Virginia, Zarcos, Juanjo y Aram, en la rotonda donde aguantaron casi 8 horas. IRENE MARSILLA
Héroes de la dana

Noche en la rotonda de la vida

Rescates. ·

Policías locales y guardias civiles de Alfafar, Massanassa y Catarroja salvaron a 26 personas al subirlas a una glorieta en La Torre. Hasta el Rey les felicitó. Esta es su historia

Martes, 28 de octubre 2025, 00:59

Puede parecer un lugar donde nunca pasa nada. No, en realidad es un no-lugar, uno de esos enclaves que los conductores rodean sin mirarlo ... más de un segundo. Si lo hicieran, de hecho, verían que esa rotonda tiene todavía lo que parece una manguera de bombero atada a un árbol. Es el silencioso testigo de una de esas historias que nos recuerdan que en la peor tarde de nuestras vidas, hubo quien dio lo mejor de sí. En esa rotonda situada al sur de la pedanía de La Torre en Valencia aguantaron casi tres decenas de personas que, rescatadas por un grupo valiente de policías locales y guardias civiles, se amarraron a los árboles para evitar que el agua se los llevara mientras a su alrededor se desarrollaba el caos más absoluto.

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Volvamos de nuevo a la tarde de la dana. Lo haremos mucho esta semana, así que acompáñennos hoy. Lo hacemos porque queremos y también porque debemos, porque la historia de Juan, Juanjo, José y Virginia merece ser contada. En esta tarde de lunes, con el horario de invierno, son las 19 horas y ya es de noche. Es, de hecho, casi la misma hora en que hace un año Juanjo y José, al que todo el mundo llama Zarcos, subieron a esta misma rotonda, situada en la confluencia de la avenida Real de Madrid y la CV-407. Para llegar a ella hay que discurrir por calles a cuyos lados corretean personas que hacen ejercicio, pero hace exactamente 366 días, el panorama que vieron Juanjo, Zarcos y Virginia era muy distinto. «Cuando llegamos a la subida del puente hacia Sedaví, vimos que había ya muchísimos coches parados. Llegaba algo de agua, pero nada extraordinario, y de repente, en un momento, no se podía caminar. Subimos los coches a la rotonda», explica Juanjo, casi dos metros de un cuerpo esculpido por el gimnasio. Zarcos asiente, una cara amable bajo un pelo prematuramente blanco, y Virginia permanece en silencio, un brillo inteligente al fondo de los ojos.

Ahí empezó lo que para cualquier otro habría sido el peor día de nuestras vidas. Pero para ellos, como para otros miles de servidores públicos o vecinos particulares que en las peores horas de la historia de la Comunitat decidieron dar el todo por el todo, era un día más de trabajo. «No nos habían avisado, no sabíamos nada», insiste Zarcos. Pese a eso, tiraron de una cuerda que tenían en el coche para atarla a un árbol y, cuando vieron que el agua no subía a la parte más alta de la rotonda, bajaron a por los demás. Como con tantos otros testigos de aquella noche, todavía se les ve el marrón en la voz y se escucha el atronador sonido del agua rugiente en sus miradas. «El sonido era una cosa impresionante», insiste Zarcos.

Aram sujeta la cuerda que salvó a 26 personas la tarde de la dana. IRENE MARSILLA

«En el informe puse que salvamos a 24 personas», dice Juanjo. «No, fueron 26», insiste Virginia, que aquella tarde salía del gimnasio tras trabajar por la mañana en Massanassa (de hecho, la enviaron a vigilar al barranco a primera hora: «No llevaba ni gota»). Sus compañeros, policías locales de Alfafar, la recogieron. En el coche iban Juanjo y Juan, otro compañero. Recibieron por radio el aviso de Zarcos, atrapado en su coche. «Esto es un infierno», les dijo. Una vez rescatado, tiraron hacia La Torre y quedaron atrapados en lo que podía haber sido la rotonda de la muerte y resultó ser la rotonda de la vida.

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En el puente desde Sedaví estaba Aram, uno de esos valencianos que no nacieron aquí pero que ya son más valencianos que la paella. «Yo iba con mi padre en el coche, volvía de mi taller, que lo perdí entero, y nos quedamos atrapados», cuenta. Subió su furgoneta a la rotonda y, junto a ella, Zarcos, Virginia y Juanjo consiguieron subir otros coches. En un momento dado tenían hasta diez vehículos que actuaban como barrera. En ese círculo de diligencias en medio del lejano oeste pasaron la noche 26 personas, rescatadas junto a la ayuda de un agente de la Guardia Civil de apellido Castelló, del cuartel de Alfafar, con el que este diario ha intentado contactar sin éxito. En un momento dado, decidieron cortar los cinturones de seguridad de los vehículos. «La intención era atarnos a los árboles si la corriente seguía», cuenta Juanjo.

Porque la corriente empujaba con fuerza. Zarcos cuenta que se rompió un dedo cuando un contenedor se abatió contra la rotonda y le dio un puñetazo para alejarlo de la parte superior de la glorieta, donde el agua llegaba ya a la cintura. «Veíamos la marca ahí», dicen los agentes, y señalan una señal de tráfico situada casi a dos metros de altura, «para saber cuándo dejaba de subir». «Llegamos a temer por nuestras vidas», explican. Pero eso, y esto es importante porque hay gente que, digan lo que digan, están hechos de otra pasta, siguieron sacando gente. Incluso un trabajador de una empresa de alarmas que no quería salir del coche, o una madre con una hija pequeña, o una persona con acondroplasia a la que subieron al capó de un coche patrulla. Incluso rescataron a una mujer a punto de ahogarse que fue la primera que, a eso de las 2.30 horas, cuando llegaron los bomberos, se llevaron al hospital.

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Llegada de los bomberos

Pero para esa llegada de la Unidad Militar de Emergencias y de los bomberos aún quedan horas, porque eran cerca de las siete y media de la tarde cuando los agentes se parapetaron en su atalaya en medio de un mar rugiente. Las horas pasaban. «Desde ese edificio», cuenta Zarcos, y señala el número 102 de Real de Madrid, que aquella noche debía ser un faro en medio de la oscuridad, «nos señalaban a un hombre agarrado a un cartel de esos viejos, con las patas de hierro, y nosotros lo señalábamos con la linterna, pero no podíamos acercarnos. El agua venía muy fuerte». «Muy fuerte», asiente Virginia. Al final, ese hombre se salvó porque aunque la corriente se llevó el cartel, se subió a una furgoneta que se quedó anclada contra una farola.

La línea de vida, con varios cinturones de seguridad cortados y atados a ella, sigue en la rotonda, casi como un homenaje eterno escondido entre las malas hierbas, lleno todavía de barro y vida. También siguen los restos de una escalera que Aram, que no mide más de 1,70, decidió hacer con otros cinturones para subir a quien pudiera a un árbol cuyas ramas más bajas están a más de dos metros de altura. Lo cuenta como si fuera lo más normal del mundo. Allá que subió a su padre y a otras personas. Cinco llegaron a pasar horas encaramadas. Gracias a la presencia de los agentes, los rescatados se permitieron hasta hacer bromas. «Decíamos que podíamos pedir algo de comer porque teníamos hambre», explica Juanjo. A la una y media el agua paró, y a las 2.30 horas el agua empezó a bajar. Eran las 3.30 cuando pudieron salir de la rotonda. Lo perdieron todo: coche, teléfono móvil... y no les ha sido repuesto.

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Escribieron a Felipe VI, que contestó con una carta cariñosa del secretario de la Casa del Rey en la que les agradecía los servicios prestados. Ellos dicen que no son héroes, pero como tantas otras veces, no hay otra palabra que defina mejor lo que hicieron. Y las palabras son importantes: Aram dice que es de Armenia, aunque lleva más de 20 años viviendo en Valencia. De hecho, él dice que renació en esa rotonda. Cuando le preguntamos cómo lleva todo esto, se encoge de hombros y dice: «A ver, qué vamos a hacer. Habrá que salir adelante». Es posible que haya algo más valenciano que esto, pero no se me ocurre nada.

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