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La reivindicación llega al fútbol. El 9 de octubre de 1977, LAS PROVINCIAS publicó la crónica del victoria del Valencia ante el Salamanca, un partido marcado por las reclamaciones autonomistas. :: lp
De Sosa casi estropea la fiesta
el túnel del tiempo

De Sosa casi estropea la fiesta

Tal día como hoy hace casi cuarenta años se vivía un fervor reivindicativo entre la sociedad valenciana que invadía todos los ámbitos

PACO LLORET

Sábado, 8 de octubre 2016, 00:49

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El 8 de octubre de 1977 también cayó en sábado. Tal día como hoy hace casi cuarenta años se vivía un fervor reivindicativo entre la sociedad valenciana que invadía todos los ámbitos. Su eco alcanzó al fútbol. Por entonces empezó a gestarse un movimiento favorable a que el Valencia utilizara una camiseta con los colores de la senyera cuando debía cambiar su uniforme habitual. España se hallaba en plena Transición. Unos meses antes se habían celebrado las primeras elecciones generales con el triunfo de la UCD encabezada por Adolfo Suárez. Las calles de la ciudad y de otras muchas poblaciones valencianas se llenaron de senyeras. Se programaron numerosos actos: conciertos, coloquios, etc. Las reclamaciones autonomistas también llegaron al fútbol. Esa noche había partido en Mestalla. El Valencia recibía a la UD. Salamanca, un rival habitual en aquella época que solía dar mucha guerra en sus visitas. Al día siguiente, domingo 9 de octubre se había convocado una manifestación unitaria en favor del deseado estatuto de autonomía que se convirtió en una enorme muestra de apoyo popular. Miles de ciudadanos salieron a la calle de forma espontánea sin importar militancias políticas ni diferencias ideológicas. Todo transcurrió en paz y concordia. Un día inolvidable.

Un adelanto festivo tuvo lugar en el Luis Casanova-cómo era conocido entonces el feudo valencianista- lleno hasta los topes en la víspera. Por entonces, los clubes eran soberanos a la hora de fijar los horarios de sus compromisos y el Valencia tenía la costumbre de jugar en casa los sábados a las diez y media de la noche con gran aceptación de los aficionados. Existía un ambiente mágico, se creaba una atmósfera especial. Los oponentes lo sabían y lo sufrían. Aquel Valencia se mostraba intratable en su feudo y más si la cita era nocturna. El club de Mestalla, sensible al clima que se respiraba y receptivo al momento histórico, organizó unos prolegómenos que entusiasmaron al público. Se repartieron miles de banderas en las puertas del recinto y los jugadores comparecieron sobre el césped portando una enorme senyera que depositaron sobre el centro del campo entre una atronadora ovación. A continuación, se escuchó, a través de la megafonía la lectura de un manifiesto de apoyo de la entidad a la petición de contar con un estatuto de autonomía, en definitiva, el Valencia se sumaba como otros organismos a una corriente que asumía de forma casi unánime todo el pueblo valenciano. El éxtasis llegó con la interpretación del actual himno oficial de la Comunidad Valenciana coreado al unísono por cerca de 50.000 gargantas.

Después empezó a rodar el balón. El primer gol no tardó en llegar. Apenas un cuarto de hora. Una jugada protagonizada por el combativo Darío Felman acabó en penalti. La acción tuvo como actores a tres argentinos: el portero Jorge D'Alessandro que derribó a Felman y el ejecutor no podía ser otro que Mario Alberto Kempes. El partido transcurría sin excesivos sobresaltos, con una superioridad local incuestionable, pero antes del descanso, hubo otro máximo castigo, favorable, esta vez, al cuadro del Helmántico. El colegiado era Jacinto De Sosa, un tipo peculiar, de escasa presencia física, que había militado en un movimiento del colectivo arbitral conocido como ANAFE, del que era cabeza visible, y que exigía un cambio profundo en las estructuras del colegio que presidía José Plaza. De Sosa fue, años después, conocido como analista de partidos en la radio junto a José María García. Con el silbato era un árbitro al que los equipos querían cuando actuaban como visitantes, puesto que exhibía una valentía poco habitual. Sin embargo, su interpretación del reglamento era más que discutible y no dejaba de sorprender algunas decisiones que casi nadie más veía. Aquel era su debut en Mestalla y el primer partido que arbitraba al Valencia. La fama le precedía y el público sospechaba que en algún momento del encuentro iba a adquirir el papel de protagonista.

La primera parte llegaba a su fin cuando un ataque de los salmantinos acaba en córner. Todos los jugadores se preparaban para sacar desde la esquina, pero, de repente, el trencilla señala el punto de penalti. Nadie entiende lo sucedido, los jugadores visitantes son los primeros sorprendidos. Bronca monumental que no achica a De Sosa. El penalti lo transforma Albaladejo que no da opciones a Manzanedo, portero local. La segunda mitad se convierte en un asalto al portal charro. El Valencia se estrella una y otra vez contra la zaga de la Unión Deportiva que en la campaña anterior ya había arrancado un empate sin goles. Se vislumbra una reedición del tropiezo. Pero en el último cuarto de hora el conjunto que adiestra Marcel Domingo resuelve con dos goles, como no, argentinos. Valdez en plancha consigue el primero. Con la grada todavía enardecida, se señala una falta en la frontal del área. Llega la hora del Matador. Todos saben lo que va a pasar, incluido un nervioso D'Alessandro que no para de mover a los integrantes de la barrera. No importa. Un orfeón aclama al ídolo coreando su nombre. Mestalla parece Anfield. El lanzamiento de Mario Alberto Kempes entra como una exhalación en la portería. Explosión de júbilo. Victoria asegurada. «Som valencians» grita el público. Así acaba la función.

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