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André Gomes defendiendo a Dani García en el partido ante el Eibar.
Neville padece la cruda realidad
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Neville padece la cruda realidad

Un gol en la recta final alivia el desastre de un Valencia que sobrevive gracias a Jaume, otra vez decisivo

Héctor Esteban

Domingo, 13 de diciembre 2015, 15:02

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Un gol en la recta final fabricado por Negredo de rebote en rebote maquilló otro desastroso partido del Valencia. Gary Neville padeció la cruda realidad. Un equipo sostenido por Jaume Doménech, otra vez el mejor. El Eibar nunca se verá en otra como la de ayer. Un Valencia con diez, deslabazado y con la oportunidad de un penalti que Berjón desperdició. El empate fue un botín excesivo. El Valencia, tercer club de España, no puede dar la imagen que ayer ofreció en Ipurua.

Los jugadores no pararon de sacar los brazos al aire. Mustafi con Javi Fuego. Mustafi con Orban. Mustafi con Abdennour. Mustafi con el mundo. Demasiadas órdenes en directo. Remiendos. Así anduvo el Valencia durante la primera media hora en Ipurua. Abierto en canal por la banda izquierda, donde Orban ocupó la titularidad como vuelta a la vida. Keko encontró allí una autopista. La garra del Eibar es un signo de identidad. Y la calidad se suple con ganas. Paco Markiegi, el expresidente del Eibar, recogió al equipo en 1977 en Regional. Ocho años después lo subió a Segunda B y se marchó. Objetivo cumplido. Ayer saboreaba cada calada de su tabaco negro de la marca Bravo. Genuino. Propio de Ipurua, donde cada partido es una batalla. Bravura en las faldas de la montaña. «A mí no me gustan los entrenadores blanditos. Mendilibar le pone mucha garra», explicaba satisfecho Markiegi a la prensa valenciana.

El Eibar quería ganar. El Valencia no se sabe qué pretendía. Aturdido. Más preocupado en taponar que en crear. Tampoco tuvo la posibilidad. El agujero sigue estando en el mismo sitio. Entre la media y el delantero. Alcácer es un islote. A kilómetros de un balón en condiciones. Todo lo bueno que cayó en sus pies fue porque se lo fabricó. Como el gol ante el Barcelona que sirvió en bandeja a Santi Mina. El de Torrent es letal en el remate. A un toque, sobresaliente. Pero alguien le debe poner el balón. De Paul en la izquierda se pierde. Ni ataca ni defiende. No es el gallo que hincha el pecho con el balón en los pies. La derecha fue para Cancelo. Sin Feghouli y con Mina tocado, el luso ocupó el puesto que dicen que es la horma de su zapato. Con libertad. Pero Juncà le ganó el duelo.

Nuno defendió la planificación veraniega. Un chiste. No hay un mediapunta por el que enhebrar el juego. Que le haga llegar el balón a Alcácer, que se apoye en André Gomes, tan alejado de la temporada pasada como deseado por las urgencias del presente. Ese enganche puede ser un buen regalo de Reyes. La carta debería estar ya escrita. Atrás, un barullo. La solidez del triángulo que la temporada pasada Mustafi-Otamendi-Fuego se ha convertido en un Bermudas en la que se ha perdido la identidad. Abdennour, ya sea porque vino tarde o por las lesiones, no se ha enganchado todavía al Valencia.

Los jugadores hablan y hablan sobre el campo. El exceso de tertulia denota que los conceptos no están claros. Difusos. En Ipurua no hay área técnica, y desde la tribuna sólo se veía el cogote de Gary Neville tratando de poner orden en inglés. Jaume, otra vez, fue el mejor. Sacó un balón que pegó en el palo. Milagro. Pero el Eibar no se amilanó. Por bandas. La izquierda, la preferida. El cansancio de Gayà lo dejó en el banco y Orban nunca encontró la solidaridad de De Paul. El argentino fue uno de los que padeció a Nuno, pero si no da un paso al frente, si no asume la responsabilidad de un chico que se quiere comer el mundo, el tiempo le dará la razón al luso de que los motivos eran deportivos. El Eibar, como decía Markiegi entre cigarro y cigarro, tiene ganas, garra y testosterona a raudales. Reflexiones sabias. Ipurua es un partido en familia. Donde el aficionado susurra y te cuenta. Incluso se confiesa. «El Valencia, el peor equipo que ha pasado esta temporada por aquí», apuntaban excitados tras el gol de Sergi Enrich en el epílogo de la primera parte. Titulares que duelen.

Neville mandó a la ducha en el descanso a De Paul. Merecido. Y sacó a Piatti, que suple sus insuficiencias con oficio. La segunda parte siguió el mismo patrón. Con Enrich y Borja Bastón dejándose la vida y Escalante barriendo el centro del campo al borde de la legalidad. Pura sangres curtidos en el valle del terror del fútbol. Gente sin dobleces.

González González, el trencilla, se cargó el partido con la expulsión de Orban. Se equivocó señalando penalti y expulsión del argentino. Berjón hizo más grande la leyenda de Jaume. Paradón. Como el que le hizo a Duda en Mestalla. El de Almenara voló para que su equipo creciera. Con el mínimo de dignidad que se le pide al Valencia. Donde tan sólo los 25 millones de Abdennour superan todo el presupuesto armero. Pero la garra no entiende de dinero. Señores compromiso, voluntad, ambición. «Aquí en el Eibar lo que prima es el físico, correr, patadas...», contaba Markiegi.

En uno de los fondos, bajo una cubierta de chapa, donde la grada no entiende de contratos millonarios, la peña Eskozia la brava inyecta el compromiso al equipo. En familia. En Ipurua, donde las piernas son recias. A poco más de diez minutos, Neville sacó a Negredo. A tumba abierta. El Eibar bajó una marcha. El derroche agotó la reserva. Y ahí el Valencia vio una rendija en la oscuridad. Jugó mejor con 10 que con 11. Un cambio mal gestionado de Mendilibar con Inui desarmó la defensa local. Y ahí llegó el gol del empate, que pilló a contrapié a Riesgo tras el toque de su compañero. Mucho premio visto el partido. Incluso al final se pudo ganar con un tiro de falta de Alcácer. Neville tiene sobrecarga de trabajo. Urgente. La imagen del Valencia no puede ser la de ayer en Eibar si es que quiere aspirar a la Champions.

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