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Una de las chabolas del asentamiento, vista desde la terraza de una finca de la calle Carrasquer. :: i. marsilla
Chabolas en pleno centro de Valencia

Chabolas en pleno centro de Valencia

Vecinos de Velluters urgen al Ayuntamiento a actuar ante griteríos de madrugada, presencia de roedores y el elevado riesgo de incendio

J. A. MARRAHÍ

Miércoles, 8 de marzo 2017, 19:51

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Una tapia, unos portones y tres candados instalados por los moradores separan la calle de un importante asentamiento de chabolas levantado en un solar, en pleno corazón de Valencia. Pero el precario núcleo de vida no pasa desapercibido para quienes visitan la ciudad con el bus turístico, los alumnos del conservatorio o los vecinos que sufren griteríos a horas intempestivas. También el merodeo de las ratas o la preocupación ante el gran riesgo de incendio que entraña el campamento.

El conjunto de chabolas nació hace ya tres años, en la confluencia de las calles Murillo y Carrasquer, a escasos metros del Conservatorio Profesional de Música y las emblemáticas Torres de Quart. Fue después del derribo de un edificio antiguo que ocupaba el espacio en el que hoy se ubica el solar. Ese terreno está rodeado en forma de U por una finca del EIGE (Entidad de Infraestructuras de la Generalitat), otro bloque de viviendas y un edificio de nueva construcción destartalado por los saqueos.

Un fuego en un solar ocupado quemó el casal de Na Jordana

  • El peligro de los solares ocupados del centro quedó patente el pasado junio. Un indigente establecido ilegalmente en la calle Salvador Giner prendió fuego un colchón junto a una fachada. Las llamas se propagaron por un ático y una clínica veterinaria, y causaron destrozos en el casal fallero de Na Jordana. Además, hubo que desalojar a veinte vecinos en medio de una densa humareda que se adueñó del barrio del Carmen.

  • La ocupación de solares, depende, en gran medida, de las medidas que tomen los propietarios o la administración para protegerlos con accesos cegados, tapias elevadas o cerramientos efectivos. En su contra opera el ingenio de quienes 'conquistan' estos espacios espoleados por la necesidad. Crear boquetes a golpe de maza, reventar puertas para luego encadenarlas o incluso usar vallas públicas como escalinatas son algunos de sus métodos, según fuentes policiales. El uso de hornillos eléctricos, hogueras o bombonas de butano es motivo habitual de incendios en estos asentamientos ante la desmesurada y caótica acumulación de telas, plásticos y otros enseres inflamables.

Fue en 2014 cuando clanes rumanos de la mendicidad comenzaron a establecerse en la zona. Empujados por la necesidad, no tuvieron reparo en forzar los portones y convertir el espacio raso en su nuevo hogar. Así, uralitas, plásticos, colchones, planchas metálicas o puertas usadas recuperadas en la calle se convirtieron en su poblado a costa de la propiedad ajena y ante la preocupación de los vecinos.

Los nuevos habitantes ni siquiera tenían que saltar la tapia de dos metros que hace invisible el asentamiento para los caminantes. Les bastó el uso de candados y cadenas para cerrar su escondite durante el día y abrirlo para reagruparse por la noche, tras jornadas de chatarreo o mendicidad. Y así permanecieron dos años hasta que las quejas vecinales dieron su fruto.

Fue el pasado 9 de diciembre cuando la Policía Local desalojó el asentamiento. Con el apoyo de equipos de limpieza, «se llenaron tres camiones hasta arriba de cacharros», recuerda Encarna Clériques, vecina e impulsora de varias de las quejas al consistorio. «Pero a las dos semanas, en Navidad, ya estaba el campamento otra vez en el mismo sitio sin que nadie haya hecho nada. Han pasado tres meses y todo sigue igual», lamenta.

Posible maltrato

«Viven cuatro mujeres jóvenes, una de ellas embarazada, tres chicos y una pareja más mayor que deben ser los patriarcas», describe. Sus temores son «la evidente insalubridad, gritos entre borracheras por la noche o fuegos y hogueras cerca de bombonas de butano, con mucho peligro de incendio».

Begoña Milio, otra residente, está convencida de que las mujeres que allí habitan sufren «algún tipo de explotación o malos tratos». Lo sustenta en que «casi todas las noches se escuchan fuertes gritos y acaban llorando». Y la suciedad acumulada tiene consecuencias. «Nos entran bichos. Hay cucarachas, moscas y nos hemos encontrado ratas como conejos por los rellanos». Se suman «olores terribles que suben desde el solar y hacen que no puedas ni abrir las ventanas. En verano es horroroso». En su opinión, «es urgente que el ayuntamiento desaloje otra vez, que se tapien bien los accesos o que se inste al propietario a hacerlo. No hay derecho a vivir así».

Lo mismo piensa Rosa María Pérez, otra residente afectada. «Es que cada vez son más. Los chabolistas del solar van en aumento. Se ve que les resulta fácil entrar y el entorno les conviene. Mendigan por el centro y tienen una fuente próxima en la que llenan garrafas».

La vecina de la calle Carrasquer califica la situación de «insostenible». «Tanto para ellos como para los que vivimos cerca», reflexiona. «Es un problema serio de salud pública. Viven sin seguridad ni condiciones higiénicas, hacen sus necesidades en el solar, acumulan allí su basura y los que estamos cerca lo sufrimos de lleno... Ignoro si el Ayuntamiento les ha ofrecido solución social, pero alguien tiene que tomar ya cartas en el asunto», apremia.

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