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ICÍAR OCHOA DE OLANO
Miércoles, 20 de marzo 2019, 00:11
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María está de regreso en su casa con sus padres tras un exilio forzoso de cuatro días. En teoría, en Valencia y en muchos pueblos de la provincia, como Paterna, donde reside esta familia, ya han hecho estallar hasta el último gramo del arsenal de pólvora que encargaron para celebrar, hasta ayer, la más internacional de todas sus fiestas, las Fallas. Las calles han vuelto allí a sus niveles habituales de decibelios y no se esperan más chubascos de explosiones hasta el próximo año. Mientras decenas de miles de personas las gozan, ella (y otros cientos) no puede soportarlas. En cuanto escucha una traca se pone muy nerviosa, se tapa los oídos y se hecha a llorar presa del pánico. Solo tiene seis añitos.
«Es el segundo año que hemos tenido que huir de Las Fallas. En cada esquina se tiran petardos. Resulta muy difícil ponerse a salvo de ellos. María lo pasa muy mal. Aunque los oiga en la distancia, no quiere salir de casa, así que nos refugiamos en la de unos parientes, a las afueras de la ciudad. No tenemos alternativa», cuenta resignado a este periódico Juan Antonio Marrahí, su padre. La pesadilla dura demasiado tiempo y es excesivamente invasiva como para que puedan permanecer encerrados en su vivienda. Desde el pasado 1 de marzo hasta ayer, cuando se clausuraron los festejos con 'La Nit de la Cremà', Valencia ha vivido inmersa en una nube agria de pólvora que arranca por la mañana con la 'despertà', a base de detonaciones, continúa a las dos de la tarde con la 'mascletà' en la plaza del Ayuntamiento, aplicando la misma ruidosa receta, y se prolonga por la noche con los castillos de fuegos artificiales.
María tampoco pudo asistir a clase el viernes pasado. Ese día, la víspera de las fechas álgidas de las Fallas, los colegios de Valencia organizan la 'globotá', una 'mascletá' a base de globos que también la desestabiliza. Sale despavoridada cuando los pinchan. Hay otro ruido que esta niña no puede tolerar, el de los truenos. «Cuando se forma una tormenta tenemos que aislarnos en casa y cerrar todas las persianas. Aun así, no es suficiente. Nos pide que pongamos música para contrarrestar el estruendo. Yo le explico que es un fenómeno natural, que no le va a pasar nada, pero resulta muy difícil calmarla».
Juan Manuel y su esposa detectaron la hipersensibilidad de su única hija a determinados sonidos súbitos cuando solo tenía tres añitos. «Pasaba una moto y se asustaba mucho. Se ponía a llorar desconsoladamente y entraba en un estado alarmante de agitación. Aun así, pensamos que con el tiempo mejorará, que a medida que se haga mayor se acostumbrará a los ruidos y los tolerará».
Júlia Pascual discrepa. En el centro de terapia breve estratégica de Barcelona que dirige están habituados a tratar este tipo de fobias y otras en pacientes de todas las edades. Entre ellas, la «ligirofobia o pánico a los ruidos fuertes», como los 'damnificados' por Las Fallas. «La englobamos dentro de los trastornos de ansiedad, cuya prevalencia es muy alta en nuestra sociedad. Si saca el tema en una sobremesa familiar verá que como mínimo una persona confesará que de forma voluntaria evita una situación porque le provoca un miedo irracional. Pues bien, sabemos que si esa actitud deliberada se prolonga durante seis meses, se desarrolla una fobia. Es decir, una incapacidad total para afrontar esa situación», explica la experta.
Hay una especie de prueba del algodón que lo certifica. «Al igual que el terror a subirse a un avión, el pánico a los ruidos procede de nuestro instinto de supervivencia. La ansiedad se dispara porque el cuerpo reaccione preparándonos para la huida. Y eso está bien. La cosa cambia cuando el desencadenante te bloquea y te inhabilita. Entonces eres fóbico», agrega.
La psicoterapeuta ha trabajado con personas que evitan pasar por una calle en obras por los ruidos que encontrarán, a otras que salen de casa aterrorizados ante la posibilidad de que un ruido fuerte einesperado les sobrecoja e, incluso, con un tercer segmento de pacientes, martirizados por el ruido que producen sus vecinos al otro lado de los tabiques. «Todos desarrollan soluciones para estar tranquilos, como la evitación, el autocontrol o la hipervigilancia, pero, en vez de solucionar el problema, lo construyen», afirma.
A diferencia de otros muchos trastornos, una de las peculiariades de las fobias es su efecto expansivo cuando se comparten. «Eso de que hablar de tu problema ayuda a solucionarlo, aquí no funciona. Los miedos son como un virus contagioso», asegura Pascual, quien señala un camino para superarlos. «Se solucionan con el mismo protocolo. Consiste en mirar a tus fantasmas y tocarlos porque así es como se desvanecen. Una persona que afronta y supera una fobia ya nunca vuelve a ser la misma. Está más fortalecida y es más valiente para enfrentarse a todas las áreas de la vida», recalca la especialista, quien atribuye a su centro un porcentaje de éxito del 98% en menos de diez sesiones de tratamientos de estas patologías.
Pero ¿qué ocurre cuando los afectados son los niños? «Trabajamos con los padres, a los que proporcionamos herramientas para que de manera velada o indirecta vayan acercando a sus hijos a su enemigo. En este caso, a los ruidos. De esta manera, si se entrenan diariamente en casa resulta más eficaz que venir una vez cada quince días a una sesión con nosotros», admite.
-¿A qué achaca la elevada prevalencia de los trastornos de ansiedad en nuestra sociedad?
- A la prisa con que vivimos y el ansia por c ontrolarlo todo. Esto nos proporciona seguridad pero con frecuencia caemos en la trampa del 'sobrecontrol', que nos lleva a perderlo. Esa burbuja de falsa seguridad se pincha. La vida también es espontaneidad; hay que dejar que las cosas sucedan.
Ligirofobia. Es el miedo irracional a los ruidos fuertes. Puede inducir a ataques de ansiedad. El paciente cree que va a enloquecer o perder el control.
Fobia. La huida deliberada de cualquier situación que nos provoca terror, si se prolonga
durante seis meses, desemboca en una fobia.
nny Lee Mi
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