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Los españoles que cambian de trabajo en verano

Los españoles que cambian de trabajo en verano

Miles de personas combinan su ocupación habitual con empleos vinculados al turismo en los meses estivales. Aquí siguen algunos casos

Inés Gallastegui

Domingo, 22 de julio 2018, 19:58

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Este verano, mientras la mayoría se calza las chanclas y el bañador, más de 200.000 españoles encontrarán un trabajo. Son buenas noticias. Pero no se trata de un puesto para toda la vida, sino de un empleo que volará como las hojas de los árboles al comienzo del otoño, porque se enmarca en un sector de actividad ligado a la canícula y, en particular, al turismo. Se trata del empleo estacional y, advierten los expertos, está cambiando. «La vieja idea de que 'como no sé hacer nada me pongo de camarero' ya no vale. El turismo que recibimos es cada vez más complejo y las empresas exigen más cualificación, por ejemplo, conocimiento de idiomas», subraya el economista Valentín Bote, responsable de investigación en la agencia líder de trabajo temporal en España, Randstad.

De hecho, los puestos de camarero son solo una pequeña parte de los que se crearán este verano con la llegada de 30 millones de extranjeros, más los turistas nacionales. Según el informe de Randstad, entre junio y septiembre el conjunto de las ETT gestionarán 620.000 contrataciones en sectores estrechamente vinculados al turismo, como el comercio, el transporte, la hostelería, el ocio y el entretenimiento. Son un 12% más que en 2017 y el doble que en 2010, en medio de la crisis.

Cerca de la mitad de las contrataciones no se realiza a través de agencias, sino en base a contactos ya establecidos en temporadas anteriores. En total son más de un millón de contratos, pero no el mismo número de currantes: algunos tendrán un contrato para todo el trimestre, pero otros firmarán varios para periodos muy cortos, por ejemplo, refuerzos de fin de semana en hostelería.

Hay quien recurre a estos empleos efímeros por necesidad -el resto del año está en paro o también depende de puestos temporales-, pero cada vez más personas combinan una actividad regular a lo largo del año con otra solo en el estío para poder dedicarse a lo que les gusta y, al mismo tiempo, mantener unos ingresos estables.

No se trata exactamente de pluriempleo o pluriactividad, fenómenos que, aunque fueron importantes en la postguerra -a causa de los salarios de miseria- y en los años del desarrollismo -en una coyuntura de fuerte crecimiento en la que, además, las mujeres aún no se habían incorporado al mercado laboral- son hoy excepcionales en nuestro país.

Un caso típico de compatibilidad entre trabajos estacionales es el de los fijos discontinuos, un tipo de contrato muy usado en la hostelería, pero también en los deportes de invierno (esquí) o de verano (surf) y el comercio, con sus picos de actividad. Son contratos que sirven para cubrir necesidades que se repiten de forma cíclica y garantizan estabilidad al empleado. En los periodos de suspensión del contrato, este puede cobrar el paro o trabajar por cuenta propia o ajena.

«Si quieres un buen trabajador con un perfil muy concreto, no puedes arriesgarte a perderlo al año siguiente», explica Valentín Bote. Por ejemplo, resalta, empleados de hoteles o restaurantes competentes en sus funciones que hablan, además de inglés o francés, un alemán fluido son mirlos blancos en la costa andaluza o en las islas. El economista cita el caso de un recepcionista de un establecimiento de Cádiz al que su cadena hotelera emplea en invierno en una estación de esquí en Suiza. Y la demanda se complica con la creciente llegada de visitantes rusos y chinos, muy apreciados a causa de su elevado volumen de gasto y su gusto por el lujo.

Dado que en estos contratos estacionales la adecuación al puesto debe ser muy rápida, los empleadores valoran la formación y la experiencia. Sin embargo, muchos de los aspirantes a estos puestos son estudiantes o desempleados con poco currículum laboral. Laura Simón, orientadora en la Fundación Novia Salcedo, entidad privada vizcaína que ayuda a los jóvenes en su integración profesional, resalta que en este colectivo son frecuentes las entradas y salidas del mercado laboral desde que obtienen un título de Formación Profesional o universitario hasta que consiguen una ocupación duradera. «Muchos no cierran las puertas a seguir estudiando», recuerda.

En ocasiones los contratos estivales son precarios, están mal pagados o, sencillamente, no tienen nada que ver con los intereses de quienes los suscriben. «El desarrollo de una carrera profesional exitosa es un objetivo a largo plazo. Los empleos estacionales pueden ser un buen punto de partida para desarrollar competencias valiosas para el futuro o pueden no tener ningún impacto positivo», subraya Simón.

Lo que sí tiene claro esta especialista es que el mundo del trabajo está cambiando. «El mercado laboral va a ser muy abierto y volátil. Las profesiones del futuro están por crear. En los últimos años ha habido una gran demanda de perfiles técnicos, pero también hay que apostar por perfiles más humanizados», señala. En ese contexto, la vocación no es un concepto anticuado. «La parte fundamental de la orientación es ayudar a la persona a encontrarla, a descubrir sus talentos y habilidades innatas y las que puede desarrollar en el futuro», explica.

«¿Qué brazo me corto?»

¿Y qué ocurre cuando una persona no tiene clara cuál es su vocación? «Hay un porcentaje de usuarios que acuden a nuestro servicio con el corazón dividido, con dos profesiones que van repartiendo a lo largo del año -afirma-. Son 'jóvenes estrella': esa capacidad de tener el cerebro partido en varios desarrollos competenciales es muy positiva. Suelen ser personas con más iniciativa y autonomía, y con ellos la orientación parte de un estadío superior. La respuesta no es única: a veces esa situación es estresante y tienen que apostar, y otras veces no se deciden porque son conscientes de que dedicarse en cuerpo y alma a una de sus dos vocaciones no les permite sostenerse económicamente».

No es el caso de la joven granadina Marta Casado, fisioterapeuta autónoma y bailarina profesional que durante el verano trabaja contratada por una compañía de danza española y flamenco. «Mis vocaciones son las dos. Con el baile alegro a la gente; con la 'fisio' le doy lo que necesita para su salud. Las dos cosas me llenan. No puedo vivir sin ellas. ¿Qué brazo me corto que no me duela? -reflexiona-. Antes esa pregunta me hacía sentir mal, pero ahora sé que es posible compaginarlo todo y que me tengo que sentir agradecida por tener dónde elegir».

Joaquín, en uno de los primeros conciertos del verano.
Joaquín, en uno de los primeros conciertos del verano. R. C.

Joaquín Carmona. Batería en una orquesta y carpintero

«Cada año digo que será el último, pero es una tradición»

Joaquín Carmona (Bienvenida, Badajoz, 54 años) lleva sus dos oficios en la sangre. De pequeño, cuando salía del colegio, su padre le enseñaba carpintería para ganarse la vida y música para disfrutarla. Y hoy sigue con el corazón partido: es propietario de un taller y una fábrica donde trabaja todo el año haciendo cocinas, vestidores, armarios empotrados y puertas, pero al llegar el calor se enfunda una camiseta negra y coge las baquetas para transformarse en el batería y alma máter de la Orquesta Carmona, cuatro décadas haciendo mover el esqueleto a jóvenes y mayores en las fiestas de los pueblos de Extremadura y de las vecinas Córdoba y Sevilla. Este verano tienen unas 30 actuaciones.

Aprendió los rudimentos de la percusión a los 9 años y es autodidacta, pero no se ha planteado cambiar las tablas del taller por las del escenario. Compaginar el serrín y el 'showbusiness'-él administra la banda y cada martes tienen ensayo- es duro y poco rentable. «Ahora se gana menos. De media sacamos 200 euros por bolo cada uno», recuerda. El espectáculo que monta con sus cuatro hermanas requiere una fuerte inversión. Son 25.000 vatios de sonido, 22 cabezas móviles de luz y pantalla gigante. «Por esta zona pocas orquestas nos igualan», presume. De joven enganchaba el fin de fiesta al amanecer con la jornada en la carpintería. Ahora, con un empleado, lo hace menos.

En su taller de carpintería de Bienvenida (Badajoz).
En su taller de carpintería de Bienvenida (Badajoz). Irina Cortés

Con sus inviernos de taller y sus veranos de verbena, Joaquín apenas descansa: «Tengo un apartamento en Fuengirola y no voy nunca». No se plantea dejar esta vida en la carretera mientras el cuerpo aguante. Para él, el taller es su sostén económico y la música, una vocación, una tradición y una ayuda «para caprichos». «Todos los años decimos que va a ser el último, pero moriremos con las botas puestas». Sus hijos, con formación musical y carrera universitaria, no quieren heredar la orquesta del abuelo.

A Joaquín ni siquiera le agrada el reguetón, estrella obligatoria del repertorio. «A los que tocamos en directo no nos gusta porque es todo el rato lo mismo, pero es lo que hay. Hacemos cumbia, chachachá, pasodobles para los mayores y cosas más modernas para los jóvenes», enumera. El 'hit' de este año es 'Échame la culpa' de Fonsi. Cómo no.

'Rosi' posa en la Escuela de Surf Los Locos, en Suances, donde lleva la administración.
'Rosi' posa en la Escuela de Surf Los Locos, en Suances, donde lleva la administración. Luis Palomeque

Rostislav Danek. Encargado de hostelería y monitor de 'snow'

«Esta vida me permite ganar dinero y disfrutar»

Rostislav Danek nació hace 41 años en Náchod (República Checa), estudió el Bachillerato en la rama económica y lo completó en Estados Unidos. Amante de la montaña, los crudos inviernos de su país le impedían practicar su afición todo el año, así que siendo veinteañero se plantó en los míticos acantilados de Siurana, en la comarca del Priorat (Tarragona), para hacer escalada y terminó quedándose en España, donde el clima le permite hacer deporte y disfrutar de la naturaleza en todas las estaciones. Durante unos años compatibilizó trabajos de temporada como monitor de 'snowboard' y empleado en una tienda de material deportivo en la estación de Cerler, en el Pirineo aragonés, con puestos de pintor, cocinero y camarero en los meses calurosos.

Las casualidades de la vida le llevaron a Cantabria y hoy vive en Tagle, un pueblecito cerca de la costa, con su mujer española y sus dos hijos pequeños. Durante la temporada invernal está contratado como monitor de esquí y 'snowboard' para niños, adultos y grupos escolares en la escuela Slalom, en la estación cántabra de Alto Campoo y, en el periodo estival, trabaja en la Escuela de Surf Los Locos de Suances, en la playa del mismo nombre, donde se ocupa de las reservas y el trato con los clientes del alojamiento asociado al centro formativo y de la tienda y, en ocasiones , da clases de 'paddle surf'.

El profesor checo posa con un alumno en Alto Campoo.
El profesor checo posa con un alumno en Alto Campoo. R. C.

Su vida laboral le permite «ganar dinero y disfrutar». «Empecé a dar clases de 'snow' porque quería pasar la vida en las montañas, y esta es la manera de conseguir estar todo el día con la tabla en los pies, con ropa y forfait de temporada gratis. Y transmitir lo que sé a quien no sabe es algo que me gratifica mucho. Quiero seguir haciéndolo mientras la salud me lo permita», afirma.

Pero 'Rosi', como le llama todo el mundo, es un espíritu inquieto. Su sueño es montar una empresa para alquilar bicicletas de montaña y guiar a turistas del norte de Europa, también los de su país, por los bellos paisajes de Cantabria. Y aunque la crianza de los niños mantiene ocupada a la pareja, confían en poder retomar algún día la fabricación de sidra o de zumo en la finca ecológica de 900 manzanos que tienen en Santillana del Mar. «Recuperarlos es un desafío personal», asegura.

Marta, segunda por la izquierda, en una actuación de danza española con su grupo.
Marta, segunda por la izquierda, en una actuación de danza española con su grupo. R. C.

Marta Casado. Bailarina de danza española y fisioterapeuta

«No podría vivir sin una de mis dos vocaciones»

Marta Casado tiene 29 años y las ideas muy claras. A los 3 empezó a bailar y a sus padres no les quedó más remedio que apuntarla a clases. Y bailando descubrió su segunda vocación, la fisioterapia, a través de sus propias lesiones y las de sus compañeros. Con 18 tuvo que dividirse para terminar su especialización en Danza Española en el Conservatorio Profesional Reina Sofía y empezar en la Universidad de Granada, con horarios solapados. Y así, hasta hoy. Aunque nunca deja de lado ninguna de sus dos profesiones, el invierno lo dedica más a su faceta sanitaria y el verano, a la artística. En los meses estivales baja la demanda de masajes y sube la de espectáculos.

La amplia gama de sus pacientes la obliga a reciclarse continuamente: en el Centro de Alto Rendimiento Deportivo de Sierra Nevada trata a deportistas de élite españoles y extranjeros -esquiadores, ciclistas, nadadores y atletas, sobre todo- que exigen las últimas técnicas para una recuperación inmediata. En la Clínica Recogidas Salud ayuda a deportistas aficionados, señoras con dolores reumáticos o personas accidentadas. Y aún le queda tiempo para atender a domicilio a algunos particulares.

En pleno tratamiento en la clínica de fisioterapia.
En pleno tratamiento en la clínica de fisioterapia. Ramón L. Pérez

Aparte de los ensayos, que realiza todo el año, sus compromisos como bailarina se inician con las Cruces de Mayo y alcanzan su apogeo cuando bulle el turismo y el Ballet Flamenco de Granada la contrata para eventos privados, fiestas de pueblo, festivales, tablaos, viajes de estudios y hoteles.

No quiere ni oír hablar de renunciar a una de sus dos pasiones. De hecho, uno de sus sueños es especializarse como fisioterapeuta de bailarines. «La danza es un arte, pero tiene los requerimientos físicos de un deporte de élite. Y lesiones muy específicas, como los desgarros y tendinitis de los bailarines clásicos, que hacen ballet de puntas, los problemas del flamenco por la fuerza que se imprime a los pies, o los desajustes corporales por las posturas difíciles de los de Contemporánea», explica.

Desarrollar dos carreras tiene un precio. «Tengo pareja, pero solo lo veo cuando duermo -exagera-. Me conoció así y, aunque es difícil llevar una relación de esta forma, porque estoy muy poco en casa, si ves feliz a la otra persona, lo mejor es adaptarse y apoyarla. Sarna con gusto no pica».

Gorka Miñón pilota en verano los yates de lujo de un rico empresario marroquí.
Gorka Miñón pilota en verano los yates de lujo de un rico empresario marroquí. R. C.

Gorka Miñón. Capitán de yate de lujo y 'demostrador' de Esquí

«Es estresante. Sobre todo, no ver a mi familia»

Gorka Miñón nació en Vitoria hace 49 años, pero se considera casi 'granaíno', porque llegó a la ciudad de la Alhambra a los 19. Tras un fugaz paso por la Escuela de Informática, convirtió su afición por el esquí en profesión en la estación de Sierra Nevada. Durante años estuvo contratado en una escuela, más tarde montó la suya y, tras una mala experiencia, la última temporada trabajó como autónomo 'freelance' con sus propios contactos. Además, es formador de formadores, lo que en la jerga se llama 'demostrador', tanto en Granada como en el Pirineo. «No es lo mismo saber esquiar que enseñar a esquiar. Hay que transmitir la técnica, explicar cómo lo haces», recuerda. Y ha trabajado varios años probando material para una revista especializada.

Por larga que sea la temporada en Sierra Nevada, las facturas siguen llegando cuando la nieve se derrite. Durante seis años dirigió una empresa de esquí náutico en el pantano de Cubillas y con su título de capitán se fue a Marbella. Allí conoció a su actual jefe, un rico constructor marroquí propietario de una flotilla de cinco yates de lujo amarrados en el puerto deportivo de Kabila, de los que el vasco dirige los dos más grandes, de 21 y 17 metros de eslora, en excursiones de la familia a resorts de todo el Mediterráneo, desde los cercanos Puerto Banús o Sotogrande a Palma de Mallorca o Sicilia.

El profesor vitoriano, esquiando en Sierra Nevada.
El profesor vitoriano, esquiando en Sierra Nevada. R. C.

Desde hace siete años, el trabajo estival de Gorka es de hombre multiusos. «Soy el 'capitán Bayeta'», bromea. «Aparte de llevar el barco, hay que mantenerlo, llamar al mecánico si hay un problema que no sé resolver, organizar la logística de los viajes, planificar las compras... y hay que limpiar mucho. Pero me pagan muy bien», reconoce. Durante estos meses, vive en un apartamento que le facilita su patrón, pero tiene poco tiempo libre para disfrutar de Marruecos. A veces, después de atracar el yate, dispone del margen justo para «tomar un 'tajin' y a dormir».

Pese a todo, en primavera tiene un tercer trabajo como conductor de pruebas para concesionarios y copiloto de clientes que viven la experiencia de conducir un Ferrari, un Porsche o un Laborghini.

«Es muy estresante. Sobre todo es duro en verano, porque mi mujer y mis dos hijos viven en Granada y estoy mucho tiempo sin verlos», admite.

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