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Marcelino García, delante del campo de Les Caleyes, donde debutó como entrenador. damián arienza
Marcelino: «Mi padre era una gran persona y me acordé mucho de él con la Copa del Rey»

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«Si Parejo se lo plantea será entrenador», dice el entrenador del Valencia

JAVIER BARRIO

Villaviciosa

Martes, 18 de junio 2019, 01:05

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El reloj no alcanza todavía el mediodía de un lunes plomizo en la 'Villa'. Hay actividad en Les Caleyes, con el césped todavía caliente tras el triunfo del Lealtad. «Aquel era mi banquillo», apunta con una sonrisa Marcelino (Villaviciosa, 1965). Ahí arrancó su historia como entrenador, coronada hace casi un mes con la Copa que levantó con el Valencia. Ahí regresa mientras Pedro Menéndez, presidente del Lealtad y futbolista suyo en el pasado, se afana meticuloso en adecentar el césped, que luce inmaculado. «Ya entonces lo teníamos muy bien», bendice Marcelino García Toral.

-Aquí empezó su carrera.

-No sé ni los años que hace, pero sí. Aquí empezó todo. Primero entrenando a los juveniles del Lealtad, en Amandi. Y después aquí, en Tercera. En mis dos últimos años de profesional en el Elche aproveché para sacar los dos primeros niveles. Siempre estuve interesado por la táctica y la forma de analizar el juego. Cuando decidí dejarlo como futbolista tenía mucho tiempo libre. Empecé a leer. Buscaba ejercicios y los ponía en práctica. Y así empecé, formándome a través de la información.

-¿Y quién le inspiraba entonces?

-Los libros que tenía los cogía de la escuela de entrenadores. Y tenía dos referentes en aquel momento: Arrigo Sacchi y Benítez. Me fijaba mucho en lo que exponían sus equipos.

-Aquí entrenó a Rubén Uría, su segundo en el Valencia.

-Y a Pedro (el presidente del Lealtad). A Uri, Vigón... Tenía buenos jugadores en Tercera. Uría era muy buen futbolista. En esta categoría marcaba diferencias y luego estuvo jugando en Segunda B. Prometía mucho, pero quizá no tuvo la suerte de encontrarse con circunstancias favorables.

-¿Fue muy duro convencer a esos jugadores para subir a Segunda B?

-Antes era todo más explosivo (sonríe). Teníamos un alto nivel de exigencia, pero, al mismo tiempo, los jugadores estaban a gusto. Muchos trabajaban. Otros eran jóvenes, procedían del juvenil. También contábamos con tres cedidos del Sporting: Borja, Israel y Pablo, que nos vinieron muy bien. Toda esa mezcla fue muy buena. Creo que le sacamos quince puntos al segundo.

-¿4-4-2?

-Sí, bueno. Aquí jugábamos 4-4-1-1. Uría era el que enlazaba, pero sí. Más o menos la idea era la misma. Uría y Vigón hacían buena pareja.

-¿Cómo era su padre?

-(Silencio). Me emociono al recordarlo (se le humedecen los ojos y se seca las lágrimas). Mi padre era un trabajador. Muy trabajador. Era maderista. Talaba eucaliptos y, luego, tenía camiones. Esa madera iba a San Sebastián, a una papelera. Ese fue su trabajo hasta que se jubiló. Era muy honrado. Tenía muchos amigos. Era un gran padre y una gran persona.

-¿Hablaba mucho de fútbol?

-Lo justo. Tampoco demasiado. Lógicamente, como hijo único que era yo, él tenía mucha ilusión cuando empecé a jugar. Después de trabajar iba a buscarme a Mareo y al día siguiente se levantaba ya a las siete de la mañana. Se sacrificó mucho por mí. Vivíamos en Careñes y dependía mucho de él. Hasta que saqué el carné. Me acordé mucho de él en la Copa.

-¿Cómo fue su infancia?

-La de un niño normal. Había niños de diferentes edades en el pueblo y todos íbamos a la misma escuela. A los nueve años me vine a Villaviciosa, interno en el Colegio San Francisco, donde estuve hasta los trece. Fue una experiencia dura, sobre todo en el inicio. Con nueve añitos, hijo único, imagínese. Allí estaba de lunes a sábado. Mis padres querían darme una buena educación. Cuando acabé ya la EGB fue cuando fiché por el Sporting y me fui a estudiar a Gijón, al Codema. Bajaba por la mañana de Careñes, me quedaba a comer en Gijón, por la tarde entrenaba y, ya después, mi padre o el de otro compañero se alternaban para ir a buscarnos. No había la autovía. Lo que ahora son quince minutos entonces eran cuarenta.

-Careñes se conoce por usted.

-Es un pueblecito muy pequeño, típico de Asturias. Soy de ahí y no me gusta renunciar a los orígenes, sino potenciarlos. Los amigos de la infancia aún los conservo, pero no convivo con ellos. Es difícil también porque llevo desde 2005, salvo por dos interrupciones, fuera de Asturias.

-¿Era buen estudiante?

-Sí, estudiaba bastante bien hasta que se mezcló el fútbol. Luego ya era más difícil porque entrenaba cuatro días. En COU tuve el campeonato de Europa con la selección y, al año siguiente, el del Mundo. Me quedaron muchísimas asignaturas porque era difícil de compaginar, pero hasta Tercero lo llevaba bastante bien.

-Hizo un año de Empresariales, ¿no?

-Empecé, pero entonces ya jugaba a nivel profesional con el Sporting y le prestaba muy poca atención.

-¿Cómo le descubrió el Sporting?

-Pues jugando con unos amigos que tenían un campo pequeño en Careñes. Recuerdo que era el cumpleaños de un sobrino de José Manuel (exfutbolista del Sporting) y él estaba allí. Me dijeron que jugaba muy bien y que por qué no iba a probar con el Sporting. Fui y me quedé. Me acuerdo de que por enero hubo problemas en el infantil, siendo yo alevín, y Pocholo me llamó. Le estoy muy agradecido. Casi no iba a entrenar, pero sí a jugar. Y tenía mis minutos siendo más pequeño (sonríe).

-¿De cuánto fue su primer sueldo?

-No sé si de cuarenta mil pesetas con el Sporting B. A los que éramos de fuera nos pagaban un poco más que al resto. Lo ahorré, imagino. Luego, con 18 años, mi padre me compró mi primer coche. Cuando estaba en la primera plantilla ya lo compré yo.

-¿Qué tipo de jugador era?

-Uno en el que prevalecía lo técnico a lo físico. Me adaptaba a cualquier posición del centro del campo. Me gustaba más jugar por el centro que por las bandas, pero casi siempre era al revés. Recuerdo que estando en el Sporting surgió la moda de jugar con carrileros... Eso no me venía bien (risas). Jugué bastante en el Sporting y luego ya empecé a tener problemas de pubis.

-¿Habría encajado en su equipo?

-(Pensativo). Creo que sí. Era bastante disciplinado a nivel táctico y tenía una lectura correcta del juego. Quizá mi principal inconveniente era que no era un jugador poderoso y, además, tuve bastantes problemas con las lesiones. Pero en cuanto al perfil de futbolista creo que encajaría. Siempre me gustó esa mezcla de jugar con ritmo y con el balón por el suelo.

-El fútbol es su vida. ¿Hace cuánto que no va al cine?

-Hace bastantes años. No recuerdo ni el nombre de la película, pero creo que la última vez que fuimos íbamos los tres, incluido Sergio (su hijo), en Madrid. Habrán pasado ya cuatro años. Durante la temporada tengo muy poco tiempo para hacer cosas. Y en los momentos de pausa me gusta tener la mente libre: salir con mi mujer, con los amigos, charlar, cenar.

-¿En su casa se habla de fútbol?

-Muy poco. Trabajo mucho y en los momentos libres no hablamos mucho de ello.

-¿Mantiene la cicatriz del casi ascenso con el Sporting?

-Para mí aquello no fue un fracaso. Salimos con la idea de salvar la categoría. Nos situamos arriba a base de trabajo, unión y capacidad. Teníamos buen equipo. Fue una frustración porque tuvimos el ascenso cerca y no lo logramos, pero en un análisis sensato creo que hicimos una temporada extraordinaria. Impensable. Pero creo que para el Sporting aquella temporada fue un cambio y El Molinón se volvió a llenar. Todos aquellos profesionales tienen que sentirse orgullosos, aunque fuera una decepción.

-Tampoco se lo pusieron fácil. El famoso arbitraje de Rodado...

-Es mejor no recordarlo. Que nos dejasen con nueve, que nos pitasen dos penaltis cuando los jugadores del equipo rival iban a defender. Ni los futbolistas del Eibar lo entendían.

-¿Volvió a ver a este árbitro?

-A la temporada siguiente, estando en el Sporting, nos pitó en Lérida. Y luego cuando yo estaba en el Recreativo. Creo que nunca me tocó perder con él. Pero las veces que nos vimos no hablamos de aquel partido. No fue un tema que yo le sacara, ni él a mí.

-¿En sus mejores sueños habría imaginado una temporada como esta en el Valencia?

-Desde que llegamos a Valencia las cosas nos han ido muy bien. El equipo venía de dos temporadas quedando en mitad de la tabla, incluso coqueteando con el descenso, y en la primera fuimos capaces de clasificarnos cuartos, aunque en esta segunda tuvimos una primera vuelta muy difícil. Éramos competitivos, pero no ganábamos. El motivo era la falta de gol por circunstancias y teniendo muy buenos jugadores. Sólo fuimos capaces de meter 17 en 19 partidos. Luego todo fue cambiando y llegando a la normalidad. A partir de enero, el equipo fue recuperando su confianza. Meternos cuartos nos dio una confianza extra y fuimos a la final con la ilusión de ganar.

-Alemany y Dani Parejo le han cuidado dentro y fuera del campo.

-Mateu (Alemany) fue la persona que apostó por mí como entrenador. Tuvimos una reunión y creyó en nosotros como cuerpo técnico. Nos contrató. En esta segunda temporada en el Valencia he tenido dos baluartes: los futbolistas, que confiaron en nosotros, y Mateu, como director general. Al final todo acabó en una temporada muy exitosa, prácticamente en lo que es nuestro techo. Aspirar a más de lo que logramos en este último año será difícil. Hay que tener esa ambición, pero es difícil.

-¿Qué representa Parejo?

-Es un jugador muy inteligente y que domina casi todos los aspectos del juego. Ha pasado por momentos de muchísima dificultad. Si en el futuro se lo plantea, será entrenador. Es un futbolista muy bueno, de muchísimo talento. Desde que estamos nosotros, que es de lo que puedo hablar, ha aportado una grandísima madurez y continuidad. Ha hecho una grandísima temporada. Es titular en la selección y se lo ha ganado. Parejo y el resto de capitanes nos dieron su apoyo y les estamos muy agradecidos. Hay hechos puntuales, al margen de un título, que no vamos a olvidar.

-¿Qué supuso la Copa?

-Un sueño hecho realidad. ¡Habíamos jugado siete semifinales! Y llegamos a una final por fin y la ganamos. Es el colofón a una trayectoria, un momento inolvidable. Me considero un afortunado.

-Ismael Fernández y Rubén Uría llevan con usted desde el inicio.

-Isma desde 2003 y con Uri desde 2005. Somos una familia. Nuestra relación traspasa la amistad. Nos conocemos, convivimos muchas horas. Son 16 años con Isma y 14 con Uría. Hemos sabido convivir con todo y no alejarnos de la perspectiva de lo que tenemos que hacer y conservar. La amistad está por encima de lo demás.

-¿Y si le eligen solo a usted?

-Eso ya llegó. Si me eligen a mí, no eligen a Marcelino, sino al cuerpo técnico. Somos uno. Un grupo de personas que llevan un tiempo juntas. Eso es innegociable.

-Le escuché decir tras la Copa que cuando tomaba una decisión y la transmitía a un jugador no había vuelta atrás. ¿Nunca?

-El primer principio que tengo entre los jugadores y yo es la sinceridad. Nunca lo he roto. Es innegociable. No puedo hablar con un futbolista y luego actuar de forma diferente. Cuando comunico una decisión es reflexionada y analizada, no para quedar bien. Y no cambio la opinión. Si digo a un jugador que va a jugar el martes, el sábado no voy a cambiar.

-¿Se ha prometido volver a entrenar al Sporting?

-A ver. Imposibles en la vida no hay. Nunca se puede decir qué va a ocurrir. Para los que somos de este equipo, asturianos y que vamos a vivir en Gijón, no es fácil entrenar al Sporting. Por lo menos desde mi perspectiva tengo que tener el convencimiento del éxito para entrenar al Sporting.

-¿Cómo le gustaría ser recordado?

-De ninguna forma. En la vida pasas y lo importante es la trayectoria durante. No tengo esa perspectiva de que me recuerden como algo. Lo importante es que mis amigos confíen en mí y vean que soy el mismo.

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