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Rafael García, director territorial zona Levante de Cesce


Hace un año, la riada del 24 dejó en la provincia de Valencia y en el conjunto de la Comunidad Valenciana un dolor que aún se recuerda. Aquel 29 de octubre, el agua entró sin pedir permiso en casas, calles, talleres y negocios. Primero hubo que sostener a las personas, rescatar, limpiar, recomponer lo básico; donde lo más valioso fue la respuesta silenciosa de la gente anónima: vecinos que compartieron enchufes y mantas, comerciantes que subieron sus persianas para repartir alimentos, equipos de emergencia y voluntarios que multiplicaron la ayuda. La ciudad y la provincia han vuelto a latir porque antes se recuperó el ánimo, el tejido invisible que sostiene cualquier economía.
Ese espíritu, sin embargo, convive con las heridas que aún persisten. El comercio de barrio y la pequeña empresa fueron de los más golpeados. Estudios de la Cámara de Valencia estiman que la reparación y reactivación del comercio minorista en las zonas afectadas exigirá un esfuerzo extraordinario, y que miles de locales sufrieron daños severos, con pérdidas por inactividad significativas. La llamada “zona cero” muestra una recuperación desigual: hay calles que ya han vuelto a su rutina y otras que siguen recomponiendo sus inventarios, maquinaria y clientela. Pero incluso ahí se han visto señales de fortaleza: el comercio valenciano ha ido recobrando pulso a lo largo de 2025, con tasas de crecimiento interanual positivas en ventas. El empeño por no bajar la persiana ha sido la norma, no la excepción, Solo un 5,8 de las empresas de la zona cero han cesado actividad según este informe elaborado por Cámara de Comercio de Valencia del 22 de octubre de este año.
A partir de aquí, la pregunta es sencilla y decisiva: ¿cómo pasamos de resistir a crecer sin volver a poner en riesgo lo que tanto ha costado recuperar? El seguro de crédito es una herramienta fundamental para asegurar la principal fuente de ingresos de las empresas que son sus ventas. En Cesce estamos al lado de esas pymes para darles la certidumbre, mitigar riesgos. Y la certidumbre, cuando hablamos de vender, empieza por gestionar bien el crédito comercial.
En la práctica, para una pyme “vender” suele implicar “vender a crédito”, lo que permite cerrar operaciones, ganar clientes y fidelizar. Pero todos sabemos que una cadena de retrasos o un impago serio puede asfixiar la caja y frenarlo todo: nóminas, compras, inversiones. Ahí es donde nuestras soluciones por cuenta propia quieren ser una red de apoyo más que un escaparate de productos. Nosotros evaluamos la solvencia de clientes y fijamos límites de crédito con criterio y experiencia, aseguramos el riesgo de impago y, sobre todo, ayudamos a transformar ventas aseguradas en liquidez mediante la cesión de derechos de cobro a la banca y a financiación alternativa. No es magia, es ordenar el riesgo para que la empresa pueda concentrarse en producir, vender y atender mejor. Cuando las cosas se tuercen —como vimos con la RIADA — disponer de coberturas y de vías de financiación respaldadas marca la diferencia entre un rasguño y un siniestro.
La segunda palanca llega cuando la empresa está lista para dar un paso más: abrir mercados en el exterior. La Comunidad Valenciana tiene ese ADN exportador que tantas alegrías le ha dado: en 2024, pese a la desaceleración de algunos sectores, las ventas al exterior rozaron los 37.000 millones de euros y la región se mantuvo como la cuarta exportadora de España. Muchas pymes valencianas del agroalimentario, la química o los bienes de equipo tienen producto, talento y vocación exterior. Lo que necesitan es un colchón que haga esos proyectos accesibles y seguros. Cesce, a través de la cuenta privada, gestiona coberturas que protegen frente a riesgos comerciales y, a través de la cuenta del Estado, facilita financiación de contratos y sostiene la ejecución de proyectos en mercados complejos. Dicho de otra forma: que una oferta a un cliente en otro país se pueda asegurar, que el banco lo acompañe y que un contratiempo no tumbe los planes.
Nada de esto funciona sin cercanía y colaboración. Por eso, en Valencia trabajamos codo con codo con las instituciones económicas de la región, acercando herramientas y acompañamiento a pie de territorio. La cercanía no es una palabra vacía; es sentarnos con cada empresa, entender a quién vende y cómo cobra, y construir con ella una política de crédito prudente y un plan exterior realista, paso a paso. Además, los datos recientes invitan a un optimismo sereno: el comercio minorista valenciano encadena meses de crecimiento y el empleo en el entorno comercial y de servicios muestra señales de mejora. Convertir ese impulso en inversiones, más plantilla y nuevos mercados depende, en gran parte, de que la caja respire y las ventas estén protegidas. Y para eso estamos aquí.
Un año después de la Riada, Valencia ha demostrado que la resiliencia no es un eslogan. La encarnaron quienes empuñaron escobas, quienes reabrieron su tienda con el suelo aún húmedo, quienes encontraron la forma de seguir atendiendo a sus clientes. Acompañar esa energía significa ofrecer estabilidad para que nadie tenga que elegir entre crecer o dormir tranquilo. La gestión profesional del riesgo comercial no resta ambición: la ordena. Y el salto exterior no es una huida hacia adelante, sino un camino natural cuando una empresa está en buenas condiciones.
Como director territorial de Cesce en Levante, me quedo con una imagen de estos meses: la de mi amiga Diana y su empresa de Paiporta que mientras con la ayuda de sus trabajadores limpiaban y tiraban barro, solo repetían en medio de tanta destrucción “tranquilos que esto lo sacamos adelante” De eso trata nuestra labor: de convertir lo imprevisible en manejable, de asegurar hoy para que mañana haya más empleo, más inversión y más futuro. Si algo nos enseñó la Riada es que el riesgo existe y es real. También nos enseñó que este pueblo sabe levantarse. Nosotros queremos seguir a su lado para que cada persiana que suba pueda quedarse abierta mucho tiempo.