica en nuestro tejido empresarial, se presenta no solo como una ventaja competitiva, sino también como una herramienta imprescindible para la gestión responsable y la anticipación a escenarios complejos. Desde la gestión de riesgos hasta la detección de oportunidades, incorporar estos factores puede suponer la diferencia entre prosperar o naufragar. Por eso, en la coyuntura actual, la proactividad y la anticipación se convierten en nuestra mejor aliada. Cuanto mayor sea nuestro aprendizaje y capacidad de adaptación, más preparados estaremos para afrontar los desafíos presentes y futuros. Precisamente ahora, las economías de escala, la diversificación de mercados, la innovación y la búsqueda constante de eficiencia adquieren una relevancia insoslayable.
Con ese espíritu, Grupo Cooperativo Cajamar, ha celebrado su primer foro de Geopolítica, transformando el Palau Les Arts Reina Sofía de València en un punto de encuentro para el diálogo entre la empresa y el pensamiento geopolítico. Este evento ha reunido a voces expertas y líderes empresariales que, a través de sus reflexiones y experiencias, han permitido anticipar escenarios y fortalecer estrategias conjuntas. Este tipo de iniciativas no solo enriquecen la mirada estratégica, sino que impulsan el sentido de unidad y corresponsabilidad. Avanzar requiere, ante todo, comprender la realidad en toda su complejidad, reconocer nuestras limitaciones y sumar esfuerzos para transformar desafíos en oportunidades.
Sin embargo, la geopolítica también nos recuerda que los riesgos no siempre llegan de fuera; a veces, es la propia naturaleza quien nos interpela. Hace un año que nuestra tierra tembló bajo el peso del agua, las danas que azotaron con una violencia inusitada las provincias de Málaga, Albacete, Cuenca y especialmente Valencia, segaron la vida de 237 personas, dejando tras de sí un rastro de desolación. Calles convertidas en ríos, hogares anegados, cultivos arrasados y sueños y proyectos interrumpidos. Fue una tragedia en vidas humanas y pérdidas materiales que nos golpeó fuertemente, recordándonos lo frágil que puede ser la rutina y lo vulnerables que somos ante fenómenos que escapan a nuestro control.
Pero si algo emergió con más fuerza que la lluvia y el agua, fue la solidaridad. Frente a la devastación, se alzó lo mejor de nosotros. Vecinos que ayudaron a vecinos; personas anónimas que dejaron todo para ofrecer su tiempo, sus manos, su ayuda; voluntarios llegados de todos los rincones del país, entre los que estuvieron muchos de nuestros empleados y empleadas, sin pedir nada a cambio, más que poder ayudar. Ese impulso colectivo, esa voluntad de no dejar a nadie atrás, fue, y sigue siendo, uno de los gestos más poderosos que hemos vivido tanto en Grupo Cooperativo Cajamar como en la sociedad.
En medio de esa respuesta ejemplar, nuestro Grupo, como entidad financiera con alma cooperativa, estuvo y sigue estando al lado de las personas, de los empresarios, de los agricultores, de los pequeños comercios y de las familias afectadas. No como un simple proveedor de servicios, sino como lo que siempre hemos sido: una institución comprometida con su tierra, con su gente y con el desarrollo sostenible del territorio.
Nuestros profesionales, con la incertidumbre del momento, los pocos recursos disponibles y en muchos casos sin comunicaciones, ni energía eléctrica antepusieron su vocación de servicio y su compromiso, priorizando la atención a las necesidades de la gente. No solo respondieron a la urgencia con eficacia, sino que también lo hicieron con una profunda humanidad, conscientes del impacto real que cada acción tenía en la vida de los afectados. La solidaridad se convirtió en el motor de cada decisión, superando incluso las barreras impuestas por la falta de recursos o la adversidad. Se pusieron a disposición de las localidades más perjudicadas oficinas móviles, se activaron líneas de financiación especiales, se ofreció asesoramiento, se pospusieron pagos, se visitaron explotaciones dañadas, se escuchó y se actuó ante la destrucción y la desesperación. Porque en momentos como aquellos, lo importante no eran los números, sino las personas.
Hoy, al rememorar aquella tragedia, rendimos homenaje a quienes sufrieron y a quienes ayudaron. Recordar es también aprender y reafirmar la convicción de que solo la cooperación, la empatía y la responsabilidad compartida nos permitirán avanzar y reconstruir, no solo infraestructuras, sino confianza y sentido de pertenencia. Apostar por modelos que ponen a las personas en el centro, que piensan en el largo plazo y en el equilibrio social y ambiental, es más que una estrategia: es una obligación ética.
El siglo XXI nos desafía a integrar en nuestros modelos de negocio la visión geopolítica con una apuesta firme por la innovación y la sostenibilidad en todas sus vertientes. La experiencia y la reflexión nos enseñan que la verdadera fortaleza reside en la capacidad colectiva para convertir la adversidad en oportunidades, fomentando la empatía y el compromiso ético en cada acción. Apostar por modelos inclusivos, capaces de responder con humanidad y compromiso, se perfila como la ruta más sensata, y quizás la única verdaderamente viable, para resistir los embates de la incertidumbre y transformarla en innovación y esperanza, donde el capital humano y la confianza mutua se erigen como activos esenciales.
El futuro se construye sumando voluntades y aprendiendo de las experiencias vividas. Sigamos todos, administraciones públicas, sector privado y sociedad civil, apostando por la colaboración activa y el acompañamiento mutuo, con la convicción de que cada paso, por pequeño que sea, deja huella en el camino. Porque solo desde el respeto y el apoyo, lograremos superar los retos que nos plantea este mundo globalizado y avanzar hacia una sociedad más fuerte, inclusiva y cohesionada.