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Si el cardenalato lleva aparejada alguna vanidad, o se vive con intensidad o apenas se disfruta. Es cierto que, en los entornos eclesiásticos más mundanos, ... los cardenales son reconocidos allá donde van, pero fuera de esos círculos apenas mueven el interés de los demás mortales. La prueba es que la mayoría de nosotros éramos incapaces de nombrar a tres cardenales hace menos de un mes. Sin embargo, ahora, algunos hasta comentan sus andanzas como si hubieran compartido piso de estudiantes con sus eminencias. Parolin, Tagle o Zuppi se integran en las conversaciones, sobre todo en los cenáculos romanos, como quien desgrana los componentes de la 'Azurra', la selección italiana de fútbol.
Pero es un espejismo. La popularidad de estos días en los que parecen ser el centro del mundo es volátil. Se mantiene mientras son papables. En cuanto salga la fumata blanca, volverán a su opacidad habitual. En apenas unos minutos, pasarán de ser arrollados por periodistas y curiosos en el entorno vaticano, a ceder el protagonismo al nuevo Papa. Durante los días que han pasado en las Congregaciones, el solideo rojo atraía a los informadores y fetichistas como si hubieran abierto una bolsa de maíz para palomas en medio de la Plaza. En cuanto asomaba, se arremolinan alrededor para preguntar, bromear, pedirle selfis y hacerle fotos haciéndole sentir una especie autóctona en peligro de extinción. Poco se ha ponderado su paciencia ante el fenómeno fan que incluye a desconocidos queriendo una foto con el tipo de la sotana ribeteada en rojo. «Señora mía, ¡que soy un Príncipe de la Iglesia, no un tiktoker!». Pero cuando vuelvan a confundirse con el gentío por las calles de Roma, tras el retiro en la Sixtina, lo harán de nuevo a la sombra de uno de ellos. Y precisamente él será el único que no volverá a comer tranquilo en Borgo Pio.
Para eso está el cónclave que comenzó ayer. Todo lo anterior eran los prolegómenos, aunque los debates hayan sido esenciales para tomar la decisión que conoceremos en breve. De momento no hubo fumata blanca. Ni se la esperaba. El de ayer era el pórtico del cónclave, el día en el que los cardenales se encomiendan a la Providencia y se encierran con mucha pompa para votar, por fin, al sucesor de Francisco. Sin embargo, nadie se sintió decepcionado. Era la primera. El primer día sirve de tanteo para ver las opciones de cada cual. Mejor acabar pronto y a cenar a Santa Marta, que el día ha sido largo.
Efectivamente, los cardenales habían comenzado la jornada con la misa en la Basílica, donde el Decano del Colegio Cardenalicio se encargó de remarcar el concepto de 'comunión', es decir, unión en la diversidad. Por si había dudas sobre la conciliación de una y otra. Por la tarde, las letanías acompañaron a los cardenales mientras entraban en la Capilla. El momento eriza la piel constatando cómo se encomiendan a todos los santos y, a juzgar por lo extensas que son, es verdad que lo hacen. A todos. No queda ni uno por nombrar. Por fin, una vez dentro y habiendo jurado su compromiso con las normas y el secreto inherente al cónclave, se pronunció el mítico «extra omnes», «fuera todos». Y Roma se lo tomó en serio. Muy en serio.
Desde la mañana, el perímetro del Vaticano estaba tomado por policía, militares y protección civil. Siempre lo han hecho, pero, en este cónclave, mucho más. En esta ocasión habían dividido todo el entorno en varias zonas con acceso limitado a distintos grupos. Como Valencia en Fallas pero sin discutir con los vecinos que tienen garaje en una zona acotada. Ventajas de ser un país con tan poquitos habitantes.
Los controles, ya abundantes antes, se habían multiplicado este año por la celebración del Jubileo para el que está prevista la llegada de 35 millones de personas, según los datos de la Cámara de Comercio. Eso, junto a la experiencia en grandes eventos y movimientos de masas del Vaticano y las autoridades romanas, ha ayudado a gestionar el volumen de gente que estos días quiere estar cerca de San Pedro. Lo que nadie podía prever que 2025 acogería también el funeral de un Papa y el cónclave para elegir al siguiente. En cuanto a fieles, probablemente no suponga un aumento sustancial de momento, como sí ocurrió en el funeral de Francisco y, probablemente, lo haga en cuanto haya un Papa nuevo, pero sí respecto al interés mediático.
De momento, la Oficina de Prensa de la Santa Sede lleva contabilizados 5.300 periodistas de todo el mundo, un dato que ha sorprendido y alegrado a los cardenales, conscientes de que la mirada del mundo a partir de ayer está sobre ellos. Algunos, entusiastas o 'integrados', en terminología de Umberto Eco, interpretan esa presencia como un aumento del interés por el mensaje de la Iglesia. Ojalá la relación fuera directa. Las razones para estar aquí y contarlo son variadísimas. Algunas tocan el corazón del Evangelio pero muchas otras, no. No les quitemos la ilusión. Cuando llegó Ratzinger después de un Papa tan mediático como Juan Pablo II parecía que se acababa la estrella mediática del Vaticano. Nadie podía imaginar que, después, llegaría otro como Bergoglio y se convertiría incluso en grafiti por las calles de Roma.
Precisamente esas calles, sobre todo, las adyacentes a la Plaza de San Pedro son un ir y venir de periodistas que se han apropiado del espacio. Por cada turista, que en Roma ya es decir mucho, hay tres periodistas. Ellos serán los primeros en contar al mundo la Buena Nueva y en saludar al Papa en la primera audiencia que conceda. De momento llenan el Vaticano esperando, curiosamente, que la gran noticia de estos días les llegue, y no por email ni por Whatapp sino con humo. El de la fumata blanca que, desde ayer, el mundo espera en Roma.
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