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Martes, 28 de junio 2022
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El artista que todo valenciano lleva dentro florece al contacto con los puentes del viejo cauce, el inmenso lienzo de donde cuelgan ocurrencias, garabatos, dibujos y enigmáticas frases del sector más incívico de la ciudadanía que afean por supuesto el armónico paseo pero que también predisponen a una travesía alternativa, organizada a partir de estaciones de un viacrucis vandálico donde se plasman encendidas declaraciones de amor, reivindicaciones políticas y monigotes que sólo podrán descifrar sus autores. Con una particularidad: esas manos anónimas que tantos sudores garantizan al departamento municipal de limpieza y euros al contribuyente suelen evitar los puentes de mayor rango, los majestuosos puentes de la Trinidad o de Serranos por ejemplo, que el día en que se hizo el trabajo de campo para este reportaje aparecían limpios de gamberradas más o menos artísticas.
Era el caso también del venerable Pont de Fusta, en cuyos pilares no debió observar el grafitero de guardia la inspiración que sí halla en otros miembros de la familia: el de Ademuz, por ejemplo, o el de Campanar, que disponen de una ancha nómina de grafitis para solaz de estos dibujantes domingueros cuyo santuario no obstante reside en el puente de la Exposición, sin duda que para disgusto de su autor, Santiago Calatrava.
Imposible no compadecerse de su genio.
Qué pensará el autor de la Ciudad de las Artes y otras glorias del patrimonio valenciano contemporáneo cuando cruce un día por la Valencia donde nació, se detenga al pie de este puente y le reciban pintadas de solidaridad con el pueblo afgano. O con el palestino, destinatario de una amplia dosis de recordatorios en formato brocha gorda. Tal vez Calatrava se escandalizaría aunque en su auxilio acudirían pintadas de tamaño más contenido y curioso mensaje de fondo, como este diminuto garabato que en las paredes del lado norte propone un acertijo en forma de ecuación anglófona. El sintagma 'Me and you' equivale según este grafiti a un interrogante, sugerente muestra de reflexiva preparación para los rituales de seducción y cortejo propios de la juventud, que otros autores liquidan de manera más expeditiva con esas frases que todos alguna vez habremos pensado e incluso dicho pero que nos resistimos a poner por escrito al alcance del gran público: «Te amo», grita una pintada en Campanar, sin dar más explicaciones, sucinta como otra que en Ademuz clama lo siguiente: «Love is love».
Imposible no estar de acuerdo.
Pero estos alevines de poetas que hubieran hecho feliz a Rubén Darío («Andrea, mi diosa, te amo»: breve y exacto, como pedía Juan Ramón, firma su mensaje un tal Salva, que tal vez hoy se haya arrepentido) prefieren en su mayoría eludir las obviedades y decantarse por el camino del arte abstracto, que deja en manos de su potencial público la interpretación de ese manifiesto en colorines que también son los puentes del viejo cauce. Hay quien incluso, al estilo de Velázquez en alguna de sus creaciones más famosas, se retrata a sí mismo en forma de monigote y se intitula artista, nada menos, en el idioma de Shakespeare: diríase, si la ciencia forense no me quita la razón, que se trata de la misma mano que un poco más allá deja para la posteridad un eslogan célebre, eso de 'Plata o plomo', y que también autografía una cruz gamada que alguna repugnancia endosa a nuestro paseo, la caminata que prosigue aguas abajo (es un decir) entre proclamas políticas (hay mucho fan del Frente Obrero y la Solidaridad Internacional entre estos malos imitadores de Sorolla) y enigmáticos signos donde se pudiera encontrar la firma de autor, el sello distintivo de quienes desean larga vida al PML (¿?) o se limitan a bautizar su gesto artístico en titulares de orden gigante con una única palabra que da bastante miedo: la palabra 'Miedo', en efecto.
Miedo y enigma, porque no me quito de la cabeza el firmado por un gratifero con raíces al parecer en la madrileña Móstoles que dejó escrito este crucigrama en forma de pintada se supone que en inglés o en un idioma sólo para iniciados: «Are has semao feko». Amén, amigo Moxtoles. O este otro que ni siquiera necesita palabras para causar una inquietante impresión: un ojo embutido en una pirámide que derrama una sugestiva lágrima. Ignoro qué quiere expresar su autor: en estos casos, hago como aconseja otro grafitero aguas arriba (también es un decir) y me encojo de hombros. «Todo es relativo» sentencia su pintada.
Imposible no darle la razón.
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